9.05.13

Comunión eclesial o "totum revolutum"

La hora de los laicos (12)

El testimonio de una comunión firme y convencida en filial relación con el Papa, centro perpetuo y visible de unidad en la Iglesia universal, y con el obispo «principio y fundamento visible de unidad» en la Iglesia particular, y en la «mutua estima entre todas las formas de apostolado de la Iglesia» (C.L. 30), exige el tercer «criterio de eclesialidad», para el reconocimiento canónico de los movimientos y asociaciones apostólicas, con sus carismas, reglas y métodos.

Aunque ya traté el tema de la comunión eclesial en esta misma serie, es necesario puntualizar algunos aspectos más.

La comunión, de acuerdo a la Christifideles laici implica: la acogida de las enseñanzas doctrinales y orientaciones pastorales; el reconocimiento de la pluralidad de formas de asociaciones laicales en la Iglesia, y, la disponibilidad a cooperar.

Sin el ministerio de los pastores los carismas flotarían sin orden en la Iglesia. Pero sin los otros carismas, ¡el ministerio eclesiástico sería tan pobre y tan estéril! (Cardenal Suenens, en el Vaticano II).

A partir del Concilio Vaticano II, la noción de comunión es, muy significativa para la evangelización (DT, 50º Congreso Eucarístico Internacional). La realidad de la Iglesia-Comunión es entonces parte integrante, más aún, representa el contenido central del «misterio» o sea del designio divino de salvación de la humanidad (C.L., 19).

Común-unión de los cristianos entre sí que nace de la comunión con el Señor.

La Iglesia universal se presenta como un pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y está en el enraizamiento de los bautizados en la obra trinitaria de unificación de la Iglesia: pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo. Está antes que todo la adhesión a la única fe en la proclamación de la palabra de Dios que representa la raíz de la comunión eclesial (San Cipriano, Dei Verbum).

La comunión entre muchos carismas, funciones, servicios, grupos y movimientos dentro de la Iglesia está asegurada por el santo misterio de la Eucaristía (Año de la Eucaristía. Sugerencias y propuestas, no 27), por lo que dicha comunión del cuerpo eucarístico de Cristo significa y produce, es decir edifica, la íntima comunión de todos los fieles en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia (cf. 1 Co 10, 16 s.) (C.L. 19). San Pablo enseña:

La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el Pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque uno solo es el Pan, aun siendo muchos, un solo Cuerpo somos, pues todos participamos de un mismo Pan (1 Cor 10, 16s).

La encíclica Ecclesia de Eucharistia, reafirma la enseñanza de san Pablo, que la Eucaristía no puede realizarse con asambleas eucarísticas divididas, y si éstas persisten, pierde eficacia, porque las divisiones están en contraste con el espíritu de comunión fraterna (1 Cor 11, 17-34).

Es que, en muchas Iglesias, la expresión eclesiología de comunión, ha pasado a ser un término engañoso, que para algunos significa un simple estar de acuerdo, o lo que es peor, el sacramento eucarístico queda como una fuerza contrarrestada por otra, por la idea de la comunión de los hombres entre ellos, erróneamente considerada como verdadera comunión en el Cristo-Espíritu-Social, que no edifica la comunidad de los hermanos, sino azuza el mitin de los camaradas.

«¿Todos los caminos llevan a Roma?»

«Ande cada uno según el Señor le dio y según le llamó» (1Cor 7, 17). La fe es una singladura, ni duda cabe, y todo camino es una andadura con tramos, etapas, pasos, que llevan a una meta. Camino es aquel recorrido que lleva a un destino. La andadura sin término, no es camino, es un laberinto que no conduce a ninguna parte.

Recorrer un camino cierto, con etapas y punto de llegada es lo que llamamos «itinerario». No todos los caminos de la fe son entonces itinerarios, ya que algunos no conducen a nada. En este orden, los criterios de eclesialidad vienen a ser por lo tanto preciosos indicadores del camino para las asociaciones y movimientos.

Actuó con mucha sabiduría el fundador de la Legión de María, el seglar Frank Duff, Auditor seglar del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II, cuando, durante el cual, muchos obispos destacados, querían mencionar en uno de los decretos expresamente a la Legión de María.

Esto se sopesó –dijo Duff- pero luego fue descartado por razones de peso: en primer lugar, porque provocaría celos contra la Legión que no la beneficiarían, en segundo lugar, suponiendo que por designios de la Divina Providencia, la Legión desapareciera, y la Providencia suscita la creación de otra cosa mejor que la Legión, bueno, pues esa asociación no aparecería en ningún Decreto y la asociación desaparecida sí (Frank Duff, al servicio de María por la evangelización del mundo, Germán Mazuelo-Leytón).

Se da sin embargo, que

con mucha frecuencia, cada uno estima que su propio camino es el más adecuado y mira con recelo, cuando no con alguna hostilidad, el camino de los otros.

Esto lo podemos comprobar, de parte de laicos, como de religiosos, sacerdotes y obispos, en su trato con las asociaciones de fieles laicos:

el sobre-aprecio que cada uno suele tener por su grupo, su asociación, su camino, su propia fórmula de vida, y el menos-precio por el que ve, normalmente con no poca incomprensión, otras obras y otras síntesis de espiritualidad, aunque estén aprobadas, bendecidas y recomendadas por la Iglesia (Evangelio y utopía, José María Iraburu).

Por eso lo remarca la Christifideles laici: reconocimiento de la legítima pluralidad de las diversas formas asociadas de los fieles laicos en la Iglesia, y, al mismo tiempo, disponibilidad a la recíproca colaboración.

6.05.13

Marianos y eucarísticos

En el momento actual, cargado de materialismo, María Santísima es un refugio vivo. Es una madre de preocupaciones actuales, de defensas del momento, de recurso en los problemas de la hora presente.

Satanás quiere erigir su dominio en el mundo. Este mundo que quiere vivir sin Dios, marcado por la violencia, el terrorismo, las guerras, la corrupción, el desenfreno sexual, la idolatría, y particularmente el maligno ataque a la institución de la familia según el Plan de Dios.

Dos acontecimientos de alcance mundial y duradero se patentizaron en 1917: las cinco apariciones de la Santísima Virgen en Fátima los días 13 (a partir de mayo) a los tres pastorcillos Lucia, Jacinta y Francisco.

De acuerdo al testimonio de los niños, la Virgen María les había revelado:

Vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Corazón Inmaculado. Si se escuchan mis peticiones Rusia se convertirá y habrá paz. De lo contrario, Rusia propagará sus errores por el mundo, provocando guerras y persecuciones contra la Iglesia; muchos justos serán martirizados, el Santo Padre sufrirá mucho y muchas naciones serán suprimidas.

Rusia (la Unión Soviética) apareció a partir de 1917, como la realización palpable de las fuerzas del mal: persecución sangrienta a los cristianos, cierre de seminarios, imposibilidad de ejercer culto alguno externo, destrucción de los libros religiosos y prohibición de recibir nuevos, selección por el gobierno de los pocos seminaristas que pudieran estudiar en los cuatro seminarios permitidos, propagante atea destructiva de toda religión, eliminación de gran parte de los obispos y sacerdotes o su relegación a los temibles campos de concentración.

Es importante y poco conocida, la extensa carta que Sor Lucía dirigió al Postulador de la Causa de Beatificación de sus dos primos. En ella procura recordar todo lo más importante que la Santísima Virgen les clarificó y el efecto que produjeron las sensacionales revelaciones de María en los tres pastorcitos.

Algunos puntos del contenido a la carta al Postulador son:

1) La Virgen está descontenta porque muchos no han tomado en serio sus advertencias de 1917;

2) Los que se llaman buenos, van por su propio camino sin preocuparse de su Madre;

3) algunos religiosos y sacerdotes olvidadizos de su vocación, arrastran a muchas almas a la condenación;

4) no debemos aguardar revelación alguna ni invitación: cada uno de su propia iniciativa, debe buscar seriamente su salvación;

5) el demonio trabaja seriamente contra las almas consagradas a Dios: sabe que con ellas conseguiría la pérdida de muchas;

6) a Jacinta y a Francisco les impresionaron profundamente dos realidades: la aflicción de María Santísima y la estrepitosa visión del infierno;

7) la mayor parte de la humanidad sigue su camino perverso en actitud obstinada e indiferente;

8) la oración y la penitencia se imponen en están época de corrupción universal;

9) remedio para evitar la catástrofe: el santo rosario y la devoción al Inmaculado Corazón de María.

San Luis María de Montfort, que sufrió tantas tribulaciones difundiendo la Verdadera Devoción a María, nos enseña que para que venga el Reino de Jesús, tiene que venir el Reino de María. Cuando su Corazón Inmaculado derrote las fuerzas del infierno, el Reino Eucarístico de su Hijo Divino se extenderá sobre toda la tierra.

La consagración es una promesa de amor y un don de uno mismo que entrega al Inmaculado Corazón de María, todo lo que somos y todo lo que hacemos, sin ninguna limitación, tal que ella pueda llevarnos perfectamente al Sagrado Corazón de Jesús. Consagrémonos una y otra vez al Inmaculado Corazón de María, ella conduce a sus hijos hacia la victoria. Satanás persigue su talón, así debemos considerarnos el talón de la Virgen, pisoteados y perseguidos, despreciados y dejados de lado. Esto lo debemos aceptar con humildad para poder alcanzar la santidad.

El primer fruto de la consagración al Inmaculado Corazón de María es siempre un fruto eucarístico. La consagración mariana nos lleva a vivir una espiritualidad eucarística, porque la veneración a la Madre de Dios y la adoración eucarística de Jesucristo en el Tabernáculo van juntas como las dos caras de una misma medalla. Mientras más se adora a Jesús, más intensamente se venera a Su Madre, y mientras más se venera a María más profundamente se adora al Salvador eucarístico. Su Corazón triunfante nos llevará al Corazón Eucarístico de Jesús Triunfante.

No serán sin duda las discusiones, ni los planes y proyectos pastorales los que renovarán la Iglesia. El Rey Eucarístico le dará a su Iglesia la fuerza para su renovación, de ahí que, lo central de todos los trabajos y planes pastorales debe ser la oración y nuestro amor a la Eucaristía a través de más horas de adoración al Santísimo.

2.05.13

El secreto de Copacabana

Desconstrucción mariana (4)

Antes que los hispanos pisaran tierra americana, fue Copacabana, a orillas del lago Titicaca junto a su vecina Isla del Sol, un centro espiritual morada de dioses. Los incas lo habían convertido en su lago sagrado ante el cual los nativos sentían un temor reverencial, todo el borde del lago rezuma incienso y plegaria, con los gritos de angustia de numerosos sacrificios humanos. Así lo patentiza Jean Dumont:

la idolatría era criminal, en sí misma, destructora de la supervivencia de la “nación india”, por los sacrificios humanos, las constantes y mortales borracheras colectivas, la droga, la reducción de las cabezas de los recién nacidos, etc. (La Hora de Dios en el Nuevo Mundo)

Los incas asumieron el culto de las deidades aymaras, a la vez que, dándoles su propia interpretación la impusieron como religión de Estado, así y todo, antes de la venida de los españoles

muchos monumentos del antiguo Perú, hallábanse ya en la ruina… el mismo templo de Pachacamac mostraba señales de deterioro, es que a esas alturas las religiones indias estaban ya muertas en lo que hubieran podido tener de elevado testimonio religioso

y habían quedado reducidas a supersticiones de bajo nivel.

Los misioneros agustinos que ingresaron al pueblo el 16 de enero de 1589, organizaron allí una doctrina, convirtiendo con su apostolado evangelizador a muchos indígenas a la verdadera Fe. Se había puesto de manifiesto por el entusiasmo de los indios por el cristianismo, que estalló de golpe en la Hora de Dios” de la primera evangelización. Entre los nuevos conversos, Tito Yupanqui, que de acuerdo a la cronología que recoge Marcelo Arduz Ruiz en su escrito Tito Yupanqui el san Francisco de los Andes, en 1535 según el historiador Julio Díaz A., nace Tito Yupanqui, el menor de los hijos de Paullo Topa, éste a su vez, era hijo del Inca Guaynacápac. Al morir en 1549 Paullo Topa en el Cuzco entregó la mascapaicha imperial a su hijo Francisco Tito Yupanqui, con el encargo especial de culminar la causa evangelizadora de los nativos.

Francisco Tito Yupanqui llevaba grabada en su corazón la devoción a María… y deseaba que en la iglesia de su pueblo, presidiera el altar, la imagen de nuestra Señora, y se pudiese fundar la anhelada Cofradía de la Candelaria, con la finalidad de que acabasen las disputas entre las dos fracciones del lugar.

El historiador P. Antonio de la Calancha dice que sus primeros ensayos fueron para los cuerdos materia de irrisión y para los indevotos materia de burla. El indio sufría los baldones y lloraba por no saber pintar.

Quiso esculpir una imagen de la Señora, pero desgraciadamente carecía de cualidades para la pintura o la escultura. Hacia 1570, elabora una imagen de la Virgen en arcilla, que a poco tiempo es retirada por orden del rector del templo donde había sido colocada ésta, por considerarla tosca, fea y desproporcionada, pero Francisco no se acobardó y se decidió viajar a Potosí con su hermano como ayudante para al arrimo de algún maestro imaginero aprender el arte de la escultura, así, Diego Ortíz un artista español, en la calle Almagro nº. 710 de la ciudad de Potosí, le enseñó a tallar la madera. Tras varios intentos, esculpió la anhelada imagen de la Señora, que luego doró en la ciudad de La Paz con ayuda de otro maestro español.

Tito Yupanqui, se hizo escultor gracias a la fe. A pesar de las contradicciones y dificultades, la imagen fue bendecida, y trasladada luego a Copacabana. El 2 de febrero de 1583, Tito Yupanqui, el inca apóstol, ingresó triunfante a su pueblo natal, siendo entronizada la imagen que él tallara en el altar del templo, imitándole, a finales de este mismo año, el indígena peruano Sebastián Quimicho que traslada en hombros una réplica hasta Cocharcas, en Perú, obra de Yupanqui también. La entrada de la sagrada imagen fue decisiva para el afianzamiento de la fe cristiana en Copacabana, la Señora consiguió atraer el cariño de los aymaras.

Testifica Calancha:

Era allí la sentina de los idólatras y el Atenas de los hechiceros, y así en pocos, fructificó la fe, hasta que entró allí la Reina de las piedades, la tesorera de los milagros, el consuelo de los tristes y la que es premio de los servidores mayores.

Como escribió el P. Pedro de Anasagasti, OFM: tuvo acierto pleno la Madre celestial al elegir el escenario de su reinado a orillas del lago sagrado, en cuyos ribetes se desarrolló la civilización de los aymaras, de los collas y de los incas. Copacabana es el privilegiado lugar que escogió la Virgen para asentar su soberanía maternal, y nuestra Señora de Copacabana, es el ícono de la primera evangelización de esta parte de América, cuya sagrada basílica que muchos quisieran ver -en el proceso de artificial resurrección de las espiritualidades y cosmovisiones ancestrales y de desconstrucción de la devoción mariana- reconvertida (de acuerdo a versiones que circulan), en un supuesto antiguo templo de culto a la Pachamama junto a los templos católicos de la parroquia de Tiwanaku, la basílica San Francisco en La Paz y el santuario de nuestra Señora del Socavón en Oruro.

 

29.04.13

¿Salva el "octavo sacramento"?

El famoso demonólogo y exorcista Padre Gabriel Amorth cuenta lo siguiente: Cuando era niño, mi viejo párroco me enseñaba que hay ocho sacramentos: el octavo es la ignorancia. El octavo sacramento salva a más gente que los otro siete juntos.

La ignorancia es falta de conocimiento de algo por parte de un ser capacitado para conocer, ésta resulta entonces, o de las limitaciones de nuestro intelecto, o, de la oscuridad del propio asunto. La ignorancia es un mal para la inteligencia y ésta puede ser vencible o invencible.

Es invencible o completa, cuando no se sabe que se ignora, y por esta razón es insuperable. Precede a la acción y al impedir el conocimiento suficiente, destruye la responsabilidad o voluntariedad.

Y es vencible cuando ésta no es total y se puede salir de ella. Hay obligación grave de aprender las cosas necesarias, y quien descuida por culpable negligencia este deber, comete un pecado muy grave de ignorancia voluntaria, que puede traerle fatales consecuencias en este mundo y en el otro (cf. Teología moral para seglares, Royo Marín, n. 300).

Hay católicos llenos de errores doctrinales, unas veces porque aprendieron mal el catecismo, y, posteriormente no lo han vuelto a leer, y otras veces por la contaminación de tanta doctrina equivocada que flota en nuestro ambiente. El analfabetismo catequístico es espantoso.

Convendría meditar la confesión sincera que hiciera de sus errores el presbítero Lúcido (de Rietz) el año 473 ante el Concilio de Arles. Dice:

Vuestra corrección es la salud de todos, y vuestra decisión una medicina, de ahí que yo también estimo ser el mejor remedio, el excusarme, acusado los pasados errores y purificarme por medio de una confesión salvadora, por tanto, de acuerdo con los recientes decretos del venerable Concilio, condeno juntamente con vosotros estas opiniones:

  • la que dice que el trabajo de la obediencia humana no tiene que unirse a la gracia divina;
  • la que dice que después de la caída del primer hombre quedó totalmente destruida la libertad de su voluntad;
  • la que dice que Cristo nuestro Señor y Salvador no sufrió la muerte por la salvación de todos
  • la que dice que la presencia de Dios empuja violentamente al hombre a la muerte o que los que se condenan, se condenan por la voluntad de Dios;
  • la que dice que después de haber recibido legítimamente el bautismo, muere en Adán todo aquel que peca;
  • la que dice que unos están destinados a la muerte y otros a la vida;
  • la que dice que desde Adán hasta Cristo, ninguno de los paganos se salvó en vistas a la venida de Cristo, por la primera gracia de Dios, es decir, por la ley natural; porque perdieron la libertad en el primer padre;
  • la que dice que no existe el fuego y los infiernos.

Todo esto lo condeno como impío y totalmente sacrílego. Y de tal modo afirmo la gracia de Dios, que siempre añado el esfuerzo humano a la moción de la gracia; y proclamo que la libertad de la voluntad humana no está extinguida, sino atenuada y debilitada; y que el que está a salvo está en peligro, y el que se ha perdido hubiera podido salvarse.

Ante esta confesión de Lúcido, antes pecador, que nos habrá refrescado algunos de los dogmas católicos, preguntémonos: ¿Cuántos libros sagrados y espirituales, he leído? ¿Qué responderá a los herejes que atacan nuestros dogmas? ¿Sabría defenderse dignamente en el terreno de la fe, de los violentos ataques doctrinales de algunos hermanos separados?

Quizá no, y, ¿qué espera entonces para ilustrarse? ¿Que el Espíritu Santo envíe un angelito como maestro sólo para mí?

Es necesario leer para obtener conocimiento. Debemos leer, pero no podemos leer cualquier cosa, hay que escoger lo mejor. La fórmula es elegir sólo aquellos textos que nos inspiren a actuar, que nos hagan ser mejores de lo que somos, que despierten en nosotros el deseo de elevados ideales e iniciativas, particularmente la santidad, en este orden:

La Sagrada Escritura. San Agustín narra en sus Confesiones, que su conversión la debió a un texto de la Escritura.

Los escritos de los santos y sabios de la Iglesia, que nos han legado grandes clásicos espirituales como la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis.

Las vidas de los santos. Pocas cosas pueden elevar tanto el alma como la heroica vida de otros.

Qué bello es zambullirse en la doctrina revelada, leer las páginas de los grandes maestros espirituales, sobre todo saborear directamente buenos comentarios de la Biblia, pero eso es una felicidad que alcanzan pocos cristianos, naturalmente que sólo por su sola culpa.

25.04.13

Necesidad y obligatoriedad de confesar la Fe - La hora de los laicos (11)

Tanto la exhortación apostólica Christifideles laici, como la encíclica Redemptoris Missio reafirman que los carismas, en cuanto don del Espíritu Santo a la Iglesia para hacerla cada vez más idónea para realizar su misión  en el mundo, tienen que ser acogidos con gratitud, acompañados y favoreciendo su desarrollo.

Por esta razón el discernimiento y el reconocimiento tienen que realizarse a la luz de los claros criterios de eclesialidad enumerados en la CL (30). En el anterior comentario se ha explanado el primero de los dichos criterios, hoy veamos el segundo.

La responsabilidad de confesar la fe católica, acogiendo y proclamando la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, en la obediencia al Magisterio de la Iglesia, que la interpreta auténticamente. Por esta razón, casa asociación de fieles laicos debe ser un lugar en el que se anuncia y se propone la fe, y en el que se educa para practicarla en todo su contenido.

Cuando los movimientos eclesiales se integran con humildad en la vida de las Iglesia locales y son acogidos cordialmente por obispos y sacerdotes en las estructuras diocesanas y parroquiales, los movimientos representan un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha (RM, 72).

La vitalidad cristiana no se mide con números ni con cifras sino en profundidad.

Caminar, construir y confesar la fe ha dicho Su Santidad Francisco. En un momento tan crítico de la Iglesia, perseguida y cambiada por la acción de tantas sectas cristianas o no, es necesario en cada bautizado, una verdadera Confesión de la Fe.

En el Antiguo Testamento se halla una confesión de la fe, iluminadora y ejemplar, de labios del pagano sirio: Naamán, que había sido curado de la lepra por intervención de Eliseo el profeta. Afirma Naamán: ahora sé que no hay en el mundo otro Dios que el de Israel (cf. 2 Reyes, 5).

Ese Dios que gobierna la complicada máquina del mundo y de sus astros. El Dios que cura instantáneamente la miseria de la lepra, el Dios que defiende a los que le sirven, el Dios que interviene en la vida diaria de toda persona. Ese Dios se hace hombre y es Jesús enviado como Mesías para iluminar y salvar a toda la humanidad.

Es el mismo que sirve de protagonista a los evangelios que nos hablan de su nacimiento, de su carácter, de su actividad, de su particular doctrina, de sus promesas, de sus denuncias, de sus amenazas.

Jesús reúne a sus apóstoles para conocer la opinión que el pueblo tiene de Él, unos le tienen por Juan el Bautista, otros por uno de los profetas, una vez conocida la confusa opinión popular, Jesús se dirige a sus apóstoles para preguntarles: ¿Y ustedes quién dicen que soy yo? Y Pedro responde sin vacilación: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Todo esto revela que no es fácil aceptar a Jesús en toda la dimensión. El apóstol Tomás no creerá en la Resurrección de Jesús mediante el testimonio de sus compañeros y dirá: No creeré sino cuando vea la marca de los clavos en sus manos, meta mis dedos en el lugar de los clavos y palpe la herida del costado.

No es fácil aceptar a Jesús en toda su dimensión, de ahí la utilidad de una confesión frecuente de fe, practicada en secreto con nosotros mismos para fortalecer nuestro conocimiento y enriquecer nuestra visión de la grandeza de Cristo.

El Credo es una síntesis de las principales verdades de la Fe Católica. En los primeros siglos de Cristianismo se lo llamaba Símbolo apostólico. San Ambrosio de Milán en su tratado sobre el Símbolo apostólico explica que se lo llama de esa manera por ser una especie de contrato que los fieles verifican y renuevan con Dios cada domingo.

La fórmula del Credo se ha desarrollado a lo largo de los siglos en diversos Concilios para salir a la defensa de las sectas y herejías que no admitían el contenido sustancial de la Iglesia. El Símbolo sólo podía ser conocido únicamente por quienes recibían el Bautismo, y debía ser aprendido de memoria para de esta forma retenerlo en el alma.

En la liturgia dominical que congrega a los fieles cristianos, se recita el Símbolo de la Fe, pero hay que tener mucho cuidado de que su recitación no sea una fórmula rutinaria, sino el reconocimiento y la afirmación de cada uno de los dogmas.

Aprendido de memoria, a ejemplo de los primeros cristianos, para esculpirlo en el alma, paladeando su contenido, al mismo tiempo que es una confesión de fe, que alegra a Dios y fortalece nuestros conocimientos, el Credo, es vivir en la vida cristiana de cada día la esencia más consoladora de unas ideas y unas promesas que sembró Jesús en todas las personas de buena voluntad.

Quienes mejor han confesado la Fe, han sido los mártires:

La experiencia de los mártires y de los testigos de la fe no es característica sólo de la Iglesia de los primeros tiempos, sino que marca también todas las épocas de su historia. En el siglo XX, toda vez más que en el primer período del cristianismo, son muchos los que dieron testimonio de su fe con sufrimientos a menudo heroicos. Cuántos cristianos, en todos los continentes, a lo largo del siglo XX, pagaron su amor a Cristo también derramando su sangre. Sufrieron formas de persecución antiguas y recientes, experimentaron el odio y la exclusión, la violencia y el asesinato (Juan Pablo Magno, 7-V-2000).

La Confesión de Fe no es solamente la repetición devota y consciente del Credo. La Confesión de Fe supone un testimonio firme: A todo aquel que me confiese delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos (Mateo 10, 32).

El mundo necesita que cada uno de los bautizados le ofrezcamos el testimonio de una fe generosa y heroica, sin cálculos humanos, sin instalaciones, de tal forma que si los movimientos y asociaciones seglares están guiados por el Espíritu Santo, y son fieles al carisma de cada uno de ellos, la Nueva evangelización será una realidad.