(Asia News/InfoCatólica) «El cardenal Zen no debe ser condenado. Hong Kong, China y la Iglesia tienen en él un hijo devoto, del que no hay que avergonzarse. Este es un testimonio de la verdad». Es lo que escribe el card. Fernando Filoni en una carta abierta, difundida hoy desde Roma. Filoni fue Prefecto Emérito de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y hoy es Gran Maestre de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén.
Las declaraciones de Filoni llegan mientras Hong Kong aguarda el juicio contra el Card. Zen Ze-kiun, que comenzaría la próxima semana, y que se ha retrasado por enfermad de Covid-19 la jueza que examinará el caso. El obispo emérito de Hong Kong, de 90 años, será juzgado junto con otras cinco figuras prodemocráticas, acusado de no registrar correctamente un fondo humanitario del que eran administradores. Un asunto que se ha convertido en un símbolo en una ciudad en la que -como recordábamos ayer- hay más de 1.000 personas encarceladas o juzgadas por cargos de naturaleza política.
'En un proceso judicial', escribe Card. Filoni, «el que pueda hablar, que hable». Tampoco Jesús eludió esto en un juicio que marcaría la historia y la vida de un hombre que despertó admiración y profundo respeto religioso: Juan el Bautista. También Jesús pagó por su testimonio de la verdad: «¿Qué es la verdad?», le preguntó irónicamente Pilato en un dramático juicio en el que el Nazareno era acusado de violar la soberanía de Roma y estaba a punto de ser condenado a muerte. En estos días se está celebrando otro juicio. En Hong Kong. Una ciudad a la que quiero mucho porque viví allí durante más de ocho años».
Filoni se refiere a los años en que fue enviado por la Santa Sede a Hong Kong. En 1992 llegó con el encargo de abrir una Misión de Estudio para seguir de cerca la situación de la Iglesia en China. «Allí conocí al padre Joseph Zen Ze-kiun, era el provincial de los salesianos. Un chino de pura cepa. Muy inteligente, agudo, con una sonrisa ganadora. Me decían: «¡Es un hombre de Shanghai! Poco a poco fui entendiendo el significado». Filoni recuerda su contribución al encuentro entre culturas, aunque siempre siguió siendo plenamente chino: «nunca negó su identidad». En este sentido, lo compara con dos figuras como el gran intelectual de la era Ming, Xu Guangqi, y el obispo jesuita Aloysius Jin Luxian, ambos de Shanghai.
A continuación, recuerda cómo ésta fue «una ciudad de mártires en la época de la ocupación -al estilo nazi- por parte de los japoneses». La propia familia de Zen fue víctima, hasta el punto de verse obligada a huir, perdiéndolo todo. »El joven Zen«, comenta Filoni, »nunca olvidó esa experiencia, que forjó en él una coherencia de carácter y estilo de vida; y luego un gran amor por la libertad y la justicia. Shanghái fue heroica, y sus hijos eran considerados héroes, casi intocables incluso por el régimen comunista. El cardenal Zen es uno de los últimos epígonos de esas familias. Los héroes jamás debían ser humillados; esa era también la mentalidad del establishment chino, como lo es en Occidente para las víctimas de nuestro propio «nazifascismo».
Luego, Filoni recuerda los años en los que el cardenal -ahora juzgado- enseñó en seminarios de la China continental, aceptando la invitación del obispo Jin Luxian: «Aceptó por el bien de la Iglesia, un mártir -comenta- que se levantó de su martirio y buscó el camino de la supervivencia; esto fue flexibilidad, no ceder. Miraba hacia adelante y no se dedicaba a juzgar a las personas: esa era su filosofía de vida. Los sistemas políticos -decía- pueden ser juzgados, y sobre ellos su pensamiento era claro, pero las personas no; el juicio compete a Dios, que conoce el corazón de los hombres. Su respeto y apoyo a la persona ha sido siempre la piedra angular de su visión humana y sacerdotal, y así sigue siendo hasta el día de hoy, aunque hoy se le juzgue en Hong Kong».
Filoni menciona la «integridad moral e ideal» del cardenal Zen, que llevó a Juan Pablo II a nombrarle obispo y a Benedicto XVI, cardenal. «Algunos lo consideran un poco áspero», señala Filoni, «¿y quién no lo sería frente a las injusticias y ante la exigencia de libertad que todo auténtico sistema político y civil debería defender?»
«Debo dar testimonio de dos cosas más«, añade el Prefecto Emérito de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, «El card. Zen es un ‘hombre de Dios’; a veces destemplado, pero sumiso al amor de Cristo, que lo quiso como su sacerdote, profundamente enamorado, como Don Bosco, de la juventud. Por ella ha sido un maestro creíble. Por tanto, es un «auténtico chino». Entre los que he conocido, no hay nadie de quien pueda decir que sea tan verdaderamente «leal» como él. Y es por eso que doy este testimonio, que en un juicio es fundamental». Y concluye:
«El cardenal Zen no debe ser condenado. Hong Kong, China y la Iglesia tienen en él un hijo devoto, del que no hay que avergonzarse. Esto es un testimonio de la verdad».