(InfoCatólica) Los grupos provida están festejando una pequeña, pero significativa, victoria en Virginia Occidental: un tribunal de apelación ha confirmado la prohibición de la venta de una sustancia abortiva en el estado norteamericano.
Las autoridades de Virginia Occidental prohibieron la mifepristona, una sustancia que impide que continúe el embarazo y, por lo tanto, mata al niño no nacido. Para ello, argumentaron que la sustancia no era suficientemente segura para la madre. Inmediatamente, la empresa fabricante, GenBioPro, apeló esa prohibición, alegando que las autoridades federales consideraban que la sustancia era suficientemente segura, pero ha perdido la apelación.
Los grupos provid norteamericanos se han alegrado por ello y es lógico que lo hayan hecho, teniendo en cuenta que más de la mitad de los abortos se realizan químicamente en el país. Gracias a esta decisión, habrá de hecho menos abortos en Virginia Occidental. «Una victoria provida», ha dicho el National Catholic Register.
Es significativo, sin embargo, que la «victoria» es puramente técnica. La decisión no busca defender al no nacido, sino que simplemente se refiere a la cuestión jurídica de si una norma federal de estándares de seguridad para la madre constituye un máximo o un mínimo y si los estados pueden hacer normas más estrictas o no. En ese sentido, no se ha avanzado nada para conseguir que el aborto sea considerado legalmente como lo que es, un asesinato, simplemente se ha colocado un palo en la rueda de los abortistas.
Por desgracia, lo próximo que harán los abortistas será buscar otra sustancia abortiva o mejorar la actual. En meses o años lo conseguirán y la situación volverá a ser la misma, porque la legislación sobre el no nacido no ha mejorado en absoluto. De algún modo, cada una de estas pequeñas victorias indirectas resalta la ausencia de avance en la cuestión que verdaderamente importa e incluso, para algunos, podría distraer la atención y agotar las fuerzas provida en cuestiones meramente circunstanciales.
Este carácter agridulce de muchas «victorias provida» tiende a dividir a los que luchan contra el aborto en dos posturas contrapuestas. Unos son partidarios de centrarse en lo más importante: conseguir que los ciudadanos y las leyes reconozcan la dignidad del no nacido como auténtico ser humano. Es, ciertamente, un objetivo extremadamente difícil de conseguir y que tiene muchos enemigos, pero que también es el único que merece la pena de verdad. Incluso si parece que es imposible conseguirlo a corto o medio plazo, es necesario combatir por el con todas las fuerzas disponibles y cambiar los corazones, aunque sea uno a uno. En ese sentido, perseguir victorias indirectas es perder un tiempo precioso que debería emplearse en lo esencial.
Otro grupo, en cambio, considera que lo mejor es luchar en las batallas que pueden ganarse en la práctica. El reconocimiento legal de la dignidad inviolable del no nacido es un buen objetivo remoto, pero actualmente imposible, de manera que no merece la pena malgastar grandes esfuerzos en él, sino más bien en hacer que disminuya el número de abortos que se realizan. Además, perseguir la prohibición total del aborto puede hacer que se pierdan votos de personas que estarían dispuestas a apoyar metas intermedias más modestas.
Por supuesto, puede haber (y de hecho hay) posturas intermedias o incluso que intenten combinar lo mejor de cada campo, pero en cualquier caso la pugna entre estos dos grandes enfoques es la que determinará el futuro de la causa provida. ¿Qué es mejor, la estrategia de pasito a paso o la de quien nada arriesga nada gana? ¿Envidar a chica o echar un órdago? ¿Cambiar las leyes o los corazones? ¿Conformarse con lo que se puede o buscar lo que parece imposible?







