Daniel Arasa habla de su nuevo libro “Dios no pide el currículum”, que desea ayude a dar pasos hacia Dios

Daniel Arasa, periodista y doctor en Ciencias Sociales. Padre de siete hijos. Ha publicado mas de treinta libros, en su mayoría de historia contemporánea y de temas familiares y educativos. Es presidente de la Plataforma per la Familia y de la Asociacion Cinemanet.

En esta ocasión hablamos con él de su último libro Dios no pide el currículum.

¿Por qué este libro sobre los testimonios y reflexiones espirituales de un periodista, en este caso usted?

Deseo poder ayudar a otras personas a acercarse a Dios. Este libro de “Dios no pide el currículum” puede ser una pequeña aportación que permita a muchas personas reflexionar sobre su propia vida y plantearse el sentido que esta tiene. Varios de los últimos Papas han dicho que hacen falta más testimonios que maestros.

¿A qué se refiere concretamente con el título “Dios no pide el currículum”?

Me refiero a que todo es gracia. Un don de Dios. A veces podemos pensar que nos ganaremos el Cielo a pulso, por nuestros méritos, por llegar a la otra vida con una mochila cargada con nuestras obras. Por supuesto que hemos de actuar tan bien como nos sea posible, pero es un error creer que todo depende de nuestros méritos, de nuestro esfuerzo, de nuestra inteligencia, de los actos realizados. Pensamos así de buena fe, pero somos un poco pelagianos porque olvidamos la parte fundamental, la gracia de Dios, la acción de Dios en nuestra vida. De ahí el cambio fundamental.

Según el testimonio de quienes lo leyeron es un libro de teología profunda dicha con palabras sencillas.

El lenguaje del libro es periodístico, por tanto, sencillo. Si un artículo, una información, unas declaraciones, no son inteligibles para la gran mayoría, es que no son periodísticos.

En este caso se trata de explicar asuntos de fondo para toda persona: la vida espiritual, el valor del dolor, el sentido de la vida, el valor de la oración, la santidad, el perdón, la presencia de los cristianos en la vida pública, el Cielo y el Infierno, etc. de una forma muy ligada a la vida ordinaria, sin que falten anécdotas.

Un anciano sacerdote que leyó el manuscrito dijo: “Ojalá nosotros muchos años atrás hubiéramos tenido un libro como éste para enseñar muchas cosas profundas de la doctrina cristiana de forma tan asequible”.

¿Por qué empieza hablando de la vida cotidiana?

Porque es la que vivimos las personas de la calle. Hemos de ser santos en medio del mundo, de la vida cotidiana, siendo trabajadores, madres y padres de familia, ciudadanos de una capital o de un pueblo con derechos y deberes. Si no encontramos a Dios en ello no lo encontraremos en otro lugar. En el libro hablo de “santidad por lo civil” en el sentido de que la inmensa mayoría de personas no tenemos una vocación de apartarnos del mundo, sino de seglares, pero ello no impide que procuremos ser santos cumpliendo la voluntad de Dios.

Sin embargo, de ahí pasamos a la vida de oración y sacrificio… Me hace gracia que diga sacrificio sin hiel.

El cristiano debe vivir siempre en presencia de Dios, y convertir en verdadera oración todo cuanto realiza: su trabajo profesional, la atención a sus hijos o al cónyuge, la relación con los amigos, los ratos de descanso e incluso las horas de sueño. Por tanto, todo transformado en oración. Para que ello se mantenga es necesario dedicar algunos ratos específicos a rezar, a los sacramentos, a la misa. Entre otras cosas y de formas preferente, dándose cuenta que la misa es el centro de la vida interior, el punto central de encuentro con Cristo, el acto más importante de nuestro día.

Sobre el sacrificio tiene razón cuando recuerda la referencia a que debe ser “sin hiel”. Porque hay que hacer lo posible para aceptar con alegría las contradicciones que nos surgen y los sacrificios que por amor a Dios nos imponemos. Se podría resumir en aquello de que “un santo triste es un triste santo”.

¿Por qué después de la oración y la penitencia aborda directamente el llamado al apostolado y a la santidad?

Uno que se llame cristiano y no es apóstol no es verdaderamente cristiano. Porque si vive de verdad como cristiano lo que lleva dentro le saldrá afuera y deseará comunicarlo a los demás. Para ello no hacen falta técnicas especiales, sino darlo a conocer con naturalidad, proponerlo a aquellos con quienes nos relacionamos. Es simplemente cuestión de amor, de amistad, de querer lo mejor para los demás, porque estamos convencidos de lo valioso que es vivir a fondo la vida cristiana, que nos hace felices.

Y Cristo nos ha llamado a todos a la santidad, aunque los caminos de unos y otros sean distintos.

¿Por qué es importante la presencia de los cristianos en la vida pública?

Participar en la vida pública significa trabajar por el bien común. Todos los últimos Papas han recordado que es una de las más importantes formas de caridad, porque implica dejar asuntos personales para ocuparse de los de todos. Puede hacer mucho bien.

En unos casos su iniciativa contribuirá en avanzar en leyes respetuosas con la dignidad de la persona y evitando las contrarias, que desgraciadamente proliferan. Ahí tenemos las relativas al aborto, la eutanasia, manipulaciones genéticas, agresiones a la familia, limitación del derecho de los padres a decidir sobre los valores en la educación de sus hijos, etc. De haber habido más cristianos que trabajaran a fondo en ello quizás se hubieran evitado muchas aberraciones.

Lo anterior puede aplicarse a quienes se dediquen a la política, pero la vida pública es más amplia. Por ejemplo, muchas asociaciones, fundaciones, grupos sociales y culturales, ong… actúan también en el ámbito público y hacen una gran labor en campos muy diversos. Creo que no debería haber ningún cristiano que no participara en alguna de ellas.

Igualmente manifiesta su amor al Papa y a la Iglesia, independientemente de las coyunturas.

Sí. Sea quien sea el Papa del momento, le quiero, rezo por él todos los días, le defiendo. No es una cuestión humana, sino de ver en él a Cristo.

Esto no quita que a uno pueda gustarle más un Papa que otro. Digo en el libro, y lo expresado verbalmente en muchas ocasiones, que el Papa que más me ha impactado es Juan Pablo II, pero estoy siempre con el Papa que haya en cada momento. Me he sentido bien junto a Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo I, Benedicto XVI y Francisco, y espero, si vivo, que ocurra lo mismo con los papas que sigan en el futuro.

¿Por qué considera importante distinguir entre religión y espiritualidad, algo que tanto se confunde hoy en día?

Es importante distinguirlo porque muchos nos están planteando, ofreciendo, casi forzando a asumirlo, una espiritualidad sin Dios. Algo puramente humano, para sentirse tranquilo y feliz consigo mismo.

Sin entrar en disquisiciones ni en enfrentamientos: muchas espiritualidades que se nos ofrecen no comprometen a nada, mientras que la religión, en nuestro caso el cristianismo, sí.

Dicho de otra manera: estas espiritualidades no generan madres Teresa de Calcuta. Personas como éstas solo salen del amor a Dios.

Para finalizar habla de la hora de la verdad: la hora de la muerte, donde se dirime nuestro destino eterno.

Sí, hablo de la muerte, y recuerdo que ésta nunca priva desprevenido al que vive vida cristiana, porque muy a menudo piensa en ella, y sabe que debe dar cuentas a Dios.

Como a todo el mundo, también a los cristianos la muerte nos impacta, nos sobrecoge, sentimos rechazo hacia ella, pero el cristiano sabe que es el paso para poder encontrarse con su Padre Dios. Por ello no lo ve como una tragedia ni como un final sin nada después. Los cristianos pensamos en la muerte con esperanza.

Pero no todo acaba en la muerte, tras el juicio vuelve a recordar el resto de novísimos, cielo e infierno. La existencia del infierno es dogma de fe, como las del purgatorio para las almas que se han salvado, pero que no están suficientemente purificadas.

Es muy cierto. Existen el Cielo, el Infierno y el Purgatorio. Hay que recordarlo con fuerza porque mucha gente vive como si Dios no existiera y como si todo terminara en el momento de la muerte.

De modo muy especial hay que recordar la existencia del Infierno, porque, lamentablemente, ni siquiera se habla nunca de él en la mayoría de nuestras iglesias o en la catequesis. Dios es misericordioso, pero también justo. Todos somos pecadores y nos podemos arrepentir y tratar de cambiar, pero quienes de manera consciente y persistente le han rechazado y hacen el mal pueden ir a aquel lugar de condenación. Cristo lo cita muchas veces en el Evangelio.

¿Qué puede aportar este libro tanto a una persona que practica la fe como a alguien que esté alejado?

Para un cristiano que ya intenta vivir a fondo su fe creo que le ayudará a dar un paso adelante para vivirla aún mejor, a la vez que le puede aportar argumentos de la vida ordinaria para dialogar sobre aspectos espirituales con otras personas no creyentes, agnósticos o poco practicantes.

Al que se considera cristiano más tibio o poco practicante entiendo que le puede servir como revulsivo, para meditar y decir “¡debo cambiar!”.

Y al no creyente pienso que le puede servir para reflexionar a fondo sobre muchos porqués de la vida, de la muerte, del dolor, de la felicidad. Y, en todo caso, seguro que podrán darse cuenta de que la vida cristiana es alegre, de personas muy normales, esperanzadas, que desean llevar a los demás a Dios, pero no imponen sino que proponen.

En todos los casos, desearía que ayudara a dar pasos hacia Dios.

Por Javier Navascués

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