La guerra y la paz (y 3)
Peter A. Kwasniewski «From Benedict´s peace to Francis´s war»

La guerra y la paz (y 3)

Mons. Aguer termina su comentario e impresiones acerca del libro recopilatorio del Dr. Peter A. Kwasniewski sobre 'Traditionis custodes', en este caso los artículos de Christoph Geffroy, Edward Feser, Christiana de Magistris

No me causa un placer especial continuar presentando y resumiendo algunos de los 70 comentarios críticos del motu proprio del Santo Padre Francisco, que el editor Peter Kwasnieski ha resumido en su obra From Benedict´s peace to Francis´s war. Pero considero que difundir ese material es un servicio para muchas personas que desconocen el idioma inglés; y que es bueno para todos -no sólo para los católicos- acercarse a la comprensión de la situación que se vive actualmente en la Iglesia de Dios, que es para muchísimos fieles particularmente dolorosa. El nombre banal de grieta sirve para ilustrarla, pero esa es una realidad terrible que desde sus orígenes la Iglesia procura sanar cuando tal quebradura hiere a un cuerpo, que está destinado a la unidad -a partir de la unicidad de la fe- en todas las dimensiones de su vida. Recuerdo una frase de San Hilario de Poitiers en su Comentario al Salmo 132, que exalta la dicha de la concordia fraternal. El texto bíblico reza: «¡Qué bueno y qué alegría que los hermanos vivan unidos! Es como un ungüento óptimo en la cabeza de Aarón que desciende hasta su barba, hasta el ruedo de su vestidura». Hilario comenta: por la unción de la caridad exhalamos para Dios la suave fragancia de la concordia. Dios se complace de ese perfume ofrendado.

En esta tercera nota reproduzco otras reacciones contrarias a Traditionis custodes; añado a veces algún comentario mío. No desecho la esperanza de que el quiebre provocado por esa intervención papal, que es innegable, pueda sanarse por un retorno atrás del penoso 16 de julio de 2021, o por un salto hacia delante, que verifique o entierre en el olvido la decisión que los 70 autores aludidos deploran. ¡Nuestra Señora del Carmen, ruega por nosotros!

Christoph Geffroy es el fundador de La Nef, una publicación mensual independiente que ofrece serios comentarios desde una perspectiva católica, con toda fidelidad a la enseñanza de la Iglesia y como servicio a la Nueva Evangelización. Es autor de libros sobre el liberalismo, el Islam y Benedicto XVI. Su comentario aquí lleva por título Un argumento incompleto e información falsa. La incomprensión es el sentimiento dominante que invade el texto del motu proprio Traditionis custodes, y la carta a los obispos que lo acompaña. Es imposible entender la justificación ni la necesidad del texto, especialmente porque el Papa ha legislado sobre la base de un argumento incompleto y una falsa información.

Argumento incompleto: no es correcto decir que el motu proprio de Juan Pablo II Ecclesia Dei estuvo motivado solamente por la intención eclesiástica de restaurar la unidad de la Iglesia. Por supuesto, esa fue una razón mayor, pero había otra que Francisco desecha, como querer que «es necesario que los pastores y los fieles tengan una misma conciencia, no sólo en la legalidad, sino también en la riqueza para la Iglesia de la diversidad de carismas, tradiciones de espiritualidad, y apostolado, que constituye la belleza de la unidad en la diversidad; de esa armonía que la Iglesia terrena lleva al Cielo bajo el impulso del Espíritu Santo» (Ecclesia Dei, 5 a).

Información falsa: el Papa ha denunciado que la generosidad de Juan Pablo II y Benedicto XVI fue usada por los tradicionalistas como un medio para oponerse a la Misa de Pablo VI y al Concilio Vaticano II, y de ese modo poner en peligro la unidad de la Iglesia. En realidad las dificultades con el Concilio comenzaron al inicio de la Asamblea cuando los grupos progresistas ocuparon puestos de conducción. Él escribe: «una oportunidad ofrecida por Juan Pablo II, y aún con mayor magnanimidad por Benedicto XVI para recuperar la unidad de un Cuerpo Eclesial con diversas sensibilidades litúrgicas, fue explotada para ensanchar la brecha, reforzar las divergencias y animar estas, que injurian a la Iglesia, bloquean su camino y la exponen al peligro de la división. Pero a mí me entristece que el uso instrumental del Missale Romanum de 1962 se caracteriza a menudo por un rechazo no sólo de la reforma litúrgica, sino del mismo Concilio Vaticano II, denunciando con aserciones infundadas e insostenibles, que eso traiciona la Tradición y a la «verdadera Iglesia». Me entrometo en este punto yo, Héctor Aguer, al advertir, con todo respeto, y también con tristeza, en esa declaración del Santo Padre una gran incomprensión de lo que viene sucediendo en la Iglesia durante el último medio siglo. Geffroy exclama: ¡ningún tradicionalista fiel a Roma usa esa expresión («verdadera Iglesia») Su observación debería limitarse en todo caso, a la Sociedad de San Pío X, pero aplicada a la vasta mayoría del movimiento Ecclesia Dei, es falsa. En verdad, hay casos que corresponden a las acusaciones del Papa, pero son minoritarios: ¿por qué aplicar un castigo colectivo por las faltas de unos pocos? El cuadro que pinta no corresponde a la realidad.

Geffroy cita otras palabras del Santo Padre: «En defensa de la unidad del Cuerpo de Cristo, me veo obligado a revocar las facultades garantizadas por mis predecesores». El interés de la verdad –digamos- provocará incomprensión, desorden y conflictos, y finalmente ampliará las divisiones en lugar de reducirlas: ¡lo opuesto a sus declarados objetivos! Otra alegación de Geffroy es la falta de respeto por el trabajo de Benedicto XVI, que distinguió dos formas del mismo Rito Romano. Con su intervención, Francisco suprimió la existencia jurídica de la antigua Forma Extraordinaria cayendo cruelmente sobre ella. Obrando así hunde nuevamente a la Iglesia en la interminable guerra litúrgica sobre el estatuto jurídico de la Misa de San Pío V, retornando al régimen de tolerancia en términos más severos que los de 1988. Nada de misericordia; un simple decreto nos hace retroceder 30 años. Concluye Geffroy expresando su tristeza porque todo es, a sus ojos, injusto. La brecha, en realidad, se abrió al inicio de la Asamblea. En el discurso inaugural Juan XXIII, fustigó duramente a los profetas de calamidades. Las calamidades sobrevinieron y con rigor «el buenismo» y «el relativismo» intentaron disimularlas.

Edward Feser es un filósofo y escritor que vive en Los Ángeles. Enseña Filosofía en el Pasadena City College. Sus primeras investigaciones académicas abarcaron la Filosofía de la Mente, Moral, Filosofía Política y Filosofía de la Religión. Ha escrito sobre política desde un punto de vista conservador y sobre religión desde la perspectiva tradicional Católica Romana. Entre sus libros se pueden citar: Cinco pruebas de la existencia de Dios, y La última superstición: una refutación al Nuevo Ateísmo. Su contribución a la recopilación de Kwasniewski lleva por título La letra escarlata del Papa Francisco.

Se pueden considerar dos grupos o categorías de católicos. El primero está formado por católicos que desobedecen la enseñanza de la Iglesia y, roto su matrimonio, asumen «una unión» en la cual llevan una vida sexualmente activa, cometiendo adulterio. El segundo son los tradicionalistas católicos apegados a la Forma Extraordinaria del Rito Romano (es decir, la Misa Latina), algunos de los cuales (pero no todos) sostienen opiniones erróneas sobre el Concilio Vaticano II y cuestiones relacionadas con él. En Amoris laetitia el Papa Francisco alteró radicalmente la práctica de la Iglesia (moral y litúrgica) para castigar al segundo grupo. La novela titulada La letra escarlata retrata una sociedad inmisericorde en la cual los adúlteros serán obligados a distinguirse de los demás llevando adherida en su ropa una «A» escarlata. El Papa Francisco desaprobaría semejante crueldad, y con toda razón. Sin embargo, aquellos que están apegados a la antigua forma de la Misa, cargan con algo análogo en ellos, el pegote de una letra escarlata: la letra T de «tradicionalista». La inocente mayoría de ellos carga con la letra escarlata, para que se distingan como culpables. Son el único grupo al cual no se le aplica la misericordia y el acompañamiento que el Pontífice reclama con frecuencia en sus llamados.

¿Acompañando adúlteros? Consideremos ahora qué radicales son esas intervenciones o lances del Papa. La Iglesia ha enseñado firmemente que un matrimonio sacramentalmente válido no tiene fin hasta la muerte de uno de los cónyuges, y ha condenado como pecado grave toda relación sexual que no sea con su esposo o esposa sino con cualquier otra persona. De aquí que quien se divorcia y entabla una relación sexual con otra persona, es culpable de pecado grave y no puede ser absuelto en la confesión sin la firme resolución de no continuar con esta relación. Esto se funda en la enseñanza de Cristo sobre el matrimonio y divorcio, en textos como Mt 19, 3-12 y Mc 10, 2-12. Me permito en este punto hacer una observación para completar lo expuesto por el filósofo Feser. Algunos manuscritos de Mateo 19, 9, donde se dice que «el que despide (en griego apolysé) a su mujer», añaden: «a no ser por fornicación» (mé epì porneía). Esta cláusula que pareciera referirse a algún caso que justificaría la separación, no figura en el texto paralelo de Mc 10,11. Esta circunstancia, y el hecho de que la variante en Mateo 19,9 aparece en manuscritos de menor importancia, indica que en realidad ninguna atenuante disminuye la gravedad total de la prohibición del divorcio. Me he permitido esta intrusión de filología bíblica en servicio de algún posible lector de la comunicación de Edward Feser que confronte los textos evangélicos por él citados.

La gravedad de esta enseñanza no es posible que sea exagerada. Jesucristo reconoce que Moisés «permitió» (epétrepsen) despedir a la mujer a causa de la «dureza de corazón de ustedes» pero añade el Señor, «al principio (apargés) no era así», y continúa: «pero yo les digo»: y aquí va la plena condenación del divorcio (confrontar la nota de filología bíblica que he apuntado antes). Continúa Feser: la ley de Moisés le fue dada a éste por Dios mismo, entonces ¿quién tiene autoridad para pasar por sobre ella? ¿Quién tendrá la audacia de declarar que Moisés permitió pero «yo digo diversamente»? Sólo Dios mismo. La enseñanza de Cristo sobre el divorcio es nada menos que un sello de su divinidad. Si nos opusiéramos a esta enseñanza estaríamos, o bien negando implícitamente la divinidad del Señor o poniendo nuestra autoridad sobre la suya -sería una blasfemia-. Sería como declarar: «Cristo dijo tal cosa, pero yo digo algo diferente». Absolutamente nadie más que Dios, ni siquiera un Papa (cuyo mandato es precisamente salvaguardar la enseñanza de Cristo) tiene derecho a hacer algo así.

La enseñanza recogida en el evangelio se encuentra también en los escritos de San Pablo. Por ejemplo, en 1 Cor 11, 27-29: el que coma el Cuerpo del Señor o beba su sangre indignamente (anaxiós), sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propio juicio (kríma). El Apóstol habla concretamente de un pecado sexual, pero este está incluido en la «indignidad» que profana el Cuerpo y la Sangre, de quien comulga en esa situación. Esta enseñanza es tan antigua como la Iglesia misma; es presentada por ella como infalible y absolutamente obligatoria; ha sido reiterada sin ambigüedad una y otra vez. Es por esto que la exhortación de Francisco Amoris laetitia ha sido tan controvertida. Allí parece permitirse que en algunas circunstancias, quienes rehúsan acabar su relación adulterina, pueden sin embargo recibir la Sagrada Eucaristía. El Papa Francisco no rechazó explícitamente ninguna de las enseñanzas resumidas más arriba, pero notoriamente rehusó responder a los requerimientos de varios cardenales (los famosos dubia) para reafirmar explícitamente la enseñanza tradicional y ese modo poner en claro la coincidencia de Amores laetitia con aquella doctrina. (No deseo, por mi parte, incurrir en un comportamiento suspicaz, pero desgraciadamente es tradicional entre los eclesiásticos el método de «tirar la piedra y esconder la mano»; ocurre en todas las jerarquías). Al parecer, el Papa no estaba muy seguro de la ortodoxia de ese documento, por lo cual le pidió consejo al Cardenal Christoph Schönborn, que le está muy cercano. Su Eminencia lo tranquilizó, asegurándole la total ortodoxia del texto. Una de las razones por las que Francisco determina tan ásperamente contra la tradición de la «Misa de siempre» es que sus admiradores -así lo cree- se oponen a la enseñanza del Vaticano II; les atribuye también un comportamiento cismático, que sólo se registra en realidad en un íntimo grupo, entre los cuales hay que enumerar algunos exaltados sedevacantistas. Lo único que desean los verdaderos seguidores de la «Misa de siempre» es, simplemente, la libertad de celebrar. ¿Qué significa rechazar el Concilio? Puede ser que algunos tradicionalistas encuentren dificultad en aceptar, por ejemplo, la declaración sobre la libertad religiosa (una declaración, ¡que está muy lejos de ser infalible!), la cual, en verdad, bien interpretada podría compaginarse con la enseñanza anterior, teniendo en cuenta el desarrollo homogéneo de la doctrina. En cambio, el Papa desafía claramente la enseñanza bíblica sobre el matrimonio, y la tradición de la Iglesia sobre las exigencias para participar de la Sagrada Comunión. Con Traditionis custodes se menoscaba a toda la Iglesia, ya que desconoce la «hermenéutica de la continuidad» y fomenta la desunión. Además la Iglesia permite que los Papas puedan ser criticados, con humildad y respeto en ciertas circunstancias, como la historia muestra que se ha hecho.

Christiana de Magistris es el seudónimo literario de una religiosa. Su colaboración para la recopilación del Dr Kwasniewski lleva por título Un acto de debilidad.

Después de una serena y cuidadosa lectura del motu proprio Traditionis custodes, sin la acrimonia y la indignación que un documento draconiano como este hace surgir casi inevitablemente, el texto no parece un acto de fortaleza sino de debilidad, un canto del cisne, que al acercarse su fin no canta con una voz más hermosa, sino con un desagradable chillido.

El documento exhibe un número de anomalías canónicas que los juristas tendrán que examinar cuidadosamente. La prioridad para nosotros es detenerlo en un punto singular, el litúrgico; su meta parece absolutamente revolucionaria e insostenible. El artículo 1º da el tono de todo lo que sigue: «los libros litúrgicos promulgados por San Pablo VI y San Juan Pablo II, en conformidad con los Decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano». En realidad, está ampliamente demostrado que el Misal de Pablo VI fue mucho más allá de lo decretado por el Concilio; impuso una liturgia de cancelación, en completa discontinuidad no sólo con la tradición consagrada en el Misal de San Pío V, sino también contraria a la voluntad de los Padres conciliares, expresada en la Constitución Sacramentum Concilium que fue el primer documento aprobado por aquella Asamblea. De cualquier modo, esa liturgia «hecha en borrador», como dijo el Cardenal Ratzinger, no puede ser considerada integrante del Rito Romano. Una personalidad como el erudito Monseñor Gamber lo afirmó vigorosamente en cuanto el nuevo Misal entró en uso. Louis Bouyer, miembro del movimiento litúrgico, y que en general estuvo de acuerdo con las innovaciones conciliares, se vio forzado a afirmar: «debemos hablar claramente: hoy no existe prácticamente en la Iglesia Católica una liturgia digna de ese nombre». (Paréntesis mío: Louis Bouyer, convertido del calvinismo, es un teólogo de profunda formación y vasta cultura, especialista en todo lo relacionado con la iniciación Cristiana). Monseñor Gamber, por su parte, refiriéndose a la liturgia reformada afirmó: «nos encontramos ante las ruinas de una tradición casi bimilenaria». Joseph Gelineau, uno de los pilares de la renovación, fue capaz de decir: «hay quienes, como yo, hemos conocido y cantado la solemne Misa Gregoriana en latín, y la recordamos como podemos. Comparémosla con la Misa que tenemos ahora; no sólo las palabras, las melodías y los gestos son diferentes. Para decir verdad, es una liturgia diferente de la Misa. Hay que decir esto sin ambigüedad: el Rito Romano que hemos conocido no existe más; ha sido destruido».

Las autoridades aquí citadas por Christiana de Magistris, y sobre todo la comparación de la nueva Misa con la del Misal de San Pío V, son una abrumadora confirmación de que Traditionis custodes leído en profundidad, desde el artículo 1º, es el reconocimiento de una derrota. Es un aparente acto de fortaleza que oculta una básica debilidad e incompetencia. Continúa diciendo que el Misal reformado ha sido una catástrofe en todos los niveles: litúrgico, dogmático y moral. El resultado puede verse: iglesias, conventos y seminarios vacíos. Por incapacidad de imponerlo en virtud de la tradición, se lo hace mediante un operativo fundado en la decepción y destinado a fracasar. No es un golpe fatal contra el Rito Romano, sino la eutanasia del Rito Moderno. El odio contra el Misal de San Pío V, que surge entre los arrabales modernistas de la jerarquía, confirma que él es «la cosa más hermosa que hay en este lado del cielo», que nos han dejado nuestros padres para que la pasemos a nuestros hijo, aunque tenga que enrojecer con nuestra sangre.

Conclusión mía: me ha impresionado la perspicacia femenina que se manifiesta en este texto. Solo que me parece que todavía –¡sabe Dios por cuánto tiempo!- tendremos que soportar los desagradables chillidos del cisne.

Con esta tercera entrega doy por concluida mi aplicación a la obra del Dr. Peter Kwasniewski. Según ya lo indicado, se reúnen en un libro de 389 páginas, 70 comentarios críticos al motu proprio Traditionis custodes. El original de cada uno de ellos ha sido traducido al inglés para esta publicación. El conjunto tiene una gran riqueza teológica e histórica, que a veces procede de la inteligencia y la pluma de literatos y periodistas, no sólo de teólogos y clérigos.

Considero que las principales cuestiones a estudiar después de un balance de las críticas son: el concepto de Tradición, aplicado a la historia del Rito Romano y sus variaciones; la autoridad del Sumo Pontífice, en cuanto su discutible capacidad de modelar la liturgia de la Iglesia según su propia concepción ideológica, y finalmente, una evaluación del Concilio Vaticano II, más allá de su indudable legitimidad y el valor de sus documentos, tomando en cuenta su carácter declaradamente pastoral. El fenómeno del Concilio en su totalidad, con su propósito de dar respuesta a las inquietudes del mundo de hoy, después de más de medio siglo, ¿ha sido para gloria o calamidad de la iglesia? Quizá haya que pensar más modestamente acerca del Vaticano II, poniéndolo en la fila de todos los concilios que lo han precedido, y sin elevarlo por encima de ellos.

+ Héctor Aguer

Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas
Académico de Número de la Academia Provincial de Ciencias y Artes de San Isidro
Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma)

Buenos Aires, 7 de marzo de 2022.
Santo Tomás de Aquino, presbítero y Doctor de la Iglesia.

3 comentarios

jean granier
Muchas gracias Monsenor Aguer por sus articulos .
En las traduciones francesas se habla de "union illegitime" en el sentido de una union qua va contra las prescriptiones judaïcas entorno del incesto. Es un argumento mas por su interpretation, "tradicional" !
8/03/22 2:38 PM
Francisco
Qué dificil y desafiante éste momento de la historia que nos toca vivir. Todo se hace confuso, pesado...La Luz que la Iglesia posee, porque es ni mas ni menos que la Esposa de Cristo, está pasando (estamos, yo me incluyo porque pertenezco a ella) por un momento de enorme prueba y creo que vendrán pruebas aún mayores. Como Iglesia nesecitamos pasar por ésto. Para que Cristo muestre su triunfo a través de ella todos nesecitamos pasar por una profunda conversión: ¡todos! Son tiempos de nesecidad imperiosa de profunda oración y caridad con tantas almas angustiadas, ciegas nesecitadas... Solo la presencia amorosa y apasionada ¡el fuego de Espiritu Santo! podrá hacernos superar ésta delicada situación. Pidámoslo todos juntos, sin divisiones a una sola voz: Marana tha!!!
9/03/22 2:32 PM
antonio
. La enseñanza de Cristo sobre el divorcio es nada menos que un sello de su divinidad. Si nos opusiéramos a esta enseñanza estaríamos, o bien negando implícitamente la divinidad del Señor o poniendo nuestra autoridad sobre la suya -sería una blasfemia-. Sería como declarar: «Cristo dijo tal cosa, pero yo digo algo diferente». Absolutamente nadie más que Dios, ni siquiera un Papa (cuyo mandato es precisamente salvaguardar la enseñanza de Cristo) tiene derecho a hacer algo así.

La enseñanza recogida en el evangelio se encuentra también en los escritos de San Pablo. Por ejemplo, en 1 Cor 11, 27-29: el que coma el Cuerpo del Señor o beba su sangre indignamente (anaxiós), sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propio juicio (kríma). El Apóstol habla concretamente de un pecado sexual, pero este está incluido en la «indignidad» que profana el Cuerpo y la Sangre, de quien comulga en esa situación. Esta enseñanza es tan antigua como la Iglesia misma; es presentada por ella como infalible y absolutamente obligatoria; ha sido reiterada sin ambigüedad una y otra vez. Es por esto que la exhortación de Francisco Amoris laetitia ha sido tan controvertida. Allí parece permitirse que en algunas circunstancias, quienes rehúsan acabar su relación adulterina, pueden sin embargo recibir la Sagrada Eucaristía. El Papa Francisco no rechazó explícitamente ninguna de las enseñanzas resumidas más arriba, pero notoriamente rehusó responder a los requerimientos de varios cardenales Y la V
10/03/22 11:58 PM

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