P. Leonardo Giacosa: “Carlo Acutis nos recuerda a los sacerdotes que la autopista al Cielo es la Eucaristía”

P. Leonardo Javier Giacosa. Bachiller en Teología (Colegio Máximo de San José - Facultad de Teología de San Miguel de Buenos Aires. Ordenado el 2 de octubre de 1998 en la Catedral de San Miguel. Vicario parroquial de las parroquias San Francisco Solano y San Pío X en Bella Vista. Vicario parroquial de la parroquia San Cayetano Del Viso. Párroco de la parroquia San Antonio de Padua José C. Paz. Vicario parroquial de la parroquia S. Juan Pablo II y párroco de la parroquia de San José en Dos Hermanas, Sevilla, España.
¿Cómo nace su vocación sacerdotal?
Mi vocación sacerdotal podría decir que se manifestó ya desde pequeño. Tomé mi primera comunión a los 9 años. Después recibí la confirmación. Era un niño piadoso. Recuerdo incluso que jugaba a ser sacerdote y casaba a una prima mía. En una oportunidad dije a mi madre que me gustaría ser sacerdote, pero lo cierto era que la fe no se vivía en casa. Todo el esfuerzo que pude haber hecho quedó en el camino. Después ya viví como vive una mucha gente, sin mi compromiso en la fe y hasta en algunos momentos mirando a la Iglesia para criticarla.
¿Cómo un retiro espiritual le hizo volver a Dios?
Terminado mi secundaria comencé a estudiar Derecho. Por medio de dos compañeras del colegio secundario, acepté la invitación de hacer un retiro, hoy diriamos de impacto. Y en mi caso tuvo un buen resultado porque gracias a ello, me volví a encontrar con la fe. Empecé a ir a Misa diariamente, a rezar el Rosario todos los días y a buscar lectura religiosa.
Fue así como el Señor le fue preparando a su llamada. ¿Cuándo sintió el llamado al sacerdocio?
Fue en una Misa en la que el sacerdote estaba predicando sobre el Evangelio de la elección de los primeros discípulos. Empecé a darme cuenta que el Señor me estaba hablando directamente a mí. Llegó el momento de la comunión y comenzaron a cantar pescador de hombres. Otra vez el corazón se inquietó y lo cierto es que después de la Misa, en mi acción de gracias, le pedí luces al Señor. Abrí las Sagradas Escrituras y me encontré de nuevo con el texto de la elección de los discípulos.
¿Le dio paz y alegría esta confirmación?
Lejos de encontrar paz puedo decir que entré en estado de conmoción porque no podía ser que el Señor me estuviera pidiendo esto a mí. Comencé con mis excusas: que estaba en la mitad de mi carrera, que no tenía condiciones para esto, que había gente mucho más buena, lo que pensarían mis padres etc. Fue un tiempo en el que guardaba silencio hacia fuera, pero por dentro estaba con esta inquietud que no se me iba. No quería hablar con un sacerdote porque era obvio que me iba a decir que tenía vocación.
Lo cierto es que esta situación ya no la pude sostener en el tiempo. Decidí ir a hablar con mi párroco a quien no sólo le cuento lo sucedido en la Misa sino que también le digo que tenía dos ideales, que eran, el derecho y la politica y que ya ninguno de los dos me resultaban atrayentes. Le dije que en donde me sentía como pez en el agua era estando en las cosas de Dios. Total que mi párroco me dice lo que no quería escuchar y me confirma mi vocación, pero también fue muy prudente y respetuoso con mi conciencia. En ningún momento me presionó o quiso convencerme con vehemencia de mi vocación.
¿Cuando dijo el Sí definitivo al Señor?
Llevé un tiempo más esta lucha interna hasta que un día por la tarde estando la Iglesia sin gente me fui al Sagrario y me puse de rodillas y le dije: “Señor, no entiendo nada, no sé lo que debo hacer, ni dónde debo ir, pero aquí estoy dispuesto”. Fue impresionante ver la paz que inundó mi alma. El semblante había cambiado. Ahora debía afrontar esta decisión frente a mis padres y la verdad que las reacciones no fueron muy positivas, principalmente la de mi padre. Hasta el día que falleció (va a hacer un año) estuvo en contra. Al principio batalló ferozmente, luego optó por la indiferencia, y terminó cerrando su corazón…
¿Cómo se ha sentido bendecido por la Eucaristía en su sacerdocio?
Este 2 de octubre he cumplido 27 años de mi ordenación sacerdotal. Me he sentido un bendecido por semejante llamado. La Eucaristía para mí ha sido siempre el ámbito propicio para toda mi tarea sacerdotal. El Sagrario siempre fue mi ámbito natural y por ende la adoración al Santísimo.
El último destino en la Argentina fueron 15 años en la Parroquia San Antonio de Padua. La jurisdicción parroquial cuenta con poco más de 40 mil habitantes y 5 capillas para atender. La parroquia pudo asumir la Adoración Perpetua. Fueron prácticamente 15 años en los que se adoró al Señor día y noche, tarea asumida en su totalidad por laicos. Tuve la gracia de tener 20 años un grupo misionero por el que pasaron cantidad de jóvenes, con algunas vocaciones a la vida consagrada y matrimonial.
¿Por qué decidió ir a Lourdes?
Cuando empezaba a estar todo más encauzado en mi sacerdocio, a fines del año 2017, la Virgen al despertarme por la mañana me dice en mi interior que debo ir a Lourdes. Confieso que no era mi principal advocación. Acababa de llegar de Fátima, pero la voz interior fue muy clara y decisiva. Por tal motivo fui a hablar con mi obispo y contarle lo que me sucedía. Encontré apoyo en él, pero lo trasladaron a otra diócesis y falleció mi madre. Ese llamado no se pudo concretar hasta septiembre de 2019. Al llegar a Lourdes me dirigí inmediatamente a la gruta. Allí me encomendé, agradecí y pedí por mucha gente. También le dije: “Madre, que me conmueva porque hice 10 mil kilómetros y no sé para qué”, Luego fui a las piscinas y tuve ahí una experiencia muy reconfortante.
Pero el toque de la gracia fue frente al Santísimo Sacramento en la procesión con los enfermos…
Así es, al poner mi mirada sobre el Señor en la custodia, tenía una necesidad imperiosa de llorar, pero no quería hacerlo delante de la gente. No lo pude evitar y las lagrimas brotaron y en cantidad. Yo experimenté que el agua purifica y da vida y aquí algo nuevo estaba sucediendo. Mi alma quedó inundada de mucha paz y eso me bastó para agradecer haber estado en Lourdes, pero el viaje continuaba y llegué a Sevilla. Solamente me iba a quedar 2 días y al final fueron 10. El primer lugar que conocí fue la capilla de San Onofre, en donde está expuesto el Santísimo todo el día. Allí me pasó lo mismo que en Lourdes, con la diferencia de que mirando al Señor le dije: “dame tu amor porque creo que en esta vida no hay otra cosa que amar”.
¿Cómo le marcó luego la Virgen Macarena?
Cuando salgo de allí me acordé de la Virgen Macarena y pregunté si estaba allí en Sevilla. Lo de la Macarena tiene una historia previa, cuando entré al teologado lo hicimos con unos Ejercicios Espirituales y el sacerdote llevó varias estampas para que eligiéramos una y ella nos ayudara a rezar. Mis ojos se detuvieron en una: era la Macarena; de hecho mis estampas de recordatorio de ordenación diaconal están hechas con la imagen de la Macarena. Pero de la Macarena me olvidé hasta que pasados los años llegué a Sevilla. Fue ella misma quien me lo recordó, después de preguntar cómo llegar, caminé cerca de media hora y al entrar en la Basílica estaba repleto de gente porque era el besamanos de la Virgen del Rosario. Mis ojos se detuvieron en la Macarena y ahí sentí que la Virgen me abrazaba con un amor único y sentía la presencia de Dios Padre.
Dije que estuve 10 días en la ciudad. Toda Sevilla fue para mí como un gran retiro espiritual y un sacerdote con el que traté durante esos días, me dió ejemplo de santidad y fue el instrumento que Dios puso para que fueran resucitando mis huesos. Comprobé cómo la Virgen iba ayudándome a preparar el corazón para una nueva etapa. Cuando crucé la plaza de la Inmaculada sentí una moción interior que me decía: “deja todo y vuelve a empezar". Lejos de angustiarme, me encontré con mucha paz.
¿Cómo le notaron el cambio al regresar a Argentina?
De regreso a Argentina la gente advertía que algo me había pasado porque yo no era yo. Y lo entendía perfectamente porque me daba cuenta que la gracia había renovado mi sacerdocio. Tenía ña alegría de la entrega, una mayor paciencia, una mirada sobrenatural a todo, un deseo constante de buscar a Dios. Por eso me levantaba todas las noches a las 4 de la mañana para estar con el Señor. Fue una de esas noches en donde la palabra de Dios me iluminó para que diera un nuevo paso en mi vida, confiando todo a la Virgen y dejando que Ella me mostrase el camino. Entré en contacto con el arzobispo de Sevilla contándole todo lo sucedido y también un deseo firme de volver a empezar, de dejarlo todo, de confiar absolutamente en la providencia.
El arzobispo me pidió que hablara con mi obispo de Argentina, cosa que hice en plena novena a la Inmaculada. Aunque tenía mi certeza interior que estaría en Sevilla, la Iglesia tiene su jerarquía y su discernimiento. El obispo argentino estuvo de acuerdo y el arzobispo también, así se dio el paso a una nueva realidad. Luego tuvimos que someternos todos a lo sucedido con el covid y el tiempo de mi llegada se retrasó unos meses.
Si hay algo que tengo claro es que la Virgen fue el instrumento para llevarme nuevamente a Jesús y que lo único que quiero y deseo es irme al Cielo. Aunque la frase aquí es conocida para mí no lo era, por eso siempre digo: de Sevilla al Cielo.
¿Cómo fueron sus primeros años en Sevilla?
Estuve tres años colaborando como vicario parroquial en la Parroquia San Juan Pablo II de Dos Hermanas. Fueron tres años maravillosos, de muchas horas de confesonario, conociendo nuevas realidades pastorales como Emaús, Effetá, el Proyecto Amor Conyugal y Cursillos de Cristiandad.
Después de esos tres años vino mi incardinación a la archidiócesis y el arzobispo me pidió una nueva misión: asumir una parroquia que había que renovar en todas sus dimensiones, pastoral y edilicia. Por distintas circunstancias fue una parroquia que se erigió como tal, pero no fue trabajada para tal tarea. Por lo que el obispo, apelando a un dicho argentino, me dijo: que estaba seguro que iba a poner toda la carne en el asador… y lo estamos intentando.
Lo primero que hizo al asumir la parroquia de San José en Dos Hermanas, fue celebrar diariamente la Eucaristía y tener una hora Santa.
Así es como fuimos, poquito a poco, creciendo, ya tenemos los otros dos ejes necesarios: la catequesis y Caritas. Asimismo se aprobó una agrupación que llevaba 40 años esperando y hoy es una Hermandad que camina con mucha ilusión. Pudimos comenzar con dos grupos de Oración de Madres y un grupo de matrimonios del Proyecto Amor Conyugal. Muy pronto, en un par de días, tendremos el primer Retiro de Emaús de mujeres. También hemos sumado horas a la adoración eucarística. Todos los jueves todo el día hasta la Misa vespertina y luego de 23 a 24 horas y los primeros viernes todo el día.
Es muy alentador ver que mientras escuchamos todos los días que se cierra un convento y que España se está muriendo, encontramos una nueva luz y allí Dios se hace presente. La adoración es la fortaleza de la parroquia y también la gracia de tener dentro de la parroquia el Monasterio de hermanas carmelitas, del que soy capellán.
¿Ha habido dificultades en todo este proceso?
No sería sincero y honesto si no dijera que también ha habido y hay dificultades y que muchas veces nos quieren tirar para atrás. En esto puedo decir con toda verdad que he visto el proceder del enemigo, el diablo, que busca permanentemente destruir, separar, confundir.
¿En qué situaciones se ha manifestado?
Lo he visto en mi vida personal, en la vida de las personas y en las actividades parroquiales. Una estrategia es sembrar desesperanza, he visto comunidades religiosas como fueron atrapadas por ese veneno. Es tan perverso que incluso te lleva a no rezar más; lo he visto en la calumnia y en murmuraciones interminables. De la mundanidad es esperable, pero es aborrecible cuando la murmuración es interna. He visto el poder del maligno cuando ha convertido la fe en ideología, la religiosidad se basa en criterios mundanos y progresistas. He visto al demonio en la ausencia de fraternidad sacerdotal y en la falta de paternidad. A veces parecemos más trabajadores de una gran ONG que de una institución de origen divino.
He visto como el demonio nos hace creer cosas que muchas veces las repetimos, pero no las chequeamos. Voy a ser concreto: llegan los meses de verano, por lo tanto todo se suspende, se quitan Misas, la adoración, parece que por dos meses no hay pobres porque no hay voluntarios de Caritas y así sucesivamente. Repetimos: la gente no viene, está de vacaciones.
Pero su hay adoración, la gente viene…
Claro. Puedo decir que hace dos años, el primer viernes de mes de agosto, comencé con la adoración al Santísimo todo el día y había a las 5 de la tarde 10 personas. Una iglesia cerrada, es una iglesia muerta. Sería bueno recordar que el primer toque de gracia que recibió Edith Stein para llegar a su conversión fue ver a una mujer un día de semana entrar a la Iglesia fuera de horario de culto. La conversión de Hermann Cohen fue al hacer un reemplazo como organista en una Iglesia en la que estaba expuesto el Santísimo. Desde ese momento su vida empezó a cambiar.
Por eso se necesita la adoración y la presencia constante de la Virgen.
Sú y no es un mero discurso, es una realidad. El ataque frontal está con la Eucaristía, destruir lo sagrado, mundanizar un ámbito que es sólo para Dios. Como a veces no nos damos cuenta, o no lo queremos entender, llega del Cielo un Carlo Acutis que tomó su primera comunión a los 7 años y no dejó su Misa diaria hasta que murió a los 15. El joven amaba la Eucaristía y profundizaba en los milagros eucarísticos. El chaval nos ha dado una cachetada para despertarnos y decirnos a curas, y a padres y niños, que la autopista para ir al Cielo es la Eucaristía.
Por Javier Navascués
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