Volver a los fracasados ochenta
No aprendemos. Ni queremos aprender. Lo del cura marchoso con guitarra y la hermana airosa con bongos tuvo su punto de novedosa emoción en los años setenta y hasta los ochenta del pasado siglo. Los que de niños todavía cantamos aquello de “Como el ciervo que a las fuentes”, o “Vamos niños al sagrario”, sufrimos un auténtico shock el primer día que nos topamos con aquel famoso “Saber que vendrás” que aún hoy de sigue escuchando.

Y no son todavía ni las doce de la mañana. Lo cuento porque de vez en cuando me cuestionan qué puede hacerse en estos pueblos un día cualquiera entre semana. Pues por ejemplo:
Pocas cosas me quedan o me quedaban por hacer como cura. Lo de dirigir ejercicios espirituales lo había hecho en alguna ocasión con laicos y religiosas. Con sacerdotes, nunca. Por eso mi resistencia cuando me lo propuso Miguel Asorey para curas de Lugo. Le costó más de un año convencerme.
Durante unos años llevé grupos de escuela de padres. El cartel con el que comenzamos tenía una frase que jamás he podido olvidar: “Los hijos no obedecen, imitan”. Tanto me impactó, que la he repetido muchas veces en reflexiones y homilías.





