Misioneras de las Doctrinas Rurales, consagradas seglares que catequizan en los lugares más alejados

Mª Leticia Montero Granados. Directora de las Misioneras de las Doctrinas Rurales. Nació el 7 de febrero de 1965 en Chauchina (Granada). Estudió Magisterio en la Universidad de Granada (1983-85). Ingresó en la asociación Misioneras de las Doctrinas Rurales el 18 de julio de 1985.

¿Cómo nacen las Misioneras de las Doctrinas Rurales?

Las Misioneras de las Doctrinas Rurales nacen por el encuentro providencial del beato Tiburcio Arnáiz S.J. y la SdD María Isabel González del Valle, el año 1921.

El P. Arnaiz era un vallisoletano que después de haber ejercido como párroco diocesano, entró en la Compañía de Jesús y terminó destinado en Málaga, donde se gastó y se desgastó por el Señor y por sus prójimos en múltiples apostolados: desde visitas a hospitales y a las cárceles; tandas de Ejercicios Espirituales a sacerdotes, religiosas y seglares; dirección espiritual a personas de todas las clases sociales, predicación de Misiones Populares…

En los barrios periféricos y marginales de Málaga se vivía un ambiente anticlerical y anticristiano. Una anécdota que nos sirve para hacernos cargo de la situación: Una vez fue a visitar un “corralón”, que eran unas casas de vecinos de muy pocos recursos económicos, con un patio alrededor del cual vivían numerosas familias a veces con una sola habitación por cada una, el lavadero y otros servicios en común, y le tiraron una rata muerta. Pero el Padre, en lugar de indignarse por aquel original recibimiento, o amilanarse y no volver a asomarse por aquellos contornos, lo que hizo fue conmoverse y sentir compasión por la situación humana, material y espiritual de esta pobre gente. Decía “si nadie les enseña…”

El Padre hacía vida uno de los consejos que daba a los demás “Hemos de imitar a las locomotoras, que, por el generador de fuerza que llevan, corren y llevan a otros al fin deseado”. Cómo era capaz de comunicar su celo misionero a todo aquel que se le acercaba, enseguida contó con un grupo de señoras y señoritas, algunas de la alta sociedad Malagueña, que animadas por el ejemplo y alientos de su director espiritual, comenzaron a colaborar con él en sus apostolados, y él las mandó a estos corralones. Alquilaba una habitación, donde montaba una especie de escuela. Por las tardes iban estas catequistas para impartir gratuitamente clases de cultura general y las nociones básicas de nuestra fe. Al palpar de primera mano las necesidades materiales de estos vecinos, como muchas de ellas contaban con recursos económicos, también les ayudaban a paliarlos. Y de este modo, en pocas semanas el ambiente del corralón cambiaba por completo. Se les quitaban los prejuicios contra la Iglesia, y al conocer quién era Dios, lo que Jesucristo había hecho por ellos, el valor e importancia de los sacramentos, etc., de ser reacios ahora estaban deseando acercarse a recibirlos. Cuando el ambiente ya estaba así preparado iba el mismo P. Arnaiz a tenerles una pequeña Misión, con actos de predicación, celebración de la Sta. Misa y administración de los Sacramentos.

Sin embargo había algo que todavía le quemaba más por dentro: el abandono de las personas que vivían en los campos. La situación de pobreza y abandono espiritual no solo era la misma que en los corralones, sino más acuciante, ya que en los suburbios de las ciudades era más fácil llegar hasta ellos y ellos acudir donde necesitasen. En cambio, en aquellos años, para acceder a las aldeas y diseminados más alejados había que hacerlo en caballería o andando tras varias horas de camino. Cuando en sus viajes de un pueblo a otro dando Misiones Populares divisaba estas cortijadas, soñaba con poder trasladar hasta sus habitantes el mismo apostolado que ya estaba realizando en los corralones malagueños. Una vez se lo comentó a una de sus dirigidas, Emilia Werner.

Pero esta se debió horrorizar al principio, pues exclamó “Padre ¡eso es imposible!” Claro, no era lo mismo dedicar unas horas de la tarde a dar clase y catecismo a unos pobrecitos, pero luego volver a dormir a su casa, con todas las comodidades materiales y facilidades para su vida espiritual, y otra cosa muy distinta era intentar hacer lo mismo en una aldeucha a la que si ibas, tenías que instalarte allí, y vivir como una vecina más, en las mismas condiciones y por una temporada larga. No se trataba de entregar a Dios y al prójimo de “lo que sobraba”, aunque fuese con generosidad, sino que aquello era empezar a entregar la propia vida. Para una empresa así hacía falta vocación… El P. Arnaiz no era un iluso. Él veía las dificultades claramente. Sin embargo, con total confianza le contestó a la buena de Emilia “Cuando Dios quiere una cosa, manda las personas y los medios. Si Él lo quiere esto se hará”.

Se ve que el Señor sí lo quería, pues en enero de 1921, apareció por Málaga María Isabel González del Valle Sarandeses. Era una joven Asturiana que se había criado en una familia muy cristiana, con buena formación religiosa, práctica piadosa, y a la vez poseedora de una gran fortuna. Se acostumbró a vivir en medio de la abundancia económica y con pasatiempos propios de su clase social, y aunque nunca dejó de llevar una vida moralmente recta, este ritmo de vida en los años de su juventud le hizo enfriarse en su vida espiritual. Hasta que sintiendo un vacío interior, cuando tenía 30 años se determinó a hacer unos Ejercicios Espirituales en Madrid, donde llevaba unos años viviendo. Allí el Señor le tocó el corazón y salió totalmente transformada. Sentía una llamada de Dios muy clara y apremiante: que debía ir por los pueblos, con su casina a cuestas, dando a conocer a todos el Padre que tenemos. Totalmente decidida a entregarse al Señor, bajo la dirección del P. Castro S.J. (que era el jesuita que había predicado esos Ejercicios) empezó a mirar en diferentes congregaciones religiosas, pero ninguna encajaba con lo que claramente sentía que Dios le pedía a ella. Entonces destinaron al P. Castro como misionero a las islas Carolinas y se plantearon que quizás los designios del Señor fuesen que María Isabel se trasladase allí y se dedicase a realizar obras de apostolado entre infieles.

Mientras su director estaba de viaje a su nuevo destino, ella llegó a Málaga buscando esclarecer la voluntad de Dios respecto al camino que debía seguir. Había tenido noticia de que una joven malagueña también tenía aspiraciones de marchar a las Islas Carolinas, y quería entrevistarse con ella. Esta joven resultó ser una de las dirigidas del P. Arnaiz, y sus deseos de marchar a las misiones en el Pacífico eran muy difusos y desde luego no había perspectiva de que pudiesen cristalizar a corto plazo. Pero enseguida puso en contacto a María Isabel con su director espiritual, invitándola a participar en una tanda de Ejercicios que el Padre iba a predicar a sus dirigidas a principios de enero de 1921. Cuando María Isabel se entrevistó con el jesuita, la tarde que iban a comenzar los Ejercicios, el P. Arnaiz acababa de bajar, aquella misma mañana, de una Misión en Pizarra, donde había tenido la oportunidad de subir a la Sierra de Gibralgalia. Era una de aquellas aldeas que preocupaban al Padre. En su visita quedó impresionado de las condiciones de vida de sus habitantes, y más todavía cuando ofreció un rosario de cuentas de colores al que supiese hacer la Señal de la Cruz y no hubo absolutamente nadie, ni chico ni grande, que la supiese hacer.

Por eso, cuando se le presentó aquella señorita tan expresiva, y tan bien acicalada, hablándole de las misiones entre infieles, se ve que se la quedó mirando y le espetó “¿y con ese vestido y esos zapatos piensa usted ir a las Carolinas?” Le habló de aquella aldea, de la misma provincia de Málaga, y le preguntó si estaría dispuesta a ir allí. A María Isabel le debió dar un vuelco el corazón. Después de aquellos Ejercicios empezó a dirigirse espiritualmente con él y se puso enteramente a su disposición, totalmente decidida y ardiendo en deseos de marchar a Gibralgalia. Pero todavía tardaron un año en encontrar a otras que se ofreciesen a acompañarla. Pero a María Isabel le pasaba como al P. Arnaiz: sabía contagiar su celo, y en esos meses en los que estuvo colaborando en los apostolados que realizaban las dirigidas del Padre, consiguió animar a algunas. En enero de 1922 subieron a la Sierra de Gibralgalia, instalándose en una choza y habilitando otra para escuela. Comenzaron a visitar todo el pago, a impartir clases de catecismo, lectura, escritura y cuentas, a hacer de enfermeras… Todo siguiendo la distribución, las indicaciones y consejos que el P. Arnaiz les daba. Acababa de inaugurarse la primera Doctrina Rural. Allí María Isabel descansó por fin, sintiendo que acababa de encontrar su vocación, el modo concreto de entregarse al Señor tal como Él le pedía.

Aquella aventura misionera no careció de dificultades, pues no faltó quien viese en aquello una locura descabellada e imprudente. ¿Qué hacían aquellas señoritas yéndose a vivir solas en medio del campo, en aquellas condiciones, teniéndose que privar hasta de los sacramentos…? Pues para oír Misa los Domingos tenían que hacer varias horas de camino hasta el pueblo más cercano, y si los arroyos iban crecidos, incluso tenían que quedarse varias semanas incomunicadas. Y realmente aquello suponía un sacrificio no pequeño para las propias Doctrineras, que eran de una intensa vida espiritual, acostumbradas a la comunión diaria y a un estilo de vida totalmente distinto. Pero como decia el P. Arnaiz y San Manuel González, entonces obispo de Málaga: “Aquello era dejar a Dios por dios”. Ademas la respuesta de la gente fue tan buena que al año siguiente inauguraron una pequeña capilla que construyeron, gracias, principalmente, a la aportación económica de María Isabel. El fruto que el Señor les permitía ver en aquellas gentes tan agradecidas y que bebían como esponjas todo lo que ellas les transmitían del Señor, les recompensaba todas las otras privaciones. Y viendo lo fructífera que había sido esta primera Doctrina, se animaron a repetir la experiencia acudiendo a otros campos y poniendo en práctica el mismo modelo que habían seguido en la Sierra.

¿Qué nos puede decir acerca de la vida del fundador y de la fundadora?

En la oración que se imprime en las estampas para pedir favores al Beato Tiburcio Arnaiz hay una frase que lo define muy bien: “Buscó la gloria de Dios, su propia abnegación y el bien de las almas”. Era una persona totalmente olvidada de sí, cuya única aspiración era corresponder a todo lo que el Señor había hecho por nosotros, haciendo todo lo que estaba de su mano por darlo a conocer y hacerlo amar. A él le parecía que había desperdiciado muchos años sin una entrega total y quería recuperar el tiempo perdido.

Por eso cuando nos asomamos a su vida nos asombramos de la actividad vertiginosa que fue capaz de realizar, y sobre todo de la intensidad que ponía en todo lo que hacía. Pero como él mismo decía “el que vive mucha vida de unión con Dios participa de los afectos de su Corazón”, por eso sentía dentro de sí el mismo fuego que el Corazón de Jesús cuando se conmovía al contemplar a las multitudes como ovejas sin pastor. Le preocupaba el bien del prójimo, sobre todo el espiritual, porque estaba convencido que el negocio más grande es la salvación del alma, sin la cual no servirá de nada todo el bienestar material que podamos alcanzar en esta tierra. Solía decir “Ganar cielo es lo único que importa en la vida”. Si se preocupaba de paliar esas otras necesidades y de elevar el nivel cultural era porque comprendía que estos aspectos los exigía la dignidad de la persona creada a imagen y semejanza de Dios, y eran la base para poder luego atender al crecimiento espiritual de la persona. Y todo esto lo hacía con mucha gracia. Parece que de entrada daba la impresión de alguien serio, con parquedad castellana. Sin embargo atraía a las almas a poco que lo tratasen o escuchasen su predicación, y en sus cartas se percibe una fina ironía y mucho humor que lo hacían muy simpático. Resulta hasta divertido leer algunas de estas cartas en las que organizaba las “vacaciones” al grupo de doctrineras, que desde la llegada de María Isabel comenzaron a compartir también juntas algunas semanas de descanso. No solo les propone el horario que pueden seguir sino que desciende hasta detalles del menú que pueden tomar en el desayuno, velando para que aquellos días sean unas verdaderas vacaciones donde recobrasen fuerzas, tanto físicas como espirituales, y que les sirviese de verdadero esparcimiento para retomar con más ánimo otros trabajos.

Para sí mismo era muy exigente; para las personas que se ponían bajo su dirección también lo era… pero combinando la franqueza castellana con mucha dulzura y comprensión, sabiendo adaptarse al ritmo y exigencia que el Señor marcaba a cada alma y que no era el mismo para todas. Por lo que se ganaba a las personas y conseguía hacerlas dar lo máximo de que eran capaces.

María Isabel tenía un temperamento muy distinto al de su director espiritual. Era muy vehemente, zalamera, acostumbrada a vivir entre comodidades y a salirse siempre con la suya, líder por naturaleza. Cuando el Señor le ganó el corazón en aquellos Ejercicios Espirituales no anuló su carácter, sino que lo transformó. Diríamos que lo divinizó. A partir de ese momento volcó en el Corazón de su Jesús toda su afectividad. En una ocasión en que el P. Arnaiz subió a la Sierra de Gibralgalia, estaban haciendo una Hora Santa, y en un momento se giró hacia su director y exclamó espontáneamente “A mí lo que me pasa es que estoy enamorada del Señor”.

Por eso, a partir de la que podríamos llamar su conversión, todas sus cualidades y eficacia las empleó, ya no más para sí misma, sino para “su Señor” y las almas más abandonadas. Vivía como esposa enamorada y madre volcada en los hijos más débiles y necesitados. Con una magnanimidad y generosidad que asombran. Poseyendo una fortuna, terminó sus días en la más extrema pobreza, hasta el punto que sus compañeras pudieron sufragar los gastos del entierro gracias a una limosna que les llegó providencialmente. Porque había dado a su Señor todo cuanto era y tenía. Y esta es una prueba de que aquel “enamoramiento” de los primeros meses no fue una emoción sentimental. No fue un “fogonazo” en el que experimentó sensiblemente el amor del Señor, y ya está, sino que la transformó de veras.

De lo contrario no hubiese sido capaz de arrostrar todas las dificultades por las que tuvo que pasar a la hora de seguir su vocación, que fueron muchas. No solo permaneció fiel a la voz del Señor en los momentos de ese fervor sensible, sino también en los momentos de sequedad y noche oscura del alma por los que tuvo que pasar y en las que pudo demostrar la solidez de su confianza en Dios y de su entrega. En una consagración que hizo de las Doctrinas al Corazón de Jesús, y que escribió con su propia sangre, le decía al Señor “Imprime con fuerza en mi corazón el deseo de salvar las almas como Tú las salvaste, con el sufrimiento, la humillación y el abandono de todos” Y el Señor le concedió, no solo el deseo, sino el practicarlo.

¿Cómo están los procesos de canonización de los fundadores?

El P. Arnaiz fue beatificado el 20 de octubre de 2018 en la Catedral de Málaga. Fue un acontecimiento muy hermoso, pues en la diócesis goza de muchísima devoción popular. Su tumba, en la Iglesia del Sagrado Corazón de Málaga, está siempre llena de flores y es un río continuo de gente de todas las edades y condiciones acudiendo, encomendándole cosas, dándole gracias por los favores recibidos, etc. Desde el cielo sigue ejerciendo la misma influencia y atracción que durante su vida, pues todo el que acude a él por primera vez enseguida comienza a sentirlo como un amigo, como alguien muy cercano, y ya no lo deja. Actualmente, en Zaragoza se ha creado una comisión que está estudiando un presunto milagro para la canonización, acaecido por intercesión del beato.

De María Isabel se introdujo el proceso de canonización en noviembre de 2023. No se había incoado antes porque vivian personas con las que ella tuvo relación y cuyas historias no convenía poner a la luz hasta que fallecieran. Además estando en marcha el proceso de beatificación del P. Arnaiz, no nos veíamos con fuerzas de comenzar el de la fundadora. Sin embargo, durante la preparación de la Beatificación del Padre, preparamos una exposición biográfica para dar a conocer su vida, y cuando tocaba explicar la fundación de las Doctrinas inevitablemente teníamos que hacer una breve reseña sobre María Isabel.

Entonces nos llamó mucho la atención como la mayoría de personas se quedaban muy impactadas por su figura y exclamaban “ella también era una santa”. Vimos cómo empezaban a crecer el número de sus devotos, y por eso creímos que había llegado el momento de introducir también su proceso. En el año 2022 se nos concedió un año jubilar con motivo del centenario de la fundación, y en esa ocasión muchas personas subieron a la Sierra, en cuya iglesia reposan sus restos mortales, y pudieron conocer más su figura y sus virtudes. Desde entonces los vecinos nos cuentan cómo son cada vez más los que acuden a su sepulcro. Actualmente se está trabajando en la preparación de toda la documentación necesaria para cerrar el proceso diocesano de canonización. Por eso es importante que nos encomendemos a ella, también en los casos donde parece que no hay solución humana, para que si el Señor quiere que la veamos en los altares pueda concederlo por su intercesion.

¿Cuál es su carisma específico en la Iglesia?

Nuestro carisma es esencialmente misionero. Somos una asociación de seglares consagradas y nuestra vocación es la de evangelizar, dar a conocer nuestra fe, preferentemente en los lugares más abandonados, con menos medios de acceder a la formación y práctica religiosa. Pues como dice S. Pablo “¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?; ¿cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie?” Realmente esta falta de oportunidades de formarse en la fe y de alimentarla por medio de los sacramentos suele coincidir con la carencia de medios materiales y de otros servicios, es decir, en las zonas donde la pobreza material es más acentuada o en los núcleos más alejados de otras poblaciones. De ahí que nos llamemos Misioneras de las Doctrinas Rurales, ya que desde los comienzos nuestro campo de apostolado suele coincidir con la zona rural. Pero no excluimos los barrios marginales de ciudades o de pueblos grandes.

A principios del S. XX, cuando nació nuestra Obra, el abandono de las aldeas y cortijadas era debido a la falta de infraestructuras. No existían carreteras que comunicasen aquellos núcleos de población. Hoy en día, gracias a Dios, ese problema no existe en España. Sin embargo se da otras circunstancias: la cada vez mayor descristianización de nuestra sociedad y sobre todo la escasez de sacerdotes. A un solo párroco cada vez se le asigna un número más grande de parroquias, sobre todo en estas zonas rurales, y a muchos les es imposible atender a toda la grey que se les encomienda. En algunas zonas de Galicia, hemos estado colaborando con sacerdotes que atendían 7 parroquias, en el Pirineo hasta 10. Y casos similares en pueblos de Cuenca. En Jaén estuvimos en una pedanía de unos mil habitantes en la que solo tenían una Misa al mes. En Almería hemos estado en aldeas de las mismas dimensiones donde llevaban sin Misa años, excepto el día del patrón, porque ni si quiera tenían iglesia. Lo que están recibiendo estas personas respecto a la fe, es como una gota perdida en el océano.

En el caso de barrios marginales pertenecientes a poblaciones más grandes, la dificultad muchas veces está en que nadie se atreve a entrar por el mal ambiente y la mala fama que se genera en torno a ellos. Era el caso de uno que, por demarcación, pertenecía a una de las parroquias principales de la ciudad. Se trataba de una parroquia con una pastoral muy activa. Pero ni los sacerdotes ni nadie de la parroquia se atrevía asomarse por aquellas calles, y no sabían cómo hacerles bien a sus vecinos. Después de nuestra estancia se rompieron muchas barreras: las personas encargadas de la pastoral de la salud comenzaron a visitar a los enfermos del barrio con regularidad, la parroquia realizaba actividades religiosas y culturales en el mismo barrio, y muchos de los vecinos ya no veían el templo parroquial como algo ajeno. En otro barrio similar, nada más llegar, algunos de los vecinos vinieron a visitarnos y darnos sus consejos. Y claro, no salíamos de nuestro asombro cuando una de las cosas en las que más insistían era en que “si escuchan tiroteos, y alguien llama a su puerta, no se les ocurra abrir bajo ningún concepto”.

En otra ocasión hicimos un pedido para la clase de manualidades que estábamos impartiendo, y nos sorprendió mucho que el chico del servicio de paquetería nos llamase muy temprano diciendo que en cinco minutos nos traería el paquete a la casa. Cuando salimos a recogerlo le manifestamos nuestra extrañeza de que lo trajese a esa hora, y el pobre nos explicó “es que mi jefe me ha dicho que como viniese al barrio más tarde, cuando estuviesen los vecinos despiertos, me dejaban la furgoneta hasta sin las ruedas…”. Cuando terminamos la Doctrina y nos despedíamos de la gente, una gitana nos confesó “hermana, se han metido en casas donde no se atreve a entrar ni la Guardia Civil” A nosotras nos hacía mucha gracia, pues lo veían como una enorme valentía, y lo que ocurría era que con toda ingenuidad, cuando llegamos y comenzamos a visitar todas las casas, nosotras no sabíamos “donde nos metíamos”.

En una sociedad tan secularizada como la nuestra, donde nada habla de Dios y lo que se encuentra en los medios de comunicación generalistas suele ser para ridiculizar a la Iglesia y la religión, el nivel de formación cristiana es muy deficiente en todos los ambientes, y estamos muy necesitados de evangelización, España es tierra de misión. Pero en las ciudades o pueblos grandes, siempre se tienen más oportunidades de buscar y formarse. Por eso, aunque nuestros fundadores no se excluyeron de su apostolado a nadie y siempre intentaron hacer el bien posible a todo aquel que el Señor pusiese en su camino, lo que deseaban era llegar donde otros no llegan, llevar la luz de Cristo principalmente a los pobres y moralmente abandonados.

Otra característica importante es que somos itinerantes. No fundamos en los lugares donde vamos a ejercer nuestro apostolado, sino que nuestra estancia es temporal: el tiempo necesario para que quede un grupo formado de personas que deseen vivir su vida cristiana y puedan ser fermento en el pueblo, que puedan atender a las cosas del Señor y preocuparse por transmitir a los demás la fe recibida. En ese sentido nos sentimos identificadas con S. Juan Bautista: nuestra misión es la de preparar los caminos al Señor. Preparar a las almas para que cuando acuda el Sacerdote, se acerquen con las disposiciones necesarias, y verdaderos deseos, a recibir los sacramentos. Podemos estar un curso o dos, o incluso alargar algo la Doctrina ampliando nuestro apostolado a aldeas cercanas. Pero una vez realizada la Misión, marchamos a otro lugar. Nuestra tarea es roturar el camino.

¿Cuál es su espiritualidad concreta?

Nuestro fundador, el Beato Tiburcio Arnaiz, era Jesuita. Y nuestra fundadora, la SdD María Isabel, tuvo su conversión en unos Ejercicios Espirituales, además de que siempre se dirigió espiritualmente con padres de la Compañía. Ella siempre decía que éramos “nietas de S. Ignacio”. Por eso nuestra espiritualidad es la propia de los Ejercicios Espirituales de S. Ignacio de Loyola. Y centrada en la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús.

En los últimos años de su vida, esto se concretó un poco más. Ya fallecido el P. Arnaiz, María Isabel y sus primeras compañeras conocieron al P. Juan Antonio Segarra S.J. que se convirtió en su director y apoyo. Él les había predicado un retiro que les marcó a ellas y a la espiritualidad de la Obra. En este retiro les habló de la Entronización del Corazón de Jesús en el propio corazón, y esta se convirtió en la expresión de su consagración bautismal, un medio para vivir esa consagración y su pertenencia al Cuerpo Místico de Cristo de forma más consciente, viviendo su vida y deseando apropiarse de sus sentimientos. Como dice S. Pablo a los Filipenses “sentid en vosotros lo que os corresponde como a miembros de Cristo Jesús”, para que de ese modo todo lo que ellas pensasen, sintiesen e hiciesen, fuese una prolongación del mismo Cristo. Esa es la aspiración de cada Misionera. Que el Corazón de Cristo sea el Rey, el que dirija su propio corazón.

¿Cómo viven la vida de piedad, apostolado y comunidad?

El centro de nuestra vida de piedad es la Eucaristía. A las pocas semanas de dar comienzo la primera Doctrina en la Sierra de Gibralgalia, el entonces obispo de Málaga, S. Manuel González, compadecido de las privaciones que tenían que hacer las misioneras, le dio permiso a María Isabel para montar un oratorio donde tener el Reservado. Esto para ella fue un consuelo enorme, el motor que le permitía seguir aquella vida de entrega al Señor en los prójimos. Desde entonces siempre hemos tenido el permiso para tener el Santísimo en nuestras casas, y María Isabel insistía en que la mejor dependencia y la primera en instalarse fuese siempre la capilla. Ella decía «En el Sagrario lo tengo todo y allí está también unido a Cristo todo lo que quiero en el mundo». El día lo comenzamos allí, ante el Sagrario, con una hora de oración. Al medio día volvemos a la capilla para hacer examen de conciencia y rezar las letanías de los Santos. Y por la noche, para terminar la jornada lo volvemos a hacer a los pies de Jesús Eucaristía con la preparación de la oración del día siguiente, el examen de conciencia y el rezo de Completas.

Solemos rezar el rosario con la gente del pueblo, y promovemos todos los ejercicios de piedad popular que los pueden ayudar a ellos en su vida de fe. A diferencia de nuestras primeras compañeras, actualmente es más raro que nos quedemos sin poder asistir a la Santa Misa diaria, ya que, aunque en los pueblos donde vamos no la tengan, podemos buscar en otros pueblos, adaptando el horario para compaginarlo con el apostolado. Además, tenemos media hora diaria de lectura espiritual en comunidad, un día de retiro mensual y todos los años ocho días de Ejercicios Espirituales según el método Ignaciano.

Vivimos en comunidad, en grupos de 3 a 5 misioneras con una responsable de cada grupo. Hacemos turnos semanales de las diferentes tareas domésticas (comida, limpieza de la casa, ropa, capilla) por los que vamos pasando todas. Seguimos un horario en común, pero flexible, que se suele adaptar a las necesidades de cada Doctrina.

Los meses de verano nos reunimos todas fuera de los lugares de trabajo. Es el tiempo para estrechar los lazos de comunión fraterna y para cuidar de nuestra formación humana, teológica y espiritual. En este tiempo es cuando aprovechamos para hacer los Ejercicios Espirituales.

Y el medio de realizar nuestro apostolado es vivir con ellos y como ellos, haciéndonos cargo de las necesidades de los vecinos del lugar donde emprendemos cada Doctrina. Nos instalamos en el pueblo o barrio donde vamos a trabajar, como unas vecinas más, compartiendo su vida diaria y los acontecimientos importantes. Ese trato y compartir el día a día crea unos vínculos muy bonitos, y facilitan enormemente el apostolado y el poder hacerles bien espiritualmente. Visitamos todas las casas, y de forma regular a los enfermos y ancianos que suelen estar más solos y tienen más dificultad para poder salir y acudir a otras actividades, intentando en estas visitas instruirlos y prepararlos para recibir los sacramentos. Colaboramos en las catequesis y formación de catequistas de la parroquia. Y para instruir a cuantos más mejor y crear esas relaciones personales, ofrecemos clases y talleres de todo aquello que nosotras podamos enseñar y a ellos les pueda interesar: taller de manualidades, labores o memoria; clases de música, teórica del carnet de conducir, informática, inglés, repaso escolar… Todo de forma gratuita, pues esto sí que María Isabel nos lo dejó como norma: Las misioneras viven de la Providencia, pero no pueden ser gravosas económicamente, ni para la gente con la que trabajan, ni para el párroco o la Diócesis que las solicitan, porque ella decía que los lugares que más nos necesitan son precisamente los que no pueden mantener a un grupo de misioneras. Pues como decía, en nuestras clases solo ponemos como condición que en cada clase o taller haremos un breve descanso de 10 o 15 minutos en el que iremos profundizando en los misterios de nuestra fe. En esos ratos de explicación, repasamos el credo, la vida del Señor, los mandamientos y los sacramentos.

También organizamos teatros, excursiones, etc. El ambiente que se crea es muy hermoso. Es una constante en todos los pueblos: a las pocas semanas, las personas que acuden a los talleres y demás actividades que se organizan, nos confiesan que, sin saber por qué, se sienten muy a gusto; que han estrechado los vínculos con vecinos con los que apenas tenían trato; que se les ha quitado la depresión que tenían, etc. Si además se le suma el que también comienzan a conocer y tratar a Alguien mucho más importante, que es el Señor, el resultado es que se crea un ambiente de alegría que poco a poco se va contagiando. Enseguida son ellos mismos los que invitan e insisten a los vecinos que en un primer momento se mostraban más reticentes. Y los que se enganchan más tarde, siempre lamentan no haber empezado a venir las primeras veces que los invitamos.

¿Cómo fue creciendo la obra hasta nuestros días?

Cuando María Isabel fallecía el año 1937, apenas contaba con 4 compañeras que sentían esta vida misionera como vocación definitiva, y estaban dispuestas a entregarse a ella de por vida. Pero, lo mismo que nuestra fundadora, no se preocuparon de si eran muchas o pocas, ni de si otras las seguirían o no. Simplemente se empleaban con todo el corazón en aquel apostolado que en su interior sentían como una petición del Señor que les dirigía a cada una de ellas. Y la verdad es que nunca fuimos muchas en número, pero no menos cierto es que después de 100 años, el Señor se ha ido cuidando de este “pequeño rebaño”, de atraer a él un goteo de vocaciones que nos ha permitido no dejar de trabajar en todo este tiempo en un total de 279 Doctrinas ( que es como llamamos a las estancias largas de evangelización) y en la preparación de más de 400 Misiones (que consiste en estancias de aproximadamente un mes para preparar Misiones Populares, Semana Santa, Confirmaciones, …). Confiamos en que, si el Señor quiere que se siga llevando a cabo este apostolado según el espíritu que Él mismo infundió a nuestros fundadores, lo mismo que llamó a cada una de las que hemos pertenecido a la Obra, seguirá llamando a otras almas que le quieran responder con generosidad.

¿En qué lugares están actualmente?

Como he dicho anteriormente, somos itinerantes, por lo que responder “donde estamos” es complicado. Muchas personas nos preguntan dónde tenemos nuestra Casa Madre, pero ¡no hay Casa Madre! María Isabel nunca quiso una casa fija con necesidad de mantenerla siempre abierta y de donde nos costase despegarnos para marchar al campo de trabajo directo con las almas. Ella quería emplear todas las fuerzas y energías en el apostolado. Estamos en los pueblos donde tenemos las Doctrinas, y para las épocas de descanso (o en caso de enfermedad) nos reunimos, bien en Málaga, o bien en Villavieja (Castellón) donde disponemos de dos domicilios que nos sirven también de casa almacén, donde guardamos todo lo necesario para montar una Doctrina, que no es poco, ya que tal como María Isabel sintió que le pedía el Señor, vamos siempre “con la casa acuestas”. En estos momentos tenemos una Doctrina en marcha en Cañete, pueblo de la provincia de Cuenca. Y para el próximo curso, además, otro grupo atenderá varios apostolados en la Diócesis de Málaga, donde, si Dios quiere, también organizaremos distintas actividades y actos con motivo del centenario del fallecimiento del P. Arnaiz, el año 1926. Pero para el siguiente año podemos estar en cualquier otro rincón de la geografía española.

¿Cómo sintió la vocación a esta asociación?

Conocí a las misioneras porque tuvieron una Doctrina en mi pueblo. Soy de Chauchina, un pueblo de la Vega granadina. No era un pueblo que en principio entrara dentro de los que suelen trabajar las misioneras, pero en el convento de Capuchinas que tenemos el privilegio de tener en Chauchina, en el año 1982 era abadesa, la actualmente ya Venerable Madre Rafaela de Jesús Hostia, alma santa y que desde su clausura tenía un celo apostólico desbordante. Ella preocupada por la juventud y conociendo el celo que animaba las Misioneras de las Doctrinas Rurales, llevaba tiempo insistiendo en que tenían que ir una temporada, e incluso les preparó una casa donde hospedarse. La superiora de las Misioneras, entonces Lourdes Werner, le replicaba que había sitios mucho más necesitados que Chauchina, pero la Madre Rafaela le decía que si la Virgen quería lo arreglaría. Y la Virgen combinó las circunstancias para que en enero de 1982 se cerraran las puertas de otras Doctrinas programadas y se tuviera que ir a Chauchina por unos meses que se convirtieron en dos cursos. Allí las conocí en Semana Santa, porque vivía durante el curso en Granada. Yo había sentido ya la llamada a la vida misionera en los Ejercicios Espirituales que para las jóvenes organizaba la Madre Rafaela, y ella me había hablado de estas misioneras, pero en el momento que las conocí, con 17 años, la verdad es que la incipiente vocación se había esfumado. Al conocerlas el Señor volvió a llamar a mi puerta, revivió mi vocación y comprendí que en España también hacía mucha falta evangelizar; además me parecía una vida tan parecida a la que llevaba el Señor, de pueblo en pueblo, trabajando con personas de todas las edades, niños, jóvenes, matrimonios, ancianos. También me atrajo muchísimo la piedad, el celo, como se vivían los consejos evangélicos en la comunidad… Bueno que vi que el Señor me llamaba a aquella vida misionera y perdió para mi toda relevancia cualquier vocación u oficio que no fuera dar a conocer al Dios que tanto nos ama. Aunque como hemos dicho, eran poquitas, pero no me importaba ser la última Misionera de las Doctrinas Rurales.

Terminé la carrera de magisterio con 20 años y aquel mismo verano de 1985 me entregue al Señor en esta Asociación, donde como decía María Isabel: “el Señor me llamó sin merecerlo y donde me mantiene a pesar de lo mal que le sirvo”, pero sin haberme arrepentido ni un solo día del “si” que di al Señor.

¿Cómo se puede pertenecer a la asociación y colaborar con ella?

Cualquiera puede colaborar con nosotras de la manera más eficaz, que es a través de la oración y el sacrificio ofrecido por el fruto de nuestro apostolado y la santidad de las que pertenecemos a la Asociación.

Quien tenga posibilidades y lo desee, también puede realizar donativos económicos. Porque como ya dije, vivimos totalmente de la Providencia, ya que no podemos recibir nada de las personas que se benefician de nuestros trabajos, pues los que más nos necesitan, son los que no pueden mantenernos.

Además, cualquier chica puede venir a colaborar como “auxiliar”. Desde el principio, en tiempos del P. Arnaiz que contaba con la ayuda temporal de sus dirigidas, la figura de la auxiliar ha sido muy importante. Se trata de chicas que quieren dedicar una parte de su tiempo (cada una según sus posibilidades) colaborando en el apostolado de nuestras Doctrinas o en la preparación de Misiones. Conviven temporalmente (semanas, meses, cursos) con nosotras, compartiendo nuestra vida y apostolado. Gracias a ellas podemos multiplicar nuestros esfuerzos asistiendo a un mayor número de parroquias. Principalmente en los días de Semana Santa, pero también en otras épocas del año e incluso durante cursos enteros. Algunas de ellas se han consagrado al Señor en la vida contemplativa, otras son madres de familia, otras encontraron aquí su vocación. Pero todas valoran la experiencia como una oportunidad que Dios les brindó para crecer en su unión con Él y un privilegio de poder colaborar en la extensión de su Reino.

Y toda aquella joven que sienta la inquietud de una posible llamada del Señor, puede ponerse en contacto con nosotras y venir a hacer una experiencia como auxiliar. Si siente que esta podría ser su vocación, tras un tiempo de prueba y discernimiento, solicitar la admisión como Misionera de las Doctrinas Rurales. Para, viviendo los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, dedicarse por entero a este apostolado, según el espíritu de nuestros fundadores.

Para conocer más o contactar:

Misioneras de las Doctrinas Rurales

Calle Brahms 7-9ª
29004 Málaga
[email protected]
tf: 952 23 14 84

www.mdrurales.com
www.padrearnaiz.es
www.mariaisabel.mdrurales.com

Por Javier Navascués

1 comentario

  
M. Angels
Son admirables
19/08/25 5:09 PM

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