Los curas siempre poniendo pegas
Es que somos así, es como si en el día de la ordenación se nos transformara algún gen y desde ese momento adquiriésemos el vicio de poner pegas a todo y por todo. Es verdad que hay compañeros que lo superan y a todo dicen que sí, pero consideren el hecho como esa famosa excepción que confirma la regla: el cura, por ser cura, sufre permanentemente una irresistible inclinación a poner pegas a todo, a todos y por todo.
No necesito para demostrarlo acudir a historias y anécdotas de compañeros que lo explicarían todo. Me basta y me sobra mi propia vida para que comprendan esta maldición que arrastramos en nuestra condición de presbíteros. Ahí les van algunos ejemplos.

No nos falta razón a los curas cuando nos quejamos de que a las parroquias nos llegan demasiados trastos. Cualquier compañero sabe de imágenes y cuadros infumables que alguien llevó a la parroquia convencido de que “todo vale”. Como tampoco extraña abrir las puertas del templo y encontrar cuatro bolsones de ropa, dos sillas a medio uso, un televisor obsoleto y un conjunto de sartenes con más uso y más grasa que el palo de un churrero que alguien generosamente donó en favor de los pobres, que ya se sabe que se muestran encantados de poder llevarse a casa la sartén con la que la señora María ha frito empanadillas en los últimos veinticinco años y si encima lleva la grasa incorporada, pues mejor.
Nos decía en una ocasión un viejo mozo de una tienda de ultramarinos de esas de toda la vida, que no concebía que alguien le dijese que en la tienda no había trabajo. Porque, comentaba él, haya clientes o no, siempre hay cosas que hacer: colocar, reponer, ordenar, limpiar, poner precios, recoger, hacer pedidos, ajustar cuentas… Siempre algo que hacer.
Lo de “te falta valor” era una de las frases favoritas de mi madre. La soltaba en esos momentos en que te quedas con ganas de decir o hacer algo que sería justo y necesario, y que aclararía las ideas de algunas personas, pero que a final prefieres callar por no liarla.