Una funda de ganchillo para la catedral de Santiago
Quizá hasta se la pueda encargar a la señora Rafaela, que puede hablar con Joaquina, Jesusa y alguna más y mira por donde, entretenimiento para un rato. Y no solo para la catedral de Santiago, no vamos a andarnos con chiquitas. Necesitamos un comando organizado tricotosa S.A., con delegaciones en todos las ciudades, villas, pueblos y aldeas, con el noble fin de ir tejiendo, con las variedades más llamativas de la artesanía nacional, fundas para todo monumento católico al aire libre. Sin discriminaciones. Desde la catedral de Santiago a Santa María del Naranco, desde la ermita del Rocío a la ermita de San Frutos, pasando por el monasterio del Escorial, la Sagrada Familia de Barcelona (para la que excepcionalmente se admitiría funda estelada), el Pilar de Zaragoza o los cruceiros gallegos. Ante todo, el respeto.

Cuando el señor Ramón se ponía pelma, no era fácil de contentar. Anticlerical de toda la vida, con un toque de intelectual y una sonrisa de esas de perdona vidas. Con lo bien que estaban las mujeres solas y esa tarde tuvo que arrimarse el buen hombre.
La mayor parte de la gente somos de costumbres fijas, hasta cuando vamos a la iglesia tendemos a ocupar siempre el mismo banco. D. Jesús, el párroco, se sabía de memoria la ubicación de cada uno de sus feligreses, sobre todo las feligresas. Según estaba en el altar, en el segundo banco de la izquierda, Rafaela y Joaquina, siempre juntas a pesar de sus pesares. María a la derecha, más retrasada. Jesusa, no me diga por qué, al fondo a la derecha. Por supuesto si había un hombre, invariablemente al fondo, cosas del pueblo, a no ser que se tratara de un forastero, que esos siempre se han sentado donde les ha dado la gana.
El otoño aún regala jornadas amables. Por eso no quisieron desaprovechar la oportunidad de tomar su café en el patio de Encarna. Una casita baja, su poco de patio al sol de la tarde y unas cuantas amigas siempre dispuestas a dar un repaso a la actualidad del momento.
Tres o cuatro catequistas en el pueblo, y bien que a duras penas. Mérito del buen, a pesar de todo, párroco que se hizo con cuatro mozas de buena voluntad y no del todo despistadas en las cosas de la fe, para que le ayudaran a desasnar por lo religioso a una panda de chiquillos (y chiquillas) deseosos de hacer la primera comunión e incluso de seguir un poco más.