InfoCatólica / Caballero del Pilar / Archivos para: Septiembre 2021, 13

13.09.21

Virgen de Mendía, tesoro escondido en Navarra para el encuentro con Dios, de la mano de María y José

El milagro de la presencia real eucarística ocurre todos los jueves en muchas parroquias

Por gracia de Dios he tenido la dicha de peregrinar unos días a la Basílica santuario de la Virgen de Mendía, un lugar celestial, un tesoro escondido en Arroniz, Navarra. Una fortaleza de fe sobre planicies doradas aderezadas de olivos.

Los santuarios son lugares de encuentro con Dios y ciertamente el de la Virgen de los Remedios de Mendía lo es. He tenido una acogida excelente, fraternal y entrañable en la casa anexa al santuario. Una familia católica que reza unida y permanece unida, siendo luminaria de esperanza en tiempos de confusión.

Mi habitación estaba abierta con rústico ventanal al bravío campo navarro para el deleite y maridaje con las maravillas de la creación. Pero lo mejor es que en la puerta contigua a la misma estaba el pórtico del Cielo, pues allí en la medieval capilla, escoltada por recia verja, se hallaba el Rey de la Gloria, preso de amor en su recoleto sagrario. Un fulgor viviente en medio de la penumbra silente que palpitaba ansioso y me esperaba en cada momento mendigando la compañía de un pecador.

Y encima del sagrario, custodiándolo con su manto maternal, estaba aquella Madre que llevó a todo un Dios en su seno virginal. Y como corona angelical una majestuosa figura de San Miguel, tan querido en Navarra, ahuyentando a los demonios de aquel santo lugar.

No podían faltar en el agraciado retablo barroco alusiones talladas al glorioso San José, terror de los demonios, también presente en la visitación y en los primeros misterios del Salvador.

Todos los días a las 4 de la tarde se producía el milagro, pues Jesús realmente vivo y presente nos obsequiaba con una hora de audiencia con el sagrario y su Corazón abierto de par en par. Hemos perdido capacidad de asombro y de vivir en plenitud el misterio de la presencia real de nuestro Dios. Si viniese al santuario un gran santo o un emperador todo el mundo se agolparía en sus puertas, pero la presencia de Dios apenas suscita el entusiasmo de unas pocas almas fieles, locas de amor y dándole calor en contraste con un mundo gélido de indiferencia.

Mientras, el rezo pausado del Santo Rosario y media hora de adoración en silencio, un auténtico baño de sol de justicia para transformar nuestra vida.

No faltó el trabajo manual para segar a golpe de azada esas malas yerbas que afean el jardín de nuestra Madre, como nuestra alma al pecar. Horas de trabajo a pleno sol para podar las flores mustias, arrancar de cuajo abrojos y adecentar el vergel virginiano por amor a la Virgen, buena pagadora ya en este mundo.

Al caer la tarde un paseo sencillo por el camino de los galgos a recolectar punzantes moras, licuadas en celestial manjar para edulcorar la cena. Oraciones de la noche y un rato más de intimidad.

Aprovechamos para visitar Estella, la Toledo de Navarra, con el santuario del Puy y el de Valvanera en tierras riojanas para coronar un tríptico celestial con la santa confesión. Es esencial que los santuarios nos lleven a la confesión y a la conversión.

De vuelta a Barcelona, feliz y con el celestial propósito de renovar cada día esos baños de sol eucarísticos y preguntarle al Señor no ya ¿qué hago?, sino ¿qué hacemos Señor?

El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres.

Por Javier Navascués