La santa insolencia
San Francisco ante el sultán de Egipto Malec-el-Kamal, González Velázquez, Zacarías, Museo del Prado

La santa insolencia

Toda asociación puramente humana, toda institución, movimiento o ideología que pretende ganar adeptos y expandirse, se conduce de una manera que puede variar en sus grados y modos, pero que siempre coincide en un mismo punto: convencer al hombre con delicadeza y halagando su orgullo. Esto es natural y explicable por medio de la más elemental psicología. El hombre sabe, por propia experiencia, que cuanto más brusca e indelicada es la manera con que alguien le intenta convencer de algo, más fuerte es su reacción defensiva, y por tanto menos probable que acabe cediendo. Incluso la verdad más evidente e incontestable, cuando es lanzada contra nosotros en tono de exigencia, hace que nos revolvamos en un primer momento contra ella, y muchas veces el rechazo se enquista en el tiempo y es irreversible.

Conociendo esa natural propensión, las asociaciones humanas que tienen interés en ganar seguidores e integrar en su causa, cualquiera que ésta sea, al máximo número de hombres posible, se sirven de métodos de proselitismo que evitan «pinchar en el hueso» del orgullo humano. Todo debe realizarse de modo que el hombre que se une a una ideología no note en ningún momento que en realidad le ha sido impuesta. Un chantaje emocional sutil y gradual, por medio de películas y series; la persuasión inoculada, pero no advertida como tal, de que se quedará marginado y rezagado si no asume ciertas ideas; la promesa indirecta, como flotando en la atmósfera, de pertenecer a cierta élite social y adquirir un estatus más elevado si se une a determinado grupo. Estas son algunas de las tácticas de proselitismo de las asociaciones modernas, de las ideologías, de los movimientos. No hay que herir el orgullo, sino halagarlo. Si se consigue eso medio hombre está ganado.

La manera en que la Iglesia católica procedió fue siempre muy diferente. Ya en sus primeros pasos, cuando tenía en su contra al Imperio más poderoso y estable que jamás haya existido, y a un pueblo pagano profundamente celoso de sus tradiciones, demostró que su modo de proceder sería totalmente opuesto. La prudencia y el más elemental conocimiento de los asuntos humanos indicaban que había que proceder con cautela si se quería convertir a los paganos: transigir con sus vicios, prometer prosperidades, no criticar con demasiada contundencia sus supersticiones. Esta hubiera sido la hoja de ruta de cualquier institución puramente humana.

Pero la Iglesia católica dejó claro desde su inicio que había algo más que humano en su naturaleza, y que la Historia iba a partirse en dos infringiendo todas las reglas de la prudencia. Desde un primer momento se dirigió con descaro al mundo para decirle, inerme pero con la frente erguida, que estaba equivocado. Declaró a los paganos que sus vidas eran una inmundicia, que eran unos desgraciados, que debían convertirse, y estuvo dispuesta a mantener su insolencia a costa de su sangre.

El genocidio contra los seguidores de Cristo se desató, pero como si cada cristiano, antes de morir, pasara el relevo de la insolencia al cristiano que quedaba con vida, siempre permanecía de fondo la misma amonestación a los paganos: «vuestra vida es una inmundicia, sois unos desgraciados, convertíos». La muerte no podía acallarlos. Cinco siglos antes, en la batalla de Salamina, el jefe espartano Euribíades había alzado su bastón contra el general Temístocles por proponer un plan de batalla ingenioso pero muy arriesgado. Temístocles dio su famosa respuesta: «pega, pero escucha». Había estoicismo en esta respuesta, pero nada sobrenatural, pues al fin y al cabo se puede seguir hablando después de ser golpeado. El cristianismo iba a lanzar al mundo, que alzaba sobre él su poder exterminador, una respuesta mucho más radical y sorprendente: «mata, pero escucha».

Así fue como el cristianismo convenció a la orgullosa Roma, y con ella a todo el mundo civilizado, de unirse a sus filas. Dejarse matar, hablar con descaro, despreciar los tiempos. A quien se le hubiera revelado de antemano este plan, habría apostado todo su patrimonio a que el cristianismo desaparecería por completo en pocos años. Sin embargo, en pocos siglos la cruz coronó las mismas coronas de los emperadores.

La Iglesia católica mantuvo esta misma actitud en los siglos posteriores. No era una actitud circunstancial, sino constitutiva de su naturaleza. Las hagiografías nos muestran que la insolencia es una de las características sobresalientes de gran parte de los santos. El Santo Cura de Ars la poseía en alto grado. Una vez, al cruzarse con un hombre que paseaba a su perro, le dijo: «Sería de desear, señor, que su alma fuera tan bella como su perro». Aquel hombre no era practicante, pero ese mismo día se confesó y cambió su vida. Murió treinta y seis años después como trapense.

Esta anécdota del Cura de Ars es una figura de la marcha de la Iglesia católica a través de los siglos, de su intrépida y confiada sinceridad. La verdad a bocajarro, la verdad sin protocolos ni miramientos, ese fue su único método de persuasión.

Los santos no actuaban así por soberbia. Al contrario, era la humildad la que fundamentaba esa insolencia, pues los santos se sabían tan poca cosa, tan prescindibles en los planes que la Providencia tenía para su Iglesia, que no necesitaban buscar circunloquios que limaran las aristas de la verdad. Tenían tal confianza en Dios, y en la asistencia que procura a su Iglesia, que no se les ocurría pensar que la conversión de los demás dependiera de sus subterfugios o sus habilidades diplomáticas. Dios sólo pedía que arrojaran la verdad a su paso, sin más; el crecimiento y la cosecha eran cosa de la Providencia.

En nuestro tiempo la conciencia de que Dios asiste a su Iglesia y es la causa eficiente de su conservación parece haber disminuido entre los católicos, incluyendo a sus dirigentes temporales. No es extraño, por lo tanto, que en proporción a esta pérdida de fe la santa insolencia haya ido desapareciendo, y que aquellos que todavía la emplean sean tratados como peligrosos exaltados.

Hoy se gobierna la Iglesia como se gobernaría una institución puramente humana cuya conservación y éxito dependiera exclusivamente de la destreza de sus administradores visibles, y que por lo tanto podría desaparecer por completo al menor paso en falso. De ahí la condescendencia con el mundo, el temor a llamar al pecado por su nombre, el desmantelamiento de la doctrina católica, la obsesión por meter el Evangelio en el molde de las ideologías modernas. Hay que adaptarlo todo al gusto del consumidor, no al gusto de Dios.

Pero no se puede traicionar la naturaleza sin que ésta se vengue. La naturaleza de la Iglesia consiste en la santa insolencia, en la sinceridad sin dobleces, en la pacífica agresividad de la verdad. En cuanto se ha traicionado este carácter impreso por el mismo Dios en la Esposa de Cristo, ¿qué ha pasado? Lo vemos con nuestros propios ojos: las iglesias cada vez más vacías, los sacramentos cada vez menos frecuentados, y el número de católicos, así como las vocaciones sacerdotales, descendiendo cada año. El resultado habla por sí solo.

Sin embargo, el resultado retroalimenta el error para quien no sabe analizarlo. Cuanta más gente abandona la Iglesia, más creen sus dirigentes temporales que hay que adaptarla a la gente para frenar las pérdidas. No se les ocurre pensar que si la gente abandona la Iglesia no es porque no está lo suficientemente adaptada al mundo, sino precisamente porque la están adaptando demasiado; no se les ocurre pensar que para revertir la situación no hay que mostrarse más apocado y tímido, más transigente y acomodaticio, sino al contrario, volver a la santa insolencia de la verdad, al heroico descaro de la fe. Predicar contra el mundo para ganar el mundo, así es como nació la Iglesia, así es como vivió durante dos milenios, y así es como revivirá. Hoy la Iglesia católica predica como si pidiera perdón al mundo; ayer predicaba exigiendo que el mundo pidiera perdón. ¿Qué actitud le ha dado mejores resultados?

 

17 comentarios

Japo
genial!! Me ha encantado. Y no lo digo por alagar, pues ni me conoces ni te conozco
15/02/24 3:40 PM
Maria
He leído con avidez su artículo. Magnífico. Entre la Gracia de Dios y la cobardía humana (o falta de fe, respetos humanos...)
15/02/24 5:28 PM
Cos
La verdad muchas veces es dolorosa. Efectivamente, los estafadores siempre te regalan los oídos, el médico te cuenta lo que hay.

"Sería de desear, señor, que su alma fuera tan bella como su perro"

Jaja, casi parece una frase de Arniches
15/02/24 8:16 PM
Angélica
Estás palabras sólo las pueden haber inspirado el Espíritu Santo, están llenas de Verdad y es justamente lo que era necesario decir y ser escuchado.

Dios le bendiga, y el mundo le escuche. Bravo.
15/02/24 8:18 PM
Adriel
¡Muchas gracias! Siga escribiendo con esta claridad y pertinencia, con la ayuda de Dios
16/02/24 11:35 AM
Jacinto
Que fuerza tiene la verdad expuesta con sencillez y claridad. personalmente me ha ayudado mucho. Muchísimas gracias.
PD: lo voy a reenviar y difundir todo lo que me dé mi tiempo.
16/02/24 11:41 AM
Alonso
Gracias a todos por vuestras palabras de apoyo, son un estímulo para continuar, pues no siempre sabemos si nuestros escritos son de alguna utilidad.
16/02/24 12:12 PM
Jose
Excelente artículo, muy clara la explicación.
Recemos para que reaccionen en las altas esferas y cambien la actitud.
Es a Dios Nuestro Señor, Creador del Cielo y de la tierra, y a Jesucristo su único Hijo que fundó la Santa Iglesia, a Quienes SE OFENDE hoy día.
Gracias por su escrito.
16/02/24 3:14 PM
Marta de Jesús
Parresía. Celo por la salvación de las almas... En definitiva, más Fe. Podríamos mover montañas.

Continúe, señor Alonso. Magnífico artículo.
16/02/24 6:10 PM
Eliana
Un artículo excelente, la fluidez de la lectura es impresionante. Gracias!
16/02/24 7:14 PM
África Marteache
Si me lo permites, Alonso, no me gusta la palabra genocidio. la Iglesia siempre ha utilizado Persecución. Esta es una palabra de autor, y no es católico, y en principio recelo de cualquier palabra foránea a la Iglesia que se introduzca en nuestro vocabulario porque parece que quiere decir lo mismo, pero no es así. El otro día me pasó con la palabra ideología, aplicada también a la Iglesia y la mayoría de los católicos dijeron que sí, que era una ideología. Yo, lo que no encuentro en la Teología lo rechazo y ningún Padre de la Iglesia habló de que la Iglesia fuera una ideología ni que los romanos cometieran genocidio.
16/02/24 10:42 PM
África Marteache
En cambio con el artículo estoy totalmente de acuerdo, tal vez porque es muy poco moderno y yo también. Soy de tiempos más recios, aunque no llegue a ser León Bloy, y muchas veces me acusan de pontificar por decir lo que la Santa Madre Iglesia ha dicho siempre, porque ahora, por lo visto, hay muchos modelos de católicos y decir que eres pecadora sirve para tí, si así te quieres ver, pero no para los demás. Desaparecieron las virtudes y vinieron los valores (otra palabra más introducida con éxito) y, como es lógico, también los pecados contra las que ellas luchaban.
16/02/24 11:00 PM
Consuelo
Aplica al 100% en la situación política actual mexicana. Los 3 políticos que proponen los partidos son globalistas, a favor de la maléfica A-2030.
Ninguno de esos va a salvar a México.
Necesitamos ser CONGRUENTES con nuestra fe y escribir el nombre de J. EDUARDO VERÁSTEGUI C., ya que solo él tiene el deseo de INSTAURAR EL REINADO SOCIAL DE CRISTO EN NUESTRA PATRIA 🇲🇽
17/02/24 12:14 AM
pelicanillo
Tremendo y luminoso artículo.
Auténtico remedio antitibieza.
A compartir hasta aburrir.
17/02/24 12:53 AM
Strauch
Muy buen articulo, Alonso. Lo guardo como oro en paño para releerlo y reenviarlo.
Sigue escribiendo, por favor. Tengo tu libro "Colectánea" y lo disfruto pero permíteme que te aconseje que te prodigues más, para bien de la Iglesia y de las almas.
17/02/24 12:26 PM
Nova
Buen artículo, sí señor. Enhorabuena.

Una cosa que se ha perdido bastante en la Iglesia, en nuestra época, es el celo por la salvación de las almas. El Santo Cura de Ars, citado en el artículo, poseía, también, dicho celo en alto grado. De ahí su intensa oración, sus duras penitencias, sus horas interminables en el confesonario, su santa insolencia, etc. Claro que, el Cura de Ars tenía profunda fe en los Novísimos. Y predicaba sobre ellos; algo que no se hace, apenas, en nuestra época... Craso error. Para que la gente tome medidas para ir al Cielo y evitar el Infierno, hay que advertirles, hay que hablarles de ello. Si no, será más difícil que las almas se salven.

El motivo de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y la misión de la Iglesia son la misma cosa: La salvación de las almas. Y las almas se salvan cumpliendo la Voluntad de Dios del modo enseñado por Jesucristo. Los católicos no deberíamos olvidar esto jamás. Sobre todo, nuestros Pastores.
19/02/24 11:21 AM
Consuelo
Aplica al 100% en la situación política actual mexicana. Los 3 políticos que proponen los partidos son globalistas, a favor de la maléfica A-2030.
Ninguno de esos va a salvar a México.
Necesitamos ser CONGRUENTES con nuestra fe y escribir el nombre de J. EDUARDO VERÁSTEGUI C., ya que solo él tiene el deseo de INSTAURAR EL REINADO SOCIAL DE CRISTO EN NUESTRA PATRIA 🇲🇽
20/02/24 2:53 AM

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