La hora de los laicos (3) - Viña próspera o masa amorfa

A la luz de la Exhortación apostólica “Christifideles laici”

VIÑA PROSPERA

La viña de Jesús es próspera, pues se alimenta de la savia del Espíri­tu Santo, que la fecunda visceralmente. Es substancial que los viñadores se percaten de la riqueza de la viña, pero también de los valiosos instrumentos que Dios les puso a las manos cuando les envió a su parcela.

Todo laico bautizado lleva el sello de Dios. Recibió su gracia en forma de savia irrumpente que purifica, fortalece, fecunda su propio sarmiento. Si Jesús es el soporte de la cepa y productor de su sangre vegetal, el laico puede ser rama que reciba esa misma savia, que es sangre y vida divinas.

Este enriquecimiento es

misterio porque el amor y la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo son el don absolutamente gratuito que se ofrece a cuantos han nacido del agua y del Espíritu, llamados a revivir la misma comunión de Dios y a manifestarla y comunicarla en la historia (misión).

El viñador laico, que se apresta a su tarea, no puede olvidar que no es mercenario a sueldo, sino participante pleno del crecimiento y de la fructi­ficación de la viña:

Los fieles, y más precisamente los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana. Por tanto, ellos especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no solo de pertenecer a la Iglesia, si­no de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra.

LA EFICACIA DEL BAUTISMO

Muchos son los bautizados, pocos los que conocen y admiran su grandeza. Atrofia y esclerosis -como dice el Siervo de Dios, P. Tomás Morales, SJ- padecemos hoy la mayoría de los bautizados.

La raíz más profunda que atraviesa el mundo, de la inseguridad que nos amenaza en todo momento y nos asedia por todas partes, hay que buscarla en la deserción de los bautizados que, en medio del mundo, dejan de ser fermento para convertirse en masa amorfa.

De obrero extraño a hijo participante llega el laico mediante el bautis­mo, que verifica en sus entrañas tres fabulosos efectos: 1) los regenera a la vida de los hijos de Dios; 2) los une a Cristo y a su Cuerpo que es la Iglesia; 3) los unge en el Espíritu Santo constituyéndolos en templos espirituales.

Tres hitos que transforman la naturaleza espiritual del hombre, empi­nándolo hasta Dios, de quien reciben inspiración, savia, impulso y gozo. No es la Iglesia la que arrincona al laico, sin él mismo al no pretender conocer todos los misteriosos tesoros sobrenaturales con que Dios le ha engrandeci­do. Fuera de los privilegios ministeriales, el laico posee la misma contextura divina que el sacerdote. Los laicos son viña de la que Jesús se presenta co­mo tronco y el Padre como el podador que elimina ramas estériles y adoba las útiles para que produzcan más fruto.

El laico, fiel a su Señor, se convierte en un maravilloso templo de la Trinidad, que pasa a habitar en su consagrado recinto. Dignidad que le crea nuevas situaciones y nuevos horizontes, pues “participan, según el modo que les es propio en el triple oficio de Jesús: sacerdote, profeta y rey (Christifideles laici, 14).

Son sacerdotes por sus oraciones, sus iniciativas apostólicas, la vi­da conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso corporal y espiritual: dones propios que pueden añadir al Cuerpo y Sangre de Cristo constituyen­do un mismo sacrificio agradable a la Trinidad.

Son profetas, ya que se les habilita y compromete a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía.

Decía Lacordaire, (considerado el mejor orador sagrado de Francia): Un cristiano es un hombre a quien Jesucristo ha confiado otros hombres.

Son reyes, y viven la realeza cristiana mediante la lucha espiritual para vencer en sí mismos el reino del pecado; y después en la propia entrega para ser­vir, en la Justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en sus herma­nos.

Tres carismas, tres tesoros, tres potencias, que no solo resultan joyas valiosísimas, sino que engendran responsabilidades y prestaciones que nin­gún laico debe orillar.

Afirmó el Beato Ozanam que la atracción de un alma es necesaria para elevar a otra y el Cura de Ars: El mundo será de quien ame más y lo demuestre mejor.

Hay que infundir en cada bautizado una mística de conquista alma por alma, de corazón a corazón. Fue la táctica de los primeros cristianos. Es la de las ideologías, la de las sectas, y es la de los jóvenes, ellos y ellas, sin advertirlo arrastran a sus compañeros al vicio y a la incredulidad.

En el segundo tomo de sus Recuerdos, que lleva como título Los Imprevistos de Dios, el cardenal Suenens, imaginó una entrevista que le haría un reportero en el cielo con la perspectiva de hoy, a Frank Duff, fundador de la Legión de María:

En el cielo apenas se conceden entrevistas. Pero, si de manera excepcional, Frank Duff pudiera damos algunos consejos, válidos para toda evangelización presente o futura, me parece que nos diría:

- que es preciso continuar la batalla destinada a convencer a todo cristiano de que debe ser apóstol en virtud de su bautismo, y que ese es un deber que hay que recordar contra viento y marea;

- que tenemos que anunciar el Evangelio, con palabras y con hechos, siempre y en cualquier lugar, y que ello nos obliga a estar en estado permanente de apostolicidad;

- que es preciso atreverse a creer que lo imposible se puede dividir en pequeñas fracciones posibles, y atreverse a caminar sobre las aguas;

- que es necesario valorar y otorgar prioridad al acercamiento directo, por contacto personal y testimonio vivo;

- que hace falta que los laicos asuman su propia responsabilidad, pero en osmosis estrecha con el sacerdote, que tiene un papel indispensable como intérprete del pensamiento de la Iglesia y como consejero moral;

- que no es posible vivir el cristianismo solo, sino que es preciso formar células vivas de cristianos, que se comprometan a reunirse a intervalos regulares, para orar juntos y apoyarse en su tarea evangelizadora;

- que el apostolado es un misterio de Redención, y que las almas se pagan a un precio muy elevado.

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