20.04.20

San John Southworth y San Henry Morse en la Gran Peste de Londres

En estos días de pandemia y confinamiento han aparecido numerosos artículos recordando la actuación de los cristianos en situaciones análogas en el pasado. Resulta difícil, por ejemplo, no haberse topado con algún escrito sobre San Carlos Borromeo y la peste en Milán. El Catholic Herald llamaba la atención recientemente sobre dos santos, San John Southworth y San Henry Morse, que tuvieron un comportamiento heroico durante la peste de Londres a partir de 1636.

Se trata de dos santos doblemente heroicos porque, al peligro que corrieron atendiendo a los enfermos, se une el peligro que corrían por ser sacerdotes católicos. Ambos habían sido, años antes, arrestados y condenados al exilio por su condición sacerdotal, por lo que al regresar a Inglaterra sabían que, en caso de ser capturados les esperaba una muerte segura y atroz. Pero cuando sus superiores les enviaron de regreso a Londres, ambos no lo dudaron y, además, fueron a dos de los lugares más peligrosos para un sacerdote católico: Westminster y Southwark.

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31.03.20

«En medio del desastre, la fe»

Mathieu Bock-Côté es un sociólogo, nacido en Lorraine (Quebec), colaborador habitual en Le Figaro, donde acaba de publicar, el pasado 27 de marzo, este artículo que me ha parecido que valía la pena traducir y compartir con ustedes:

«La noticia nos llega del norte de Italia, una de las regiones más afectadas por la actual pandemia. En Bérgamo y sus alrededores hemos sabido de la muerte de una veintena de sacerdotes que habían decidido acompañar a los enfermos poniendo en riesgo sus vidas para cumplir con su sacerdocio. Nuestro mundo a menudo solo ve al sacerdote a través de la figura del más siniestro abusador. Pero aparece aquí bajo el signo del martirio. Como si, ante la más terrible prueba, algunos sacerdotes no pudieran más que llevar su fe hasta el sacrificio, cuando todos, y quizás incluso los creyentes en ciertos momentos, temen en lo más profundo de su ser la entrada en una noche helada y eterna. La presencia de un sacerdote en ese momento permite introducir un grano de esperanza, impulsando al hombre hacia una última oración consoladora. En medio de una hecatombe de la que no pueden escapar, estos sacerdotes tienden la mano de la misericordia.

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24.03.20

Gracias, sacerdotes

El Papa lo dijo en el Ángelus del 15 de marzo, cuando afirmó que «en este tiempo de pandemia no se puede ser como don Abundio», el sacerdote miedoso y pusilánime de la novela Los Novios de Alejandro Manzoni. Una referencia que no necesita de mayores explicaciones para un italiano pero que quizás no sea tan conocida entre nosotros.

Los Novios transcurre durante la peste milanesa de 1630 y es un clásico de las letras italianas que narra diferentes episodios en torno a las aventuras y desventuras de dos prometidos, Lucia y Renzo, que no se pueden casar por culpa de que el señor del lugar, Don Rodrigo, lo impide pues quiere a Lucía para sí. Aquí el papel de don Abundio, el párroco del pueblo de Renzo y Lucía, juega un triste papel, al plegarse a los deseos de Don Rodrigo y negarse a casar a los dos jóvenes. Don Abundio en realidad es un sacerdote que, en palabras de Angelo Paratico, «se ha hecho sacerdote por cálculo y no por vocación, sirve a Dios pero no lo adora y sobre todo no cree en las promesas de vida futura ofrecidas por su religión». De ahí su miedo paralizante, del que no se libra hasta que constata que Don Rodrigo ha fallecido.

Don Abundio, es cierto, es el tipo de sacerdote que suelen reflejar los medios… en el mejor de los casos. Interesado, miedoso, alguien que usa la religión para vivir cómodamente. Podía ser peor, al menos no abusa de nadie, como algunos medios de comunicación nos suelen presentar al sacerdote medio.

Ciertamente Manzoni no deja muy bien la figura del párroco, algo que muchos católicos, entre ellos san Juan Bosco, le echaron en cara. Aunque existieron y existen «don Abundios», el personaje no refleja la realidad de muchísimos párrocos de pueblo, a quienes Guareschi hizo justicia creando a Don Camilo.

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17.03.20

La Eucaristía a la luz de la tradición hebrea

Es difícil ponerse a escribir estos días sobre algo diferente al coronavirus. La pandemia y sus efectos absorben nuestra atención, nuestras conversaciones, nuestras preocupaciones, de tal modo que todo lo demás parece secundario. Por mucho que intentemos mantener el máximo posible de normalidad nuestra vida pivota ahora sobre el coronavirus y, en el mejor de los casos, sobre la oración, tras redescubrir nuestra vulnerabilidad y que el único puerto seguro es Dios todopoderoso.

Pero intentaré escribir algo que pienso que puede hacer bien en estos momentos (al menos a mí me lo ha hecho) a propósito de una reciente lectura. El libro al que me voy a referir es obra de Judith Cabaud y se titula La tradition hébarïque dans l’Eucharistie. Basándose en las transcripciones de una serie de charlas impartidas por Eugenio Zolli (el antiguo gran abino de Roma) durante el año 1953 en la Universidad de Notre Dame, Cabaud nos recuerda que la institución de la Eucaristía, la Última Cena, se desarrolla en el marco de la Pascua judía y, por lo tanto, conocer bien la Pascua judía es una magnífica manera de profundizar en la Eucaristía.

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9.03.20

Bernanos: la libertad, ¿para qué?

Bernanos está de moda. Entiéndase, no es que las conversaciones en el autobús versen sobre el escritor francés (no hay espacio para casi nada más que para el coronavirus), pero últimamente se han publicado en español varios de sus libros, lo que me imagino obedece a que hay un grupito de lectores ávidos por leer a Bernanos.

No es de extrañar. En tiempos de corrección política y de discursos planos, la voz atronadora de Bernanos resuena con una fuerza que casi parecía olvidada. En la última obra de Bernanos publicada por Ediciones Encuentro, La libertad, ¿para qué?, Bernanos se nos presenta como digno sucesor de León Bloy, lanzando invectivas a diestro y siniestro, sin dejar títere con cabeza. Y no se trata solo de los previsibles, que también, es que no se salva nadie: ni la Resistencia, ni los democratacristianos, que «chapotean en cada charco y ponen cara de haber perdido algo para obtener de los camaradas marxistas el ñermiso de volver a buscarlo». Ni siquiera se salva la sacrosanta Revolución Francesa (de la que, por cierto, Bernanos hace una original y, en ocasiones difícil de sostener, interpretación), como cuando escribe que «al decretar el reclutamiento obligatorio, la Convención nacional traicionó la civilización e inauguró el mundo totalitario».

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