Rue du Purgatoire
La festividad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos, con todos los ritos y costumbres que rodean estas fechas – como el adorno de los panteones y las visitas a los cementerios – pueden ser objeto de diversas aproximaciones; por ejemplo, desde la antropología cultural. También pueden ser analizadas desde la teología católica, que parte de la revelación cristiana, testimoniada en la Sagrada Escritura unida a la tradición de la Iglesia e interpretada con autoridad por el magisterio eclesiástico – por los obispos, por el papa, por los concilios -.
La Biblia habla de la práctica de la oración por los difuntos. El Libro Segundo de los Macabeos dice que Judas, líder de los macabeos, “encargó un sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado”. Este pasaje atestigua la validez de la intercesión solidaria de los vivos por los difuntos. Una línea teológica que hace suya, desde los primeros tiempos, la Iglesia, que ha honrado la memoria de los difuntos, ofreciendo sufragios en su favor, especialmente el sacrificio de la santa misa, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión de Dios en el cielo. San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla y uno de los grandes padres orientales, escribió al respecto: “No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido, y en ofrecer nuestras plegarias por ellos”.
La convicción que subyace a esta práctica es la fe en la existencia del “purgatorio”; es decir, en la creencia de la purificación final de los elegidos; de aquellos que han muerto en la gracia y en la amistad con Dios, aunque imperfectamente purificados de las huellas que han dejado sus pecados. Esta doctrina ha sido formulada principalmente en los concilios de Florencia y de Trento.