Los cansancios del alma

Los cansancios del alma

Todos, hombres y mujeres, mujeres y hombres, vivimos a lo largo de nuestra vida cansancios del cuerpo y cansancios del alma.

El cansancio del cuerpo nos es quizá más familiar, lo palpamos. Después de un esfuerzo físico más o menos desmesurado, el cuerpo protesta, los músculos se hacen sentir, y nos invade una sensación de cansancio que nos invita a calmar ímpetus, a reponer fuerzas, a descansar. Cada persona se cansa a su manera y vive a su modo su propio desgaste. Lo que agota a uno, apenas inmuta a otro. Nadie se libra, sin embargo, del cansancio.

Y todos nos reponemos también a nuestra manera. Lo que sirve a un atleta de veinte años para dejar de nuevo el cuerpo preparado para afrontar la próxima prueba, apenas sirve de nada, y es inaplicable, a un hombre, a una mujer, de cuarenta, cincuenta años, que anhela recuperar algunos detalles de la forma algo desgastada.

También el alma, y a cada edad de nuestro vivir, tiene sus desgastes y sus cansancios; y sus propios cauces para reponer fuerzas. Dios, como buen Padre, nos ha creado mucho mejor, y mucho más sabiamente de lo que se nos pueda ocurrir pensar.

No sólo el cuerpo; también el espíritu humano se ve invadido, de vez en cuando, por un cansancio que le invita a descansar, a reponer energías, a pararse un poco, a reflexionar. Y se cansa también el espíritu de cada uno, de todos y de cualquiera: jóvenes y ancianos; hombres y mujeres; célibes y casados.

El tener que afrontar cada día los mismos problemas; el encontrarse conviviendo minuto a minuto con las mismas personas, hoy amables y mañana desapacibles y hasta insultantes, no obstante el amor que crezca entre ellas, en el seno de la familia, de la amistad, de la profesión; son sólo algunas de las causas que cansan el espíritu. No cabe hacer una lista completa. ¿Tiene pausas el alma? Ni siquiera durante el sueño la quietud, el reposo, reina totalmente en el espíritu.

Queremos descargar el contenido de nuestra alma, de nuestro espíritu, y liberarlo de las preocupaciones, de las ocupaciones que tienen capacidad de agotarlo, de hacerle sentir con más realidad eso que podemos llamar el peso del vivir. Pero, verdaderamente, ¿alcanza­mos alguna vez en nuestra vida a vaciar el alma del todo y confiadamen­te?; ¿puede una madre desentenderse de lleno de los problemas -de todos y de cada uno- de sus hijos, de su casa?; ¿puede un escritor olvidarse por completo de su afán de escribir? ¿deja alguna vez el ser humano de amar, de anhelar, de asombrar­se, de recibir nuevas sensacio­nes, nuevas luces?

¿Cómo se siente y se descubre el cansancio del alma? Voy a fijarme solamente en tres potencias del espíritu que soportan más de lleno ese nuestro cansancio: la inteligencia, la voluntad, el corazón.

El alma, en su mirar siempre al futuro, viviendo plenamente el presente; en su constante tentativa de desentrañar el misterio de su existencia, se fatiga. Un momento particular de este cansancio se avecina cuando el espíritu comienza a sentirse encerrado en un callejón sin salida, cuando no se ve solución para volver a abrir la inteligencia; para poner de nuevo en marcha la voluntad; para empujar el corazón a un nuevo riesgo de amar.

La inteligencia, en sus momentos de lucidez, está siempre preparada para buscar la Verdad, encontrarse con Dios, con Jesucristo -Camino, Verdad y Vida-, y se ve impelida a escudriñar el universo. Esta búsqueda no consigue saciarla nunca del todo, porque sólo en la contemplación de Dios, de Cristo, cara a cara, la inteligencia se calma. Llena de cansancio, a veces nuestra mente se obstina en no recibir ninguna nueva información, se descubre como incapaz de enriquecerse con más saberes y parece dispuesta a dejar en el vacío los espacios infinitos siempre abiertos del espíritu. Se empeña en sostener las mismas ideas, aun sin razonarlas ni fundamentarlas con argumentos sólidos. No está dispuesta a descubrir una nueva maravilla en cada surgir del sol. Prefiere no pensar, porque eso de «pensar», de «reflexionar» es una tarea demasiado difícil, y no se sabe nunca dónde ni cómo va a terminar.

La voluntad de un hombre y de una mujer, cansados en el espíritu, se encuentra como impotente para decidir, sin energías para tirar del cuerpo, de todas las potencias del cuerpo, en ninguna dirección; como si lo único que anhelase fuera el descansar, el sustraerse a la fatiga. Nada parece ya valer la pena de un nuevo riesgo, de un nuevo aventu­rarse por caminos no transitados. En esas condiciones, el ser humano no alcanza a darse cuenta de que la voluntad se agota más por lo que deja de hacer, que por lo que consigue concluir. El coronar una empresa es un alivio, aun cuando sea muy viva la conciencia de que en nuestra vida nunca pondremos la última piedra a todo lo que iniciamos.

El corazón, órgano que no puede pararse sin causar la muerte, deja de ejercer también su función principal: la de amar. El índice más claro del cansancio del corazón es sentirse incapaz de amar, y hasta de odiar; que es en definitiva una forma de amar al revés. El corazón se encuentra sobrecargado por una cierta desilusión, fruto quizá del peso del amor no correspon­dido. El alma se cansa de amar no sólo cuando su empeño es egoísta; también cuando la persona amada se aleja, no corresponde, y llega hasta la traición.

El corazón se empequeñece, deja de abrirse para ir ampliando sus horizontes hasta alcanzar las dimensiones del universo, y se agota tratando de saciar su sed en manantiales secos.

Y junto a estos cansancios del alma, que en definitiva no son otra cosa que señales de los límites del hombre, criatura de Dios, surge de vez en cuando en el fondo de nuestro espíritu otro cansancio más profundo que no tiene solamente la faceta de agotamiento y de desgaste, sino que es también origen y fundamen­to de nuevo vivir. Un cansancio que lleva consigo un descanso que anuncia el descanso definitivo en la vida eterna, al que estamos todos llamados. Es el cansancio-descanso de los que aman, de quienes no se cansan nunca de amar, de los que dan su vida por los demás, de quienes descubren que sólo quien ama halla el verdadero descanso en el Corazón de Jesucristo, Muerto y Resucitado.

 

Ernesto Juliá

Publicado originalmente en RConf

3 comentarios

virginia Castro
Padre Ernesto:
Me senti muy bien cuando lei su sabio comentario; como Directora Espiritual, a veces siento ese cansancio de escuchar a tantos que no tienen sentido de la vida, en mis grupos de Biblia trato de hacer comentarios y se encuentran muy pocos que lleven una vida optimista con la mente en Nuestro Senor.
Gracias mil y un saludo de corazon.
7/12/23 2:23 PM
Luis Fernando
Magnífico artículo. Me hace mucho bien.
10/12/23 2:26 PM
Manolo
Gracias. El título ya me dio luz sobre lo que estoy sintiendo/viviendo, se siente como una especie de muerte, de cansancio justamente, un dejarse estar que llega a ser alejamiento de Dios, una pereza realmente mortal. Uno sabe que no le queda otra que luchar, aunque algún tiempo se deje como morir, no quiere uno ofender a Dios, pero se siente así, tiene un aspecto de horrible y a la vez una especie de "dejarse ser" "dejarse estar" que, paradójicamente, al menos lo parece, lo descansa a uno... no sé, es lo que vengo viviendo!!!
11/12/23 3:46 AM

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