9.04.10

La fuente de todo perdón

Homilía II Domingo de Pascua de la Divina Misericordia (ciclo C )

El Señor Resucitado se encuentra con los suyos y les comunica el Espíritu Santo para que puedan cumplir la misión de perdonar los pecados, siendo instrumentos de la misericordia de Dios: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20,22).

El Concilio de Trento enseña que “por este hecho tan insigne y por tan claras palabras, el común sentir de todos los Padres entendió siempre que fue comunicada a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores la potestad de perdonar y retener los pecados para reconciliar a los fieles caídos en pecado después del Bautismo”.

La fuente de todo perdón es el Padre de la misericordia, que “realiza la reconciliación de los pecadores por la Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu, a través de la oración y el ministerio de la Iglesia” (Catecismo 1449).

La misericordia es el amor del Padre; un amor paciente y benigno; un amor fiel y más poderoso que el pecado y que la muerte. Juan Pablo II decía que “precisamente porque existe el pecado en el mundo (…), Dios que «es amor» no puede revelarse de otro modo si no es como misericordia”; es decir, como amor que perdona, que mantiene la fidelidad a pesar de las infidelidades de los hombres. Y Benedicto XVI nos ayuda a comprender el alcance infinito de esta fuerza divina al comentar: “Es la misericordia la que pone un límite al mal. En ella se expresa la naturaleza del todo peculiar de Dios: su santidad, el poder de la verdad y del amor”.

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8.04.10

Un texto del Papa sobre la Misericordia Divina

Se trata de un fragmento de la homilía que el Papa Benedicto pronunció en la víspera de su 80 cumpleaños, el 15 de abril de 2007:

“Según una antigua tradición, este domingo se llama domingo “in Albis". En este día, los neófitos de la Vigilia pascual se ponían una vez más su vestido blanco, símbolo de la luz que el Señor les había dado en el bautismo. Después se quitaban el vestido blanco, pero debían introducir en su vida diaria la nueva luminosidad que se les había comunicado; debían proteger diligentemente la llama delicada de la verdad y del bien que el Señor había encendido en ellos, para llevar así a nuestro mundo algo de la luminosidad y de la bondad de Dios.

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6.04.10

Newman y Russell

El 27 de febrero de 1841, en plena ebullición del Movimiento de Oxford, se publicó el célebre “Tracto 90”, que intentaba una lectura católica – aunque todavía no romana- de los 39 Artículos Anglicanos, en armonía con la tradición de la Iglesia. No era el primer intento en este sentido que había tenido lugar en Inglaterra, porque ya en 1646, el capellán católico de la esposa de Carlos I Estuardo había llevado a cabo una tarea similar. Aunque lo más habitual es que fuesen interpretados en sentido luterano o calvinista.

Para Newman, autor del “Tracto 90”, los Artículos Anglicanos censuraban las corrupciones populares del catolicismo romano, pero admitían las doctrinas católicas. Newman, aún anglicano, distinguía así entre la tolerancia de las autoridades romanas con respecto a las exageraciones populares y las formulaciones solemnes de la Iglesia Romana respecto a la doctrina.

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5.04.10

Una propuesta para el Mes de Mayo

Hace dos años, en 2008, escribí en el blog una serie que había titulado “Mayo virtual". Los posts sirvieron de base a un libro que ha sido recientemente publicado: “Treinta y un días de Mayo", Ed. CCS, Madrid, 2010.

Por sugerencia de una lectora asidua del blog, he pensado que sería una buena iniciativa convocar a los lectores habituales y comentaristas a escribir, en una extensión máxima de un folio, una reflexión sobre la Virgen María y sobre el papel que juega en la vida cristiana.

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4.04.10

La belleza de la Pascua

A mí me gustan y me emocionan todos los momentos del tiempo litúrgico. Porque el año litúrgico es la celebración del Misterio de Cristo, que es el Señor del tiempo, que abarca y resume en sí mismo todos los tiempos.

Si tuviese que expresar una preferencia, muy personal, me inclinaría por el llamado “tiempo ordinario”. No está focalizado en un acontecimiento peculiar, sino en la base y en el fundamento de todos ellos. Cristo es el Verbo encarnado, el Emmanuel, el Dios con nosotros, que redime lo que ha asumido: el hambre y la sed, el cansancio y el descanso, la vida y la muerte.

La divina humanidad de la Liturgia nos seduce. Nos seduce el Nacimiento del Salvador, el trasunto histórico del misterio de la Encarnación. Dios hecho hombre. Dios hecho niño. Dios inerme, como inermes somos nosotros. Necesitado de cuidados, de protección, hasta de mimos.

El Padre quiere a su Hijo y, en la economía de la Trinidad, permite, si así podemos decirlo, su envío al mundo. Pero encomienda la recepción de su Hijo a la Persona que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Y crea, “ex novo”, como prototipo de toda criatura, a María Santísima, a la dulcísima Madre del Verbo encarnado. Dios sabe cómo somos los hombres y nos ha facilitado el camino de reconocer nuestro origen dándonos a una Madre.

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