Vivir de la prudencia de los demás
Me decía Rafaela que hay gente que vive haciendo lo que le da la gana gracias a la educación y la prudencia de los demás. Por eso me llaman deslenguada, me decía, por no callarme como el resto, que encima nos toman por tontos.
Me contaba en una ocasión que unos vecinos suyos empezaron a marchar de dinero estupendamente. Todos sabían la razón: alquilaban habitaciones de un piso en Madrid para que pasaran el rato las pilinguis con los clientes. Todos lo sabían. Todos callaban.
Menos Rafaela. Salían de misa mayor un día de fiesta. ¡Cuánto tiempo! ¿Qué tal os va? Nos va bien. No me extraña, ya se sabe que eso de las zorras deja mucho dinero.

Es lo que tiene Rafaela, que lo mismo desaparece una temporada, que toma el teléfono y no da tregua. Me dice que acaba de ver en internet, que nunca se imaginó ella lo entretenido que podría llegar a ser un ordenador, que en Madrid, con motivo del día ese de los gays -ella lo dice de otra manera-, van a renovar algunos semáforos para que sean más políticamente correctos. En lugar del muñequito -siempre varón- los va a haber con muñequitos hombres y muñequitos mujeres, que van a ir de la mano entre ellos. En la imagen lo pueden ver.
Rafaela está estupendamente, lúcida, alegre, vital y peleona como siempre. Nos llamamos alguna vez, comentamos cosas, pero sabe que yo ando con mucho lío y ella tampoco quiere quemarse la sangre.
Rafaela es tenaz como una mula de las que había antes por su pueblo. Semana a semana asiste impertérrita a las reuniones de mujeres que celebra don Jesús. A estas alturas ni don Jesús comprendería una reunión sin tener frente a sí a la tan siempre peleona como cariñosa en el fondo de Rafaela, ni Rafaela podría faltar a la cita con su párroco. Ya saben eso de que “amores reñidos son los más queridos”, que se dice en su pueblo.





