Estoy harto de ver solo gente pesimista y sin esperanza
Siempre se ha dicho que el pesimista es el optimista bien informado. Y en esta crisis todo el mundo está tan bien informado que se muestra muy pesimista y hay una atmósfera de tristeza general que deprime y que no aporta nada bueno. Un creyente no debe caer en el pesimismo y la desesperación, por muy dura que sea la situación a nivel humano. Podemos llegar a perder la vida, pero nunca nuestra confianza en Dios.
Estoy en las antípodas tanto del negacionismo irresponsable como del catastrofismo sin esperanza. Me inclino a pensar que el virus ha sido creado artificialmente y que hay oscuros intereses detrás de las elites mundialistas que quieren imponer un nuevo orden mundial, que ciertamente será un yugo muy duro, pero que requerirá heroísmo y resistencia si es preciso hasta dar la propia vida.
Por eso mismo debemos estar fuertes mentalmente y afrontar esta difícil etapa para la humanidad con optimismo. Los creyentes tenemos que aferrarnos a la fe, a la esperanza y a la caridad. Todo ello de forma responsable y con la debida prudencia sobrenatural y equilibrio a nivel humano.
A mí particularmente (como supongo que a prácticamente todo el mundo) me agobia mucho este confinamiento, esta privación de libertad con la incertidumbre de no saber cuando va acabar la pesadilla. Cuando hablo con la gente solo veo pesimismo. Muchos dicen que el confinamiento no acabará hasta julio, otros que no se volverá a la normalidad hasta finales del verano…otros que habrá un nuevo brote y será peor.
¿Todo el mundo es científico y profeta de calamidades?

La crisis sanitaria provocada por la epidemia de COVID-19 ha obligado al confinamiento a millones de católicos de todo el mundo que, de nuevo este domingo, no podrán acudir a los templos para asistir a la Santa Misa. A través de la televisión y de numerosas iniciativas privadas de sacerdotes que retransmiten la Eucaristía a través de internet escuchar la Palabra de Dios y adorar desde sus hogares a Jesús Sacramentado. Pero no pueden comulgar. Muchos descubren ahora que Jesús sacramentado es el gran tesoro de nuestra fe. Es Cristo vivo entre nosotros. «Sin Eucaristía —como decían los mártires de Abitene ya en el siglo IV d.C.— no podemos vivir».
A raíz de la crisis de la pandemia del COVID-19, un grupo de laicos y sacerdotes han puesto en marcha una interesante labor apostólica orientada a todas las almas, pero en especial a la de aquellos que se sienten angustiados; que están enfermos; que se encuentran solos, o incluso que se hallan cerca de la muerte y sin formación, sin recursos espirituales y sin atención sacerdotal.
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