Sobre la peregrinación a Covadonga y «Traditionis custodes»

Impresiones personales de Juan Manuel Rodríguez, Presidente de Una Voce España, sobre la reciente celebración de la peregrinación tradicional entre Oviedo y Covadonga.


Que medio millar de personas, en su inmensa mayoría jóvenes y familias con niños, se reúna para rezar, hacer penitencia y asistir a la Santa Misa es a todas luces una buena noticia. Que lo hagan a contracorriente, dando testimonio de su fe en un ambiente hostil, en tiempos de apostasía generalizada y un cada vez menos disimulado rechazo a todo lo que sea católico, huyendo de la comodidad, las tentaciones y las facilidades que les ofrece el mundo, lo es aún más.

La reciente peregrinación a Covadonga organizada por Nuestra Señora de la Cristiandad – España, en la que he tenido la dicha de participar, ha mostrado a mi juicio una realidad que es preciso analizar y abordar con prudencia y generosidad.

Cuando a pocos días de iniciarse la peregrinación irrumpió en escena Traditionis custodes muchos temieron que la marcha de Nuestra Señora de la Cristiandad se acabase convirtiendo en una especie de protesta anti-romana, en un acto amargo de reivindicación contra el Papa Francisco. A nadie se le oculta el impacto que el documento pontificio ha causado, y la tristeza y cierta desazón que en los fieles de la Misa tradicional han provocado las restricciones que en él se imponen y la dureza de la carta a los obispos que lo acompaña.

Creo de justicia reconocer, por otro lado, que lamentablemente hay personas que hacen un «uso instrumental» del Misal Romano de 1962, como dice la misiva adjunta del Papa, pero del mismo modo puedo decir, desde mi experiencia, que no es el caso de la inmensísima mayoría de los fieles que se adhieren a la liturgia tradicional. Quizás los medios digitales y las redes sociales, donde cualquier indocumentado puede escribir cualquier cosa desde el anonimato sin que esto le acarree mayores consecuencias personales, hayan magnificado una realidad que cuando se tiene contacto directo con las comunidades tradicionales se ve que no es representativa. Un altavoz que ha amplificado lo que, en la vida no virtual, la de verdad, no pasa de ser una mera anécdota.

En cualquier caso, como dice la sabiduría popular española, «en todos lados cuecen habas», y del mismo modo que no parece apropiado rechazar a un equipo de fútbol, o al fútbol mismo, porque una minoría de aficionados agreda al rival o cometa actos vandálicos los días de partido, una generalización de este tipo respecto a los fieles de la Misa tradicional no parece demasiado justa. Personas problemáticas las hay en cualquier grupo humano. También en las parroquias y en cualquiera de los diversos movimientos eclesiales.

¿Por qué digo todo esto? Pues porque lejos de aquella amarga protesta que algunos pudieron temer, la peregrinación entre Oviedo y Covadonga se reveló como una magna manifestación de comunión eclesial y, sobre todo, de amor. Amor por Nuestro Señor Jesucristo, por la Santísima Virgen, por la Iglesia Católica y por España. Como testigo directo no puedo sino constatar que la alegría, el respeto y la caridad presidieron todos y cada uno de los instantes de la peregrinación.

Tuve ocasión de presenciar alguna de las conversaciones de los organizadores con los párrocos de las parroquias por las que pasó la peregrinación y con el Sr. Abad de Covadonga. Todo fueron facilidades para la peregrinación y el ambiente, la interacción, fue inmejorable. En todo momento se respiró cordialidad y comunión, acogida sincera al peregrino. Cualquiera que fuese testigo, como yo lo fui, podría afirmar aquello de «mirad cómo se aman». También entre los sacerdotes -los había diocesanos y de comunidades dedicadas en exclusiva a los libros litúrgicos tradicionales-. Tras mostrarse solícito y colaborando en todo con los organizadores, el Abad de Covadonga recibió a los peregrinos con unas cálidas palabras de acogida, y también les recordó en su bienvenida que sólo se puede ser católico dentro de la Iglesia. Palabras que, en ese contexto, lejos de ser una crítica o advertencia fueron una confirmación de lo que allí se vivía. A modo de ejemplo, apenas unos minutos antes, en la explanada a las puertas de la Basílica habían resonado con fuerza en varias ocasiones los vivas al Papa, como venían haciéndolo durante toda la marcha.

La única pena es que las misas tuvieran que celebrarse fuera de los templos en los que en principio se habían programado. Atisbo que el impacto de la publicación de Traditionis custodes hicieron que el Sr. Arzobispo de Oviedo tomase esa decisión con urgencia, guiado por la prudencia y por supuesto -de esto estoy seguro y así lo demuestran sus palabras y sus actos- en ningún caso por animadversión hacia los fieles de la Misa tradicional. No soy canonista pero intuyo que, al no tratarse de parroquias ninguno de los tres templos donde estaban previstas las misas (Catedral de Oviedo, Santuario de la Virgen de la Cueva y Basílica de Covadonga) y al ser esta una peregrinación esporádica y formada por personas de distintas partes de España, no debería haber mayor problema para que en ediciones futuras pueda retomarse la idea original sin contradicción con las normas recientemente publicadas. Ojalá como resultado de un estudio detenido del motu proprio del Papa por parte de los especialistas así pueda concluirse de cara a los próximos años.

Si hay algo que en mi opinión ha demostrado esta primera peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad es que en el trato personal y directo desaparecen muchos prejuicios e ideas preconcebidas que tendemos a fabricarnos todos. Los grupos de fieles de la Misa tradicional son una minoría en nuestro país, pero están llenos de vitalidad, compromiso y entusiasmo evangélicos. Integrados por muchos jóvenes en su mayoría con buena formación y en todos los casos con un profundo sentido de reverencia hacia lo sagrado que en nuestras sociedades modernas está desapareciendo. Y con deseos, como toda persona humana, de sentirse apreciados y acogidos.

Pienso que nuestros pastores tienen hoy una oportunidad de oro para acercarse a estos grupos, de conocerlos personalmente, en las distancias cortas, con contacto frecuente, y de ayudarlos a integrarse plenamente en la vida diocesana no como cuerpos extraños a los que simplemente haya que tolerar, respondiendo así al deseo que, me consta, tienen los propios fieles. Con caridad, generosidad y comprensión, dando de «comer al hambriento y de beber al sediento» como nos manda el Evangelio, estoy seguro de que descubrirán en ellos a unos magníficos colaboradores.

La experiencia de los lugares donde estas comunidades son más numerosas alrededor del mundo, y así lo han atestiguado muchos obispos en estos días, es que en los últimos años desde la publicación de Summorum Pontificum de Benedicto XVI, en el contacto con otras «realidades» de la Iglesia y en el conocimiento mutuo se ha acrecentado la comunión eclesial. Y también que estas comunidades se caracterizan por su fidelidad y por dar muchos y buenos frutos. La diversidad de formas litúrgicas nunca ha sido un obstáculo para la unidad de la Iglesia. Y creo, honestamente, que sería una lástima no aprovechar esta «fuerza», su vitalidad y compromiso, en un momento histórico más que complicado para la Iglesia en España: cifras de abandono de la práctica religiosa alarmantes, indiferencia por parte de la mayoría de los jóvenes, un envejecimiento de la población católica y una creciente hostilidad hacia la Iglesia desde sectores muy poderosos.

Dios quiera asistirnos para estar a la altura de las circunstancias ante los retos que se nos plantean.

Juan Manuel Rodríguez
Presidente de Una Voce España