Aviso de restauración en el «Atrio de los gentiles»

Un inesperado mensaje de Benedicto XVI devuelve la iniciativa a su finalidad original: la de evangelizar a los no creyentes, y no sólo escucharlos. El cardenal Ravasi puesto a prueba

Roma, 30 de noviembre de 2012 – Cuando en la vigilia de Navidad de 2009 Benedicto XVI lanzó la idea del “Atrio de los gentiles”, dijo inmediatamente cuál era su finalidad: mantener despierta la búsqueda de Dios entre agnósticos y ateos, como “primer paso” hacia su evangelización.

Pero el Papa no estableció las modalidades de ejecución. Confió la puesta en marcha de la idea al presidente del pontificio consejo de la cultura, el arzobispo y después cardenal Gianfranco Ravasi, valioso y experimentado creador de acontecimientos culturales.

Ravasi debutó con la organización de un encuentro en París el 24 y el 25 de marzo de 2010 que tuvo un impacto notable. El mismo Benedicto XVI tomó parte en él con un mensaje de video dirigido a los jóvenes reunidos en la explanada de Notre Dame.

En las citas sucesivas, sin embargo, el Papa permaneció en silencio. El “Atrio de los gentiles” prosiguió con una secuencia apretada de encuentros en distintos países, en un crescendo que culminó el 5 y 6 de octubre de este año en Asís, con un elenco de participantes record, empezando por el presidente de la república italiana, Giorgio Napolitano, agnóstico de formación marxista.

A este crescendo le corresponde, sin embargo, una disminución de interés general y en los medios de comunicación. Una disminución comprensible. El hecho que unos cuantos no creyentes tomaran la palabra en un acto promovido por la Santa Sede ya no era noticia. Y no era noticia ni siquiera el hecho de que cada uno expusiera su visión del mundo, por otra parte ya conocida, igual que los otros, en una especie de “cuadros de una exposición”.

A pesar de lo sugestivo de cada uno de los acontecimientos y de la admiración que suscitaban entre los participantes, el “Atrio de los gentiles” corría el riesgo de no producir nada nuevo y significativo en el campo de la evangelización.

Si de hecho ha habido una novedad en su último encuentro, que ha tenido lugar el 16 y 17 de noviembre en Portugal, ésta ha venido de fuera y de lo alto. Por primera vez en la historia del “Atrio de los gentiles” –además del caso particular de París–, Benedicto XVI ha enviado a los participantes un mensaje propio. Un mensaje en el cual él ha querido reconducir la iniciativa a su finalidad original: la de hablar de Dios a quien está alejado, despertando las preguntas que acercan a Él “al menos como Desconocido”.

En el mensaje, claramente escrito de su puño y letra, Benedicto XVI se ha inspirado en el tema principal del “Atrio de los gentiles” portugués: “la aspiración común de afirmar el valor de la vida humana”. Pero enseguida ha argumentado que la vida de toda persona, más si es amada, no puede dejar de “llamar en causa a Dios”.

Prosigue:

“El valor de la vida se convierte en evidente sólo si Dios existe. Por esto, sería bello si los no creyentes quisieran vivir “como si Dios existiera”. Aunque no tengan la fuerza para creer, deberían vivir en base a esta hipótesis: en caso contrario, el mundo no funciona. Hay tantos problemas que deben ser resueltos, pero que no lo serán nunca del todo si no se pone Dios en el centro, si Dios no se convierte, de nuevo, en visible en el mundo y determinante en nuestra vida”.

En la conclusión, Benedicto XVI ha citado una línea del mensaje dirigido por el concilio Vaticano II a los pensadores y científicos: “Felices los que, poseyendo la verdad, la buscan más todavía a fin de renovarla, profundizar en ella y ofrecerla a los demás”.

Y ha añadido lapidariamente: “Estos son el espíritu y la razón de ser del ‘Atrio de los gentiles’”.

La indudable rectificación impresa al “Atrio de los gentiles” por Benedicto XVI con este mensaje no ha sido resaltada por los medios de comunicación, ni tan siquiera por los católicos y más atentos. Pero el cardenal Ravasi, sin duda alguna, la ha registrado y suscrito. Se ha visto también por este pasaje del balance del “Atrio” portugués publicado en “L’Osservatore Romano” del 23 de noviembre:

“En Guimarães, el público ha planteado una cuestión: la sacralidad de la vida presupone algo que nos transciende. ¿Cómo podemos conocer a Dios? Es decir, se ha tocado el objetivo por el cual el ‘Atrio de los gentiles’ ha sido pensado: expresar la inquietud respecto a Dios. Tema amplio y complejo sobre el cual, ha dicho el cardenal Ravasi, el ‘Atrio de los gentiles’ volverá de manera más profunda en los próximos encuentros”.

Se podrá verificar este giro en los próximos encuentros.

Mientras tanto, Benedicto XVI ha confiado al cardenal Ravasi, también un renombrado biblista, el honor de presentar a los medios de comunicación de todo el mundo el tercer tomo de su obra sobre Jesús, dedicada a los Evangelios de la infancia. Signo de la confianza que sigue depositando en él.

A su vez, Ravasi ha iniciado, en “L’Osservatore Romano”, una serie de artículos sobre el encuentro/ desencuentro entre la fe y la incredulidad en la cultura  contemporánea, como aportación al Año de la Fe convocado por el Papa.

En el primero de estos artículos, el 28 de noviembre, el cardenal ha puesto de manifiesto su excepcional dominio de la literatura, las artes y las ciencias, con una exuberante floritura de autores citados. En orden: Aleksandr Blok, Franz Kafka, Emile Cioran, Jean Cocteau, Rudolf Bultmann, Blaise Pascal, Jan Dobraczynski, Robert Musil, Ludwig Wittgenstein, Luis de León, David Hume, Anatole France, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Alberto Moravia, Augusto Del Noce, Jacques Prévert, Eugenio Montale, Johann Wolfgang von Goethe.

Una veintena de autores en media página de periódico, casi todos ellos no creyentes, si bien todos se han revelado “vulnerables” a las preguntas sobre Dios.

Pero volvamos a Benedicto XVI y a su poco conocido pero importante mensaje en ocasión del último “Atrio de los gentiles”. Todo él de obligada lectura. 

“Como en edificios de cemento sin ventanas...”

Benedicto XVI, Vaticano, 13 de noviembre de 2012

Queridos amigos,

Con viva gratitud y con afecto saludo a todos los participantes en el “Atrio de los gentiles”, que se inaugura en Portugal el 16 y 17 de noviembre de 2012 y que reúne a creyentes y no creyentes alrededor de la inspiración común de afirmar el valor de la vida humana en vista de la creciente oleada de la cultura de la muerte.

En realidad, la conciencia de la sacralidad de la vida que nos ha sido confiada, no como algo de lo cual se puede disponer libremente, sino como un don que hay que custodiar fielmente, pertenece a la herencia moral de la humanidad. “Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término” (Encíclica “Evangelium vitae”, n. 2). No somos un producto casual de la evolución, sino que cada uno de nosotros es fruto de un pensamiento de Dios: somos amados por Él.

Pero si la razón puede captar este valor de la vida, ¿por qué hay que llamar en causa a Dios? Respondo citando una experiencia humana. La muerte de la persona amada es, para quien la ama, el hecho más absurdo que se pueda imaginar: ella es incondicionalmente digna de vivir, es bueno y bello que exista (el ser, el bien, lo bello, como diría un metafísico, se equivalen trascendentalmente). Del mismo modo, la muerte de esta misma persona parece, a los ojos de quien no la ama, como un hecho natural, lógico (no absurdo). ¿Quién tiene razón? ¿El que ama (“la muerte de esta persona es absurda”) o el que no ama (“la muerte de esta persona es lógica”)?

La primera posición es defendible sólo si toda persona es amada por un Poder infinito; y éste es el motivo por el cual ha sido necesario recurrir a Dios. De hecho, quien ama no quiere que la persona amada muera; y si pudiera, lo impediría siempre. Si pudiera... El amor finito es impotente; el Amor infinito es omnipotente. Ahora bien, ésta es la certeza que la Iglesia anuncia: “ Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). ¡Sí! Dios ama a toda persona que, por esto, es incondicionalmente digna de vivir. “La sangre de Cristo, mientras revela la grandeza del amor del Padre, manifiesta qué precioso es el hombre a los ojos de Dios y qué inestimable es el valor de su vida”. (Enciclica “Evangelium vitae”, n. 25).

En la época moderna el hombre ha querido, sin embargo, sustraerse a la mirada creadora y redentora del Padre (cfr. Jn 4, 14), apoyándose en sí mismo y no en el Poder divino. Algo así como sucede con los edificios de cemento armado sin ventanas, donde es el hombre quien provee la aireación y la luz; e incluso en un mundo así auto-construido se recurre también a los “recursos” de Dios, que son transformados en nuestros productos. ¿Qué podemos decir entonces? Es necesario volver a abrir las ventanas, ver de nuevo la vastedad del mundo, el cielo y la tierra y aprender a usar todo esto de manera justa.

De hecho, el valor de la vida se convierte en evidente sólo si Dios existe. Por esto, sería bello si los no creyentes quisieran vivir “como si Dios existiera”. Aunque no tengan la fuerza para creer, deberían vivir en base a esta hipótesis: en caso contrario, el mundo no funciona. Hay tantos problemas que deben ser resueltos, pero que no lo serán nunca del todo si no se pone a Dios en el centro, si Dios no se convierte, de nuevo, en visible en el mundo y determinante en nuestra vida. Aquel que se abre a Dios no se aleja del mundo y de los hombres, sino que encuentra hermanos: en Dios caen nuestros muros de separación, somos todos hermanos, formamos parte los unos de los otros.

Amigos míos, desearía concluir con estas palabras del concilio Vaticano II a los pensadores y científicos: “Felices los que, poseyendo la verdad, la buscan más todavía a fin de renovarla, profundizar en ella y ofrecerla a los demás” (Mensaje, 8 de diciembre de 1965). Estos son el espíritu y la razón de ser del “Atrio de los gentiles”. A vosotros, comprometidos de distintas formas en esta significativa iniciativa, os expreso mi apoyo y dirijo mi más sentido estímulo. Que mi afecto y bendición os acompañen hoy y en el futuro.

 

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1 comentario

vicente
pero no podemos evangelizar si antes no escuchamos......
3/12/12 9:41 PM

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