Si no llegamos a lo fundamental, perdemos el tiempo
Es como si una invisible barrera nos impidiera llegar al fondo de la cuestión. Constantemente leo y escucho lo que deben ser las prioridades de la Iglesia en esta hora del mundo. Unas veces que si el agua, otras que los pueblos amazónicos, por supuesto los pobres, las mujeres que sufren violencia, los emigrantes, los jóvenes, la gravísima cuestión de los abusos, el mundo homosexual, la violencia, el entendimiento con otras religiones.
Me van a permitir que a todas estas cosas me refiera con el nombre de chapuzas y complejos. Uno que es así.
Es como sí un médico, al llegar a un enfermo, nos dice que tiene fiebre, escalofríos, problemas intestinales, confusión mental y taquicardia. Perfecto, eminentísimo doctor en medicina. Pero habrá una causa… porque de lo contrario nos iremos limitando a poner alivio a los síntomas, pero todo será inútil si no somos capaces de atacar a la raíz del problema, sea infección, accidente, tumor o descompensación metabólica.

De cuando en cuando algunos lectores me preguntan por esas iniciativas pastorales que se pusieron en marcha en mis pueblos, simplemente para saber si van bien, si continúan o simplemente si aquello acabó en fracaso monumental. De todo hay. Hoy quería hablar de la adoración nocturna, ese turno, de momento provisional, y que tuvo su primera vigilia en el mes de mayo.
No suelo repetir artículos. Hoy hago una excepción porque ayer hablaba con un compañero cura y volvía a salir el asunto.
Cosas de una vida loca que no hay quien entienda. Con las nuevas leyes que se nos vienen, uno puede ciscarse en toda la casa de Borbón y de Austria sin problemas. Hacer lo propio con Dios Nuestro Señor, el católico, claro. Sonarse los mocos con la bandera de España. Ya saben, la cosa de la libertad de expresión que por lo visto es sagrada.