David de Juan Rojas, el arte de sublimar la mitología nórdica a la luz de la Cristiandad

David de Juan Rojas. Nació en León en el año 2002 y es un artista novel y diseñador gráfico, graduado en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca. Desde niño, siempre le ha apasionado el mundo medieval, los caballeros, la magia y la Cristiandad. A esto, en su adolescencia, se sumó el descubrimiento de la mitología nórdica, la cual le cautivó desde el primer momento. Este amor por sus relatos fantásticos es lo que le ha impulsado a crear una composición artística muy original. Siete obras son las que componen “Upphaf og Endi”, que actualmente está expuesta en el Claustro Abierto de los Franciscanos Capuchinos de León. La inauguración fue el 18 de octubre y se mantendrá hasta el 23 de noviembre.
¿Cómo nace su atracción por el mundo medieval?
Desde siempre en realidad: ya de niño, mis padres me empezaron a contar historias de caballeros y dragones, historias fantásticas que yo escuchaba y, como todo niño, interrumpía con mis preguntas estimuladas por el interés que ya habían plantado en mi corazón. Tampoco dejé de ver una y otra vez películas de caballeros (fueran clásicos de la Metro-Goldwyn-Mayer como “Los Caballeros del Rey Arturo”, de 1953, o de dibujos animados como la versión de Disney de “Robin Hood”), películas de las que casi me llegué a aprender de memoria los diálogos. Eran historias “limpias” donde había una presentación clara del Bien y el Mal, que hasta los más pequeños pueden entender a través de los caballeros o criaturas fantásticas sin entrar en escenas que puedan resultar escandalosas a los ojos de un niño.
Estas historias presentaban este mundo desde una perspectiva más realista, y otras veces eran la magia y el mundo de Fantasía los que captaban mi atención y, aún ahora, me sigo sintiendo igual de fascinado que entonces por ambos aspectos de lo que se entiende como “mundo medieval” o, como lo conocemos los católicos, la Cristiandad. De hecho, quizás me cautiva ahora más que siendo niño porque, al entender la profundidad de las historias e ir conociendo nuevos relatos, personajes u otros elementos, todo cobra un sentido distinto y superior, dando así más madurez a las historias que entonces entendía de forma literal y que me mantenían en certezas tales como la existencia de los dragones (en los que sigo “creyendo” desde ese entendimiento más maduro de a qué criaturas se podrían referir los relatos).
¿Por qué le interesa especialmente la mitología nórdica?
Al pertenecer al conjunto que engloba la Edad Media, la respuesta podría parecer simple, pero en realidad yo “separo”, en cierto modo, un mundo del otro: aún compartiendo el mismo periodo temporal, la mitología nórdica es demasiado distinta de la Fe Cristiana, y hay quien podría comparar a los guerreros de ambas creencias por su valor y seguridad ante la batalla, pero el valor de unos nace de la propia guerra, mientras que el de los otros nace del Amor. Aún así, es cierto que ya me interesaban los vikingos, como los conoce el gran público, precisamente por la película “Los vikingos”, protagonizada por Kirk Douglas y Tony Curtis pero, como generalmente ocurre en la comercialización de estos pueblos del norte, aparecen como gentes más salvajes e incivilizadas de lo que realmente eran, y esta profundidad y nobleza yo la descubrí al interesarme por sus creencias: quiénes eran sus dioses (aparte de Odín y Thor), cómo creían que se creó el universo y de qué manera se imaginan el fin de los tiempos. Estas, y más, preguntas encontraban su respuesta a medida que bebía de sus relatos, de los propios mitos que sobreviven desde el Medievo para que abramos los ojos impactados por su magia.
También he de apuntar, que mi pasión por estas historias empezó a crecer, casi sin mesura, en mi adolescencia. ¿Un joven que ama las batallas en la defensa del Bien, la magia y que alcanza su etapa más “explosiva”? Se podría decir que estaba destinado a ocurrir. Siendo católico, y tal como le pasaba a Tolkien, encontraba disfrute en las lecturas de la mitología nórdica, sabiendo separar (como es lógico) lo que son relatos de un mundo y unos pueblos paganos de la Fe en Cristo. Pero mi interés se basa en esa profundidad, en esa visión más consciente e intelectual y no sólo en la estética beligerante de la cultura popular. Tanto es así que, en mi Trabajo de Fin de Grado de Bellas Artes, donde únicamente necesitaba un poco de información sobre el trasfondo (que ya creía conocer) de mi obra, terminé escribiendo lo que podría ser considerado un “extenso inicio” de un estudio filosófico sobre el Ginnungagap (el espacio “vacío” entre los mundos de la mitología nórdica que, gracias al padre Manuel Carreira, fallecido en 2020, pude enlazar con el vacío cuántico, tal y como describe la ciencia actual). Todo nuevo descubrimiento incrementa mi amor por esta cultura, por eso no dejo de estudiarla.
¿Cómo se le ocurrió sublimar y purificar esta mitología para adaptarla al Cristianismo?
Esta labor, realmente, no me pertenece a mí, sino a aquellos que, en los tiempos de la cristianización de Europa, guardaron el conocimiento metafísico que sienta las bases de la cultura de los pueblos del norte: los sacerdotes y misioneros evangelizadores cristianos que llevaron la nueva Fe a los pueblos del Norte de Europa, como se relata en la obra Beowulf donde se observa ese encuentro entre ambas cosmovisiones. Al menos, teniendo esto en cuenta, no me puedo presentar como el primero en elevar estas leyendas a través de la Luz cristiana, sino más bien como un sencillo sucesor de los que, con éxito, transmitieron la Verdad a los pueblos paganos.
La estética de mi obra pretende continuar esa evangelización del paganismo. No es mi intención comparar a los personajes de las creencias antiguas con los santos o ángeles de nuestra Fe (y menos aún con nuestro Señor), sino más bien mostrarlos mediante la iconografía cristiana como los podrían haber imaginado quienes transcribieron las creencias antiguas y ofreciéndonos una “conexión” que contribuyó al entendimiento entre ambas culturas. Al igual que la Iglesia ha “cristianizado” el obelisco de la Plaza de San Pedro mediante la imposición de la Cruz en su cúspide, el dotar de esta estética cristiana a los mitos nórdicos acerca la visión que aquellos hombres podían tener hacia la Luz verdadera.
¿Cuáles son los principales símbolos de esta mitología que representan el Bien y el Mal?
No es difícil distinguirlos. Desde el Principio de los Tiempos (según sus creencias) el Mal adopta la forma de fuerzas caóticas y destructoras, indomables y radicales: los gigantes. Estos seres nos son familiares a través de la tradición greco-romana, donde reciben el nombre de “titanes” quienes, en ambas culturas, representan el desorden primigenio. Son los hijos de gigantes (y titanes), los dioses, los que representan el orden y el Bien en la cultura escandinava y, aunque crean a través de la violencia y la muerte, (asesinando al gigante Ymir y empleando su cuerpo para construir la Tierra) son venerados por su poder, la creación de la Humanidad y la protección que nos ofrecen.
En las creencias nórdicas, los dioses actúan a veces de forma cuestionable, lo que en cierto modo les aleja de nuestra concepción de Divinidad al humanizarlos mediante sus errores y la dudosa moralidad de algunas de sus acciones. Pero la importancia que tienen estos personajes recae en los símbolos que representan: la sabiduría, la fuerza, el valor, la justicia… Cada uno es reflejo de determinados valores que inspiran a los hombres, y a los que se encomendaban en las situaciones que lo requerían, por ejemplo, pidiendo a Tyr, dios de la guerra pero también de la justicia, su conocimiento y sabiduría para ser justos a la hora de juzgar y dictar sentencia.
Muchos de estos símbolos del Bien y el Mal están representados en mi obra, incluyendo en la pieza central cuatro escenas de esa lucha gloriosa en las que los dioses se enfrentan a cuatro demonios o gigantes (según la escena) en la última batalla del Ragnarök: Odín, símbolo de la Sabiduría y el Poder, se enfrenta al lobo Fenrir, quien le devorará en la batalla antes de ser derrotado por el heredero de Odín (el dios Viðar). Thor, representación de la Fuerza y el Valor, se enfrenta a la serpiente Jörmungandr, a la que destruirá antes del último aliento venenoso de ésta, que supondrá el fin del dios del trueno. Tyr, el dios manco de la Justicia y la Guerra, morirá al tiempo que dará muerte al sabueso infernal Garmr (el Cerbero nórdico).
Y por último encontramos al dios Frey, dios de la Fertilidad y la Paz, quien será derrotado por el gigante de fuego Surtr, un demonio que calcinará el mundo (excepto el bosque de Hodmímir, donde la vida volverá a empezar en una nueva era de paz). Como podemos ver, todos estos dioses, y más, mueren en esa última batalla, pero los represento derrotando a sus respectivas némesis porque fue el sacrificio de cada uno de ellos lo que derivó en una nueva era pacífica en la que la Humanidad viviría y prosperaría sin temor a los monstruos primigenios, siendo así que el Bien terminó derrotando al Mal.
¿Por qué decidió crear unos cuadros con ordenador en donde se refleje todo esto?
Bueno, en realidad todo esto comenzó en una clase de diseño en la que, inspirado por una mano invisible o por la Providencia, dibujé sobre un pequeño papel unas formas abstractas que digitalizaría empleando el Adobe Illustrator (un programa concebido para el diseño de logotipos y demás elementos empresariales y de publicidad) y que, en el Trabajo de Fin de Grado, relacionaría con ese “vacío” de la mitología nórdica, llamado Ginnungagap. Además de esas formas abstractas, elaboré largos paneles que ilustraban los relatos que conforman la cosmogonía de los pueblos del Norte, inspirándome en los jeroglíficos para crear esos perfiles figurativos de los personajes, lo que terminó por impulsarme a continuar con este arte “pictórico-digital”, modificando dichas historias para emular las representaciones narrativas de los códices medievales. Como se puede ver en “Upphaf og Endi” (así como en futuras obras que se encuentran aún en proceso), no sólo no dejé de utilizar este programa, sino que evolucioné dentro de él, añadiendo color, jugando con las transparencias y demás herramientas del programa para acercarme a un mayor realismo dentro del arte.
A pesar de las complicaciones que supone el trabajar el arte con un programa diseñado para la elaboración de logotipos, no puedo negar que ofrece también facilidades que el arte pictórico tradicional no puede tener. Con esto me refiero a duplicar formas, lo que se puede entender como “copiar y pegar”, que es una gran ayuda cuando hay un ejército de soldados idénticos para los que sólo era necesario modificar ligeramente sus posturas. Los beneficios de este programa, en mi opinión, compensan sus complicaciones. A esto se añade también el poder elaborar un color dorado que actúa como una imitación del pan de oro, lo que incrementa el carácter sobrenatural mitológico de las obras y dota de santidad a los personajes, tal y como indica el artista madrileño, Salvador Fernández-Oliva, realzando el estilo medieval cristiano de las obras.
¿Cuántos cuadros tiene y dónde los expone?
La obra comenzó con el diseño del “pantocrátor” central, creado con la intención de presentarlo como portada de una reedición de los mitos nórdicos escrita por mí (aunque aún no he comenzado ese proyecto), pero con el trabajo artístico implícito en cada una de sus formas creí necesario continuar y no reducirlo únicamente a la ilustración de una portada. Así terminé creando las escenas narrativas divididas en seis franjas horizontales, más tarde los dieciocho guardianes divinos que protegen a la Humanidad, los cuatro dioses enfrentándose a sus enemigos mortales y por último las valkirias. Estas siete obras son las que componen “Upphaf og Endi”, que actualmente está expuesta en el Claustro Abierto de los Franciscanos Capuchinos de León. La inauguración de este dieciocho de octubre, igual que la propia exposición que se mantendrá hasta el veintitrés de noviembre, ha sido posible gracias a las comisarias de este proyecto, Eva García Rodríguez y Raquel Ordóñez Lanza, y al propio Claustro y los organizadores de estas exposiciones, a quienes agradezco la gran posibilidad de presentar mis obras y mi amor por la mitología nórdica al público.
¿Podría resumir qué simboliza cada uno de los siete cuadros?
La forma más apropiada de entender esta composición es en conjunto, ya que el discurso silencioso que transmite al público es la historia con la que los pueblos antiguos daban sentido y explicación al universo que les rodeaba y los fenómenos naturales. Es una narración que comienza con la creación del mundo y concluye con el fin y la destrucción del mismo. Pero, por supuesto, cada parte del conjunto tiene su explicación, por lo que trataré de resumir lo mejor posible cada una de las obras en el orden que programé para esta narración.
Al ser una narración desde el Principio de los Tiempos, lo más acertado es empezar la explicación por el primer panel de tres escenas narrativas: “De la creación a la paz”. En él, la historia comienza con la creación del mundo a manos del rey de los dioses, Odín, empleando el cadáver del gigante Ymir. Con Midgard (la Tierra) creado, decidió dar vida a las ramas de un fresno y un olmo, convirtiéndolos en el primer hombre y la primera mujer, y les dio los nombres de Ask y Embla (un claro paralelismo con Adán y Eva de nuestro Génesis). La Humanidad prosperó, pero las dos facciones de dioses existentes en esta mitología (Æsir y Vanir) estaban enfrentadas entre sí y, aunque fue una larga y dolorosa guerra en las que muchas vidas se perdieron sin necesidad, la naturaleza poderosa de ambas “familias” por igual supuso el final del enfrentamiento y la llegada de la paz. Este relato, dividido en tres escenas horizontales (que han de leerse de izquierda a derecha como cualquier relato occidental), es la explicación del comienzo de la vida en nuestro mundo.
Pero continuando con el segundo panel, del mismo estilo artístico, nos trasladamos a un tiempo muy posterior en el que Odín, por miedo a sus visiones sobre el Ragnarök (el fin del mundo), captura a los hijos monstruosos de Loki (dios del engaño): una descomunal serpiente, un feroz lobo negro y una pequeña niña cuya mitad derecha del cuerpo era hermosa y delicada, mientras que su izquierda era cadavérica y putrefacta. Odín juzgó a los tres, y con mayor dureza al lobo, ya que estaba destinado a morir entre sus fauces durante la batalla, y por el injusto castigo dado a estas criaturas, su padre (Loki) se vengó provocando la muerte del dios más querido por todos: Baldur, el hijo de Odín, el más hermoso de todos los dioses. Con engaños hizo que su hermano ciego disparase una flecha envuelta en muérdago (la única debilidad de Baldur) durante una celebración lo que, según los mitos, dio comienzo a un largo invierno que, al terminar, sería el inicio del Ragnarök. Todos estos hechos de miedos, injusticia, engaños, venganza y asesinatos provocaron justamente lo que el rey de los dioses tanto ansiaba evitar… fueron sus propios intentos de impedir este “Apocalipsis nórdico” los desencadenantes del mismo.
Y es esa escena de apocalíptica batalla la que encontramos en las valkirias (representadas en los extremos de la exposición), mujeres guerreras, hijas de Odín que, además de ocuparse de la laboriosa tarea de transportar a los guerreros dignos caídos en batalla al salón del Valhalla (el salón de los banquetes de Odín, una especie de paraíso para los guerreros), dirigen a las tropas de guerreros de los Æsir y los Vanir en la última batalla. Son fuerzas del Bien, radiantes y poderosas, como ángeles de la guerra que se enfrentan valerosamente a los troles, gigantes y draugar (muertos que no reciben el descanso eterno) el día del Ragnarök.
Pero no son las únicas en hacer frente a los demonios malignos: en el panel central de la composición, el dios Heimdal (quien abre el puente entre el reino de los dioses y de los mortales) observa lo que ocurre en el universo, todas las historias mitológicas (representadas o no en esta obra), mientras cuatro de los dioses más poderosos aparecen representados en feroz lucha contra sus enemigos. Tanto este panel (con cada una de sus individualidades) como las valkirias son representaciones del final violento de esta era de conflictos, amores, traiciones y amistades. Es el final que da comienzo a algo nuevo y, en esa terrible conclusión de la etapa mítica, son las fuerzas del Bien y el Mal quienes protagonizan las escenas, es esa eterna lucha, tan presente en esta mitología como en cualquier otra y, por supuesto, en nuestra Fe.
¿Por qué su obra tiene un claro componente evangelizador?
La intencionalidad implícita en “Upphaf og Endi”, comentada anteriormente, es la transmisión de estos relatos fantásticos, que sirvieron a los antiguos como explicación de lo que acontecía a su alrededor, al público actual desde esa mirada cristiana con la que los misioneros medievales entenderían estas historias. No es mi intención promover la aceptación de estos mitos, dioses, rituales o creencias como certezas absolutas a las que haya que rendir culto: podemos llegar a amar y fascinarnos con la magia que recorre todas estas historias y entender los mensajes que se esconden en ellas (la moraleja del cuento por así decir), pero conociendo la Verdad sólo podemos darle la importancia desde el punto de vista académico, literario, histórico, etc. nunca llegar a creer en ellos más que, por ejemplo, en una novela de aventuras.
El entendimiento cristiano de estos mitos es clave en la comprensión de la obra, ya que, sean dioses o gigantes, el Bien y el Mal son omnipresentes (aunque, desde luego, no equivalentes: el Bien, Dios, prevalece y, como sabemos los cristianos: “Suya es la victoria”) y debemos entenderlos como tal, tomar los ejemplos correctos y no ofrecer nuestra fidelidad a la violencia gratuita, las mentiras, los ardides malintencionados o a la errónea afirmación de que “el fin justifica los medios”. Eso no es lo correcto, y en esta época en la que estas ideas malignas están tan presentes es necesario hacer un llamamiento al Bien. Si presento esta obra al público, como ya he dicho, no es con la intención de “vender” el paganismo, sino atraer a la gente al camino correcto del mismo modo que los cristianos transmitieron la Palabra a los pueblos del Norte.
Por Javier Navascués
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