15.04.08

Todo es relativo a Cristo

El eje en torno al cual gira el papel de la Santísima Virgen en la historia de la salvación es Jesucristo: “En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él: en vistas a Él, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro” (Marialis cultus, 25). En razón de Cristo, María se convirtió en Madre de Dios. Ella es la primera redimida, la Madre del Salvador, la esclava fiel, la compañera del Redentor, la discípula que supo escuchar y guardar la palabra de Dios. En razón de Cristo, fue hecha una criatura nueva por el Espíritu Santo y convertida de modo particular en su templo. Por la fuerza del Espíritu, concibió en su seno virginal a Jesucristo y lo dio al mundo.

Con una expresión aparentemente paradójica el undécimo Concilio de Toledo, celebrado en el año 675, se refirió a María como “hija de su Hijo”: “el que en cuanto Dios creó a María, en cuanto hombre fue creado por María: Él mismo es padre e hijo de su Madre María” (Enchiridion Symbolorum, 536). Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es, en cuanto Dios, el Creador de María. La santísima Virgen, siendo su Madre, es a la vez hija suya en el orden de la gracia; la Madre del Redentor y el “fruto excelente de la redención” (Sacrosanctum Concilium, 103), habiendo sido redimida “de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo” (Lumen gentium, 53).

La gracia de Cristo inundó desde el primer instante de su Concepción -desde la raíz de su ser - a María, llena de gracia, totalmente santa e inmaculada (cf Efesios 5, 27), inmune de toda mancha de pecado. Como canta agradecida la Iglesia, en el prefacio de la solemnidad de la Inmaculada, “Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”.

Para ser Madre de Cristo, María fue preservada limpia de toda mancha de pecado original “por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente” (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus) y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf Catecismo, 411). También a nosotros que, a diferencia de Nuestra Señora, hemos nacido con una naturaleza herida e inclinada al mal, Cristo nos da, por medio de la fe y del Bautismo, la vida de la gracia, que borra el pecado original y nos devuelve a Dios concediéndonos la justificación; “la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia” (Catecismo, 1992).

Guillermo Juan Morado.

14.04.08

Carme

La nueva ministra de Defensa, Carme Chacón, se ha convertido en un icono. Carme es joven – 37 años - , es guapa, y ha triunfado en la vida. Pero a mí lo que me llama la atención de la nueva ministra es el hecho de que esté embarazada. Consciente o inconscientemente, se ha asumido el prejuicio de que la maternidad es incompatible con el trabajo o con el éxito. Y en muchos casos, por desgracia, lo es. Para muchas mujeres, el embarazo supone el primer riesgo laboral, incluso un obstáculo. Un signo preocupante, un indicio de una cultura pervertida que, por el influjo de los intereses económicos, presiona a la mujer para que no sea madre; para que pague el siniestro tributo de sacrificar, en aras del ascenso social, la capacidad de concebir, albergar y dar a luz una nueva vida.

Dicen los periódicos que el Presidente del Gobierno, desde que sabe la “buena nueva” del embarazo de la ministra, lo primero que le pregunta, cuando habla con ella es: “¿Cómo está el niño?”. No pregunta por el “nasciturus”, no; pregunta por “el niño”. Todos sabemos que lo del “nasciturus”, que, en Derecho, es sólo un “bien jurídico”, es una ficción. Las madres no esperan un “bien jurídico”. Las madres esperan a un hijo, a un niño. Como Carme Chacón. El mismo Presidente, que se muestra como un marido ejemplar y como un padre ejemplar, parece que le dijo a Carme, tras haber ganado las elecciones de 2004: “No renuncies a lo más lindo que le puede pasar a una persona, que es tener hijos”.

Es una pena que tan buenos principios no se traduzcan en una política más decididamente encaminada a favorecer la maternidad, para que ninguna mujer se vea forzada a renunciar “a lo más lindo”. Creo que a muchas les gustaría tener esa experiencia y que, de buen grado, cambiarían la canastilla y la cuna del bebé por la cita con el carcinero en alguno de los abundantes – y legalmente protegidos – abortorios del país.

Mi felicitación a Carme. Ella será ministra por un tiempo; pero será madre para siempre. Y a la larga, estoy seguro, valorará más lo segundo que lo primero. Aunque es un buen augurio el que pueda ser ambas cosas a la vez. Ojalá que las demás mujeres no se vean privadas de la misma suerte. Por su bien, y por el bien de todos.

Guillermo Juan Morado.

¿Basta parir para decidir?

La Real Academia Española define “parir”, dicho de una hembra, como “expeler en tiempo oportuno el feto que tenía concebido”. Para algunos, parece que la posibilidad de parir da, sin más, derecho a “decidir”. ¿A decidir qué? ¿A decidir cuando expulsar el feto concebido? ¿A decidir si expulsarlo vivo o muerto? ¿A decidir trocearlo, triturarlo, envenenarlo?

A mí lo de “nosotras parimos, nosotras decidimos” me suena tan mal como lo de “la maté porque era mía”. Frases hechas. Frases justificadoras del ejercicio abyecto de la violencia perpetrada contra los débiles. Frases sin fundamento. Frases ocultadoras de la verdad.

Cuando se reivindica un (falso) “derecho” al aborto, se está silenciando lo que significa abortar. Abortar no es, meramente, parir antes de tiempo. Abortar es matar. Es privar a un ser humano, en sus etapas iniciales de vida, del derecho más básico de todos: el derecho a la vida. ¿Tienen los padres derecho a matar a sus hijos? ¿Pueden pretender que el Estado, mediante la red sanitaria pública, les ayude en sus propósitos infanticidas? ¿Por qué puede, quien pare, decidir sobre la vida de su hijo “antes” del tiempo oportuno y no “después” de ese tiempo?

Si un partido político - o el Consejo de Europa en pleno - tiene claro que el hecho de parir da derecho a decidir sobre la vida de un ser humano ya concebido, entonces cualquier persona de bien debería tener más clara aun la obligación moral de no sólo de no secundar, sino de oponerse activamente a esas iniciativas injustas.

Guillermo Juan Morado.

12.04.08

Pastor, Puerta y redil

La liturgia de este IV Domingo de Pascua proyecta ante nuestros ojos la imagen de Cristo como Buen Pastor y como Puerta del aprisco, así como la imagen de la Iglesia como redil.

Jesucristo es el Buen Pastor. Todo el “Salmo” 22 nos habla de Él. El Señor nos guía y nos conduce; su bondad y su misericordia nos acompañan. Nos lleva por el sendero justo e infunde en nuestro ánimo fortaleza y sosiego, sobre todo cuando nos toca atravesar las “cañadas oscuras” de la tentación, del sinsentido, de la angustia, del dolor o de la muerte.

Él va delante de nosotros; es el “pastor y guardián de nuestras vidas”, el Cordero que recorrió en silencio el camino de la cruz: “Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario se ponía en manos del que juzga justamente” (cf 1 “Pedro” 2, 20-25). Las huellas que sirven de referencia a nuestros pasos son huellas ensangrentadas, de un Pastor que es a la vez Siervo sufriente. No podemos extrañarnos entonces si, caminando en pos de Él, nos encontramos con la cruz.

El Pastor nos conoce y nos llama por nuestro nombre. Si conocemos su voz, le seguiremos. San Gregorio Magno, comentando este pasaje evangélico, explica que “conocer” al Pastor implica haber alcanzado la luz de su verdad. Y el conocimiento exige no sólo la fe, sino también el amor; no sólo la credulidad, sino también las obras, porque quien dice “yo le conozco”, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso (cf “Homilía” 14, 3-6).

Unida a la imagen del Pastor está la de la Puerta: “Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”. Por su Pascua, el Señor ha cruzado las fronteras de la muerte y puede conducirnos a través de ellas a la vida eterna. La certeza de que Cristo Resucitado nos abre el paso a la vida alienta la predicación de la Iglesia, que no se cansa de anunciar, como Pedro, que Jesús, el crucificado, ha sido constituido por Dios en Señor y Mesías (cf “Hechos” 2, 14.36-41). San Gregorio Magno describe el dinamismo que supone entrar por esa Puerta: Quien la atraviese “tendrá acceso a la fe, y pasará luego de la fe a la visión, de la credulidad a la contemplación, y encontrará pastos en el eterno descanso”. De la fe a la visión… De una vida eterna incoada ya aquí en la tierra a la plenitud de esa vida que tendrá su culminación en el cielo.

Dos peligros pueden disuadirnos de cruzar esa Puerta que es Cristo: las asperezas del camino o bien la seducción que puede ejercer sobre nosotros algún pasaje que encontremos durante nuestro itinerario. La senda del seguimiento no es fácil, y debemos pedir al Espíritu Santo que nos dé su fuerza para que las adversidades de la vida no nos hagan desistir de buscar continuamente la meta. En sentido contrario, también puede despistarnos confundir una etapa de la ruta con el destino final. Todo aquello que momentáneamente nos cautiva tiene valor si nos lleva a Dios y no lo tiene si nos aparta de Él. Es ése el gran criterio para discernir lo que de verdad merece la pena.

La tercera imagen es el redil, el aprisco; en definitiva, la Iglesia, redil que custodia el pequeño rebaño pastoreado por Cristo. El redil no tiene importancia en sí mismo, pero cumple una función imprescindible: evitar que las ovejas se dispersen, que abandonen el paraje resguardado para quedar a merced de la intemperie. La Iglesia es signo e instrumento de unidad; de unión de los hombres con Dios. Si no nos apartamos del redil, podemos tener la certeza de que estamos más cerca del Buen Pastor, que pone a nuestro alcance el agua del Bautismo, la unción de la Confirmación y la mesa de la Eucaristía para que no carezcamos del alimento necesario que repara nuestras fuerzas.

Pastor, Puerta y redil… En este domingo no podemos dejar de orar por los pastores de la Iglesia para que cumplan su misión de hacer transparente a Cristo, verdadero guardián del rebaño. Y también nuestra petición se dirige al Buen Pastor para que envíe a su pueblo abundantes vocaciones.

Guillermo Juan Morado.

10.04.08

Los santos, intérpretes de la Escritura

En la conferencia dedicada al “mensaje de Jesús”, José Rico Pavés, ponente en las Jornadas Bíblicas de Vigo, proporcionó dos nuevas claves de intelección del libro de Benedicto XVI “Jesús de Nazaret”: la idea, expresada por el Papa, de que los santos son los auténticos intérpretes de la Sagrada Escritura y, en segundo lugar, el subrayado de la importancia de la tipología cristológica empleada en la exégesis patrística.

La referencia a los santos resulta necesaria para comprender el verdadero sentido de las bienaventuranzas. Benedicto XVI opta por recuperar la relación entre teología y santidad; una relación quebrada al final de la Edad Media. En esta misma línea, ya el Papa Juan Pablo II, en “Novo Millennio Ineunte” había hecho referencia a la “teología vivida” de los santos. “Para una teología rigurosa, necesitamos la ayuda de los santos, en quienes el Evangelio se ha hecho vida”, comentó José Rico.

La tipología cristológica resulta útil para comprender las parábolas. La Escritura, decían los Padres de la Iglesia, es un cofre cerrado, cuya llave es Cristo. Para acceder al sentido de las Escrituras hay que emplear esa llave. Esta temática está presente en el “Catecismo de la Iglesia Católica”, que alude a una triple presencia del Verbo en el Antiguo Testamento: En las teofanías, en las tipologías (o sentidos prefigurados) y en las profecías.

Con estas dos nuevas claves de lectura, Rico Pavés expuso el tratamiento que el Papa hace de las bienaventuranzas y de las parábolas. De las bienaventuranzas, destacó su definición, sus contenidos fundamentales y el diálogo que en “Jesús de Nazaret” el Papa mantiene con Nietzsche. Sobre las parábolas, Rico Pavés explicó qué son y expuso someramente el tratamiento que el Papa hace de tres grandes parábolas: la del Buen Samaritano, la de los dos hermanos y la de Epulón y Lázaro.

Guillermo Juan Morado.