Parece razonable responder que no ofrece riesgo alguno. Es más, solicitar perdón por las ofensas a otros es una gran virtud humana y, también, sobrenatural: reconocer las culpas propias, solicitar perdón al ofendido, reconciliarse, e iniciar una nueva vida. Todo un programa evangélico. Sí.
Parece conveniente, loable, que quien ha ofendido a alguien pida perdón al ofendido, le resarza de los eventuales daños, morales o materiales, causados, y se proponga firmemente no incurrir en acción similar en el futuro. Sin embargo, me surgen dudas cuando quien solicita perdón no es el ofensor, quien recibe la petición no es el ofendido, y, además, tal petición se produce siglos después de los acontecimientos que motivan la petición de perdón.
En primer lugar se presenta la dificultad de identificar al ofensor y al ofendido en los protagonistas actuales del acto penitencial. Aún admitiendo que ambas partes representen legítimamente a los antiguos ofensores y ofendidos, se corre el grave riesgo, inaceptable, de incurrir en un anacronismo: un historiador nunca juzga los acontecimientos históricos ni a sus actores, trata de investigar sus causas, exponer su desarrollo, identificar sus consecuencias, conocer las motivaciones de los protagonistas, y explicar de modo coherente lo acontecido.
Por eso, cuando, siglos después, un supuesto epígono de los ofensores pide perdón a los supuestos herederos de los ofendidos, corre el riesgo, en primer lugar, de incurrir en un grave anacronismo: juzga el pasado histórico, no lo explica; lo hace, además, desde su punto de vista, sin tener en cuenta la mentalidad de los agentes del acontecimiento, que ahora consideramos culposo, y en su momento podía parecer virtuoso. Personalmente, me repugna, hasta la náusea, la Inquisición; pero, si hemos de entender ese tribunal, hemos de considerar que sus protagonistas pensaban que quienes, supuesta o realmente, atacaban la fe, estaban arrebatando a los fieles su bien más preciado. Si no tenemos esto en cuenta, cometeremos severos errores.
Puestos a pedir perdón, ¿deberían hacerlo los macedonios porque Alejandro Magno derrotó a Darío III, mató a muchos persas y puso boca abajo el Próximo Oriente? ¿Quién y a quién pediría perdón por la invasión musulmana de Hispania, que destruyó la monarquía visigoda?. Pedirían perdón los turcos actuales por la salvaje toma de Constantinopla en 1453?, ¿y a quién lo harían? ¿Quién representaría a los Almohades para pedir perdón por la masacre de Alarcos en 1195? ¿Y a quién debería pedir perdón, al presidente de Castilla-La Mancha? ¿Quién representará a Napoleón para pedir perdón por haber destruido media Europa? ¿Y a quién pediría perdón por haber matado más franceses que nadie? Recuerden la Grande Armée y su expedición en Rusia.
No, no es posible deshacer la historia. Está hecha: lo mejor será conocerla y no repetir los errores del pasado; responder de los propios errores y no solicitar perdón por los ajenos, situados, además, en la noche de los tiempos.
Cuando, además, una persona pide perdón por errores colectivos, el riesgo es aún mayor. Si alguien que, supuestamente, representa a la mayoría que en su día ofendió, pide perdón a quien, presuntamente, encarna hoy a la minoría ofendida, masacrada, además de considerar si efectivamente representa a los remotos ofensores, debería saber si la minoría, caso de haber sido mayoría no habría repetido el mismo comportamiento de quienes entonces fueron mayoría; si no representaba aquella minoría una amenaza real para la mayoría, y, en fin, si la minoría, de hecho, no tomó medidas similares donde pudo hacerlo o no provocó enfrentamientos que causaron grandes derramamientos de sangre.
Y hasta aquí lo histórico. Pero se corren otros peligros, más graves. Si el penitente encarna la representación de una institución de larga trayectoria, debe considerar si, al solicitar el perdón, proclama una condena moral contra quienes le precedieron: aquéllos que vivieron en una situación diferente, fueron hombres de su tiempo y actuaron de acuerdo con los acontecimientos y la mentalidad del momento. Si es así, se actuará sin argumentos suficientes, injustamente, contra quienes, en su momento, actuaron de acuerdo con su conciencia. Y será así aunque, a la luz de nuestra actual situación y contemporánea mentalidad, aquellas decisiones fueran erradas; y, además, no será posible corregir el pasado.
Y caben aún mayores errores. Si pedir perdón por las ofensas causadas, al directo ofendido, es altamente virtuoso, puede no serlo tanto cuando se hace por faltas ajenas, remotas en el tiempo, y se pide a un heredero, si lo es, lejano. No digo que ocurra inevitablemente, pero puede suceder que, sibilinamente, se nos cuele la tentación de pensar: qué equivocados estaban mis predecesores, qué empecinados en sus errores, y qué cegados por la soberbia que les impidió pedir perdón por sus errados actos; en cambio, cuán atentos estamos ahora a solicitar el perdón por lo que no hemos hecho, a quienes no se lo hemos hecho; y qué humildes somos que nos humillamos públicamente, con la máxima publicidad.
Y eso sí que es peor. Sobre todo si, mirando hacia atrás, olvidamos los auténticos problemas que tenemos ante nosotros.
Vicente Álvarez Palenzuela