Llevo treinta años en Cáritas y de esos desde luego bastantes pidiendo una mayor claridad en la confesionalidad católica de Cáritas. Es inútil. Si algo tenemos, son complejos.
Acabo de ver el cartel anunciador de la Campaña anual que hace Cáritas para que recordemos, cuando llega el frío, a las personas que carecen de hogar. Poco más tengo que decir. Salvo el logotipo de Cáritas abajo, pequeñito, mezclado con otros, un cartel que lo podía haber sacado a la luz Podemos, la fraternidad rosacruz o el club de leones.

Hace años, y por razones que no vienen ahora al caso, estuve trabajando una temporada con libros parroquiales de defunciones de los siglos XVII y XVIII. Los asientos de las partidas de defunción daban constancia de las “mandas” que cada finado dejaba ordenadas en asuntos piadosos. No era extraño observar encargos de diez, veinte, treinta, cien e incluso más misas por su eterno descanso. Junto a esto, casi general también, dejar limosnas para otras misas por el alma de sus padres, suegros, familiares o personas con las que tuviera alguna obligación.
Si es que el resultado no podía ser otro. Hace no mucho, en cualquier diccionario, cuando buscabas la palabra “prostituta” o su equivalente más grosero en cuatro letras, la definición era “mujer pública". De niños, cuando uno podía hacerse con el diccionario en casa y nos juntábamos tres o cuatro chavalotes, siempre se buscaban las mismas palabras, entre las cuales era fundamental esa de las cuatro letras que empieza por p. El problema era que eso de “mujer pública” tampoco nos acalaraba nada, pero a ver quién era el guapo que preguntaba tal cosa a su padre.
En correos y en algún comentario algunos lectores me piden unas palabras sobre el relevo episcopal de Madrid. Más aún, los hay que directamente me piden ”que me moje” en el asunto. No es eso problema para un servidor. Si me mojo más, me ahogo. Bien. Sin problemas. Ahí van algunas consideraciones sobre el particular.