31.10.24

Rue du Purgatoire

La festividad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos, con todos los ritos y costumbres que rodean estas fechas – como el adorno de los panteones y las visitas a los cementerios – pueden ser objeto de diversas aproximaciones; por ejemplo, desde la antropología cultural. También pueden ser analizadas desde la teología católica, que parte de la revelación cristiana, testimoniada en la Sagrada Escritura unida a la tradición de la Iglesia e interpretada con autoridad por el magisterio eclesiástico – por los obispos, por el papa, por los concilios -.

La Biblia habla de la práctica de la oración por los difuntos. El Libro Segundo de los Macabeos dice que Judas, líder de los macabeos, “encargó un sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado”. Este pasaje atestigua la validez de la intercesión solidaria de los vivos por los difuntos. Una línea teológica que hace suya, desde los primeros tiempos, la Iglesia, que ha honrado la memoria de los difuntos, ofreciendo sufragios en su favor, especialmente el sacrificio de la santa misa, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión de Dios en el cielo. San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla y uno de los grandes padres orientales, escribió al respecto: “No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido, y en ofrecer nuestras plegarias por ellos”.

La convicción que subyace a esta práctica es la fe en la existencia del “purgatorio”; es decir, en la creencia de la purificación final de los elegidos; de aquellos que han muerto en la gracia y en la amistad con Dios, aunque imperfectamente purificados de las huellas que han dejado sus pecados. Esta doctrina ha sido formulada principalmente en los concilios de Florencia y de Trento.

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24.10.24

Volver al Corazón. Sobre la encíclica del papa "Dilexit nos"

Con fecha del veinticuatro de octubre de 2024 el papa Francisco ha publicado su cuarta encíclica, titulada “Dilexit nos” – “Nos amó” –, sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo. No se aparta el pontífice de la entraña del cristianismo, el amor de Cristo, ni de las actuales necesidades del hombre, que busca sentido y orientación para su existencia, que precisa retornar a su interior para no perder su propio centro.

Hay que realizar la síntesis de todas las dimensiones que nos constituyen: los deseos, la inteligencia, la voluntad, la imaginación y los sentimientos. “Necesitamos que todas las acciones se pongan bajo el «dominio político» del corazón”, dejándose moderar por su latido. Solo el corazón, lo más profundo de nosotros mismos, es capaz también de unir los fragmentos, superando la dispersión del individualismo. La urgencia de esta tarea, recuperar el corazón, es patente, “viendo cómo se suceden nuevas guerras, con la complicidad, tolerancia o indiferencia de otros países, o con meras luchas de poder en torno a intereses parciales”.

El Corazón sagrado “es el principio unificador de la realidad, porque «Cristo es el corazón del mundo; su Pascua de muerte y resurrección es el centro de la historia, que gracias a él es historia de salvación»”. En los gestos y en las palabras de Jesús se expresa la proximidad, la compasión y la ternura de Dios. Sobre todo, en el gesto supremo de la cruz, su palabra de amor más elocuente: «Me amó y se entregó por mí», dice san Pablo.

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18.10.24

Dicen que un (futuro) cardenal quiere vestirse de papa

Yo no sé dónde he leído que a san John Henry Newman, al ser creado cardenal, le preguntaron: “¿Qué es más importante, ser cardenal o ser santo?”. Newman contestó, advierto que mi memoria no es un acta notarial, que ser santo tiene que ver sobre todo con Dios mientras que ser cardenal es algo más humano.

Todo está relacionado. Newman lo sabía. Lo humano y lo divino. Lo humano como signo, como “sacramento”, de lo divino. A esto le llamaba, el santo cardenal inglés, “el principio místico o sacramental”, según el cual la realidad visible tiene un carácter de signo y remite siempre más allá de sí misma. Lo visible, físico o histórico, es una manifestación sensible de realidades mayores. Algo similar sostenía Maurice Blondel en su “ex libris”: “Per ea quae videntur et absunt ad illa quae non videntur et sunt”; es decir, “por las cosas que se ven y no son, a las que no se ven y son”. Así es, hasta el punto que el Concilio Vaticano II dice en “Lumen Gentium”: “la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”, “la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestiales, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que más bien forman una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino”.

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17.10.24

Doctoras de octubre

El mes de octubre comienza con la memoria de santa Teresa de Lisieux y encuentra su ecuador en la fiesta de santa Teresa de Jesús. Las dos santas, las dos carmelitas, las dos escritoras. Junto a santa Catalina de Siena y a santa Hildegarda de Bingen constituyen el selecto grupo de “doctoras de la Iglesia”, de maestras insignes de la fe. San Pablo VI, en 1970, reconoció como tal a santa Teresa, la primera mujer en obtener este título, y el 19 de octubre de 1997 san Juan Pablo II hizo lo propio con santa Teresa del Niño Jesús.

Santa Teresa de Jesús (Ávila 1515 - Alba de Tormes 1582) poseía una gran personalidad, un temperamento entusiasta. Apasionada de la lectura – de libros de caballería y de vidas de santos -, salió de Ávila, con seis o siete años, acompañada de su hermano Rodrigo con el propósito de ser martirizados: “concertábamos irnos a tierra de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen”, recuerda en el “Libro de su vida”.

En 1533, en su ciudad natal, entra en el monasterio carmelita de la Encarnación. En 1555 toma conciencia, de un modo muy vivo, del sufrimiento de Jesús en su Pasión para salvarnos y, en consecuencia, intensifica su vida religiosa. Emprenderá la reforma de la Orden del Carmen, retornándola a su primigenia regla, a una mayor observancia. En 1563, “se descalza”, abandonando los zapatos por sandalias. En 1567 se une a su reforma san Juan de la Cruz.

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11.10.24

Cardenal Newman, religión y verdad

Hace cinco años, el 13 de octubre de 2019, el cardenal John Henry Newman (Londres 1801- Edgbaston 1890) fue canonizado en el Vaticano por el papa Francisco. En Birmingham, en 2010, Benedicto XVI lo había declarado beato, agregándolo a la larga hilera de santos y eruditos británicos como San Beda, Santa Hilda, San Aelred o el Beato Duns Scoto.

Newman fue, ciertamente, santo y erudito. Un hombre movido siempre por la incansable búsqueda de la verdad, también – y sobre todo – de la verdad en cuestiones de religión. Hay tres momentos especialmente significativos en lo que concierne a esta búsqueda: su primera conversión religiosa, en 1816; su viaje de seis meses por el Mediterráneo, en 1832; y su conversión al catolicismo en 1845.

Escribe en su autobiografía que hasta los quince años no tuvo “convicciones religiosas formadas”, aunque sí había leído la Biblia desde niño y conocía perfectamente el catecismo anglicano. A los quince años se produjo su primera conversión religiosa, experimentando el profundo impacto de percibir que la religión tiene que ver con la verdad; es decir, que hay una verdad religiosa, un “dogma”. La religión no es solo moral, o solo sentimientos, o meros usos y costumbres. Es algo más que eso, pues se presenta a la inteligencia como una verdad.

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