(RV/L.F.P/InfoCatólica*) El cardenal arzobispo de Génova Ángelo Bagnasco presidente de la Conferencia Episcopal Italiana ante el caso de Eluana Englaro publicó ayer en el Avvenire un editorial titulado “Más oscuridad en nosotros y la vida mas atacada”: Un artículo que, comentando esta tragedia, acaba diciendo “no podemos callar”. Eluana ha comenzado el camino forzado hacia la muerte porque inicuamente está siendo privada de alientos y agua. Si no aparecen nuevos hechos este será su injusto destino.
Si bien muchos reconocen que está en estado vegetativo permanente, esta joven mujer no está conectada a ninguna máquina y respira libremente. Por lo tanto no hay que desconectar ninguna máquina, como se intenta hacer creer. Para vivir necesita alimentarse, como todos, aunque en su caso debe ser ayudada porque no puede hacerlo sola. Pero existe otra máquina destinada a acorralar a nuestra sociedad. Y no sólo a los creyentes o a las personas que comparten la misma sensibilidad cultural. Hay una pregunta que no puede ser censurada: ¿Cómo es posible hacer morir a una persona en nombre de una sentencia?
¿Cómo se puede tolerar en la mentalidad común, que pase una pretensión como necesidad, es decir, el derecho a morir, en lugar de sostener y garantizar incluso en las situaciones extremas, el derecho a la vida? Ante esta situación hay que hablar de eutanasia, que es una falsa solución al drama del sufrimiento, una solución indigna del hombre, como ha recordado recientemente Benedicto XVI, quien añadió que la verdadera respuesta no puede ser la de hacer morir aunque sea por medio de la “dulce muerte”, sino dar testimonio del amor, que ayuda a afrontar el dolor y la agonía de manera humana.
Verdaderamente, dice el purpurado italiano, una pregunta aborda nuestra conciencia: ¿no dar alimento y agua a una persona, cómo se puede llamar, sino homicidio? Ante el drama de la vida débil o herida, la única respuesta razonable y humana que traduce el tormento interior que a todos nos afecta es el de las religiosas de Lecco. Durante 15 años estas religiosas han acogido con amor a Eluana atendiéndola día y noche y manifestando hasta el final el deseo de generarla cada día con el amor. De esta manera han mostrado, no con palabras, cómo se actúa ante lo imprevisible del dolor y cómo se actúa ante la indisponibilidad de la vida. Una luz se esta apagando, la luz de una vida. E Italia esta más oscura.
Un gran vacío nos sobrevuela, destinado a crecer en los días que se van a suceder. Y no sólo porque Eluana no estará ya más entre nosotros, sino porque la cultura hegemónica una vez más habrá negado la realidad de la limitación, la realidad del dolor que la razón -incluso buscando aliviarlo- lo ha considerado siempre parte de la vida misma. La realidad del sufrimiento que la fe no exalta en sí, pero que en la cruz de Cristo se ilumina de significado y de valor. Se percibe la sensación de que la confianza recíproca falle porque de hecho ha fallado el favorecer la vida, que desde siempre es la base de las relaciones interpersonales.
Debemos preocuparnos seriamente ante la concatenación de circunstancias que van produciendo un éxito inaceptable como éste. Este doloroso asunto que ve en el centro una persona que todos sentimos nuestra, nos ha dejado más inseguros. No perdamos la ocasión para reafirmar de manera más convencida y coral el sí a la vida; para dar, como sociedad, un paso decisivo y ejemplar en el camino del humanismo real y no de palabrería. Por esto no podemos callar.