Pastor, Puerta y redil

La liturgia de este IV Domingo de Pascua proyecta ante nuestros ojos la imagen de Cristo como Buen Pastor y como Puerta del aprisco, así como la imagen de la Iglesia como redil.

Jesucristo es el Buen Pastor. Todo el “Salmo” 22 nos habla de Él. El Señor nos guía y nos conduce; su bondad y su misericordia nos acompañan. Nos lleva por el sendero justo e infunde en nuestro ánimo fortaleza y sosiego, sobre todo cuando nos toca atravesar las “cañadas oscuras” de la tentación, del sinsentido, de la angustia, del dolor o de la muerte.

Él va delante de nosotros; es el “pastor y guardián de nuestras vidas”, el Cordero que recorrió en silencio el camino de la cruz: “Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario se ponía en manos del que juzga justamente” (cf 1 “Pedro” 2, 20-25). Las huellas que sirven de referencia a nuestros pasos son huellas ensangrentadas, de un Pastor que es a la vez Siervo sufriente. No podemos extrañarnos entonces si, caminando en pos de Él, nos encontramos con la cruz.

El Pastor nos conoce y nos llama por nuestro nombre. Si conocemos su voz, le seguiremos. San Gregorio Magno, comentando este pasaje evangélico, explica que “conocer” al Pastor implica haber alcanzado la luz de su verdad. Y el conocimiento exige no sólo la fe, sino también el amor; no sólo la credulidad, sino también las obras, porque quien dice “yo le conozco”, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso (cf “Homilía” 14, 3-6).

Unida a la imagen del Pastor está la de la Puerta: “Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”. Por su Pascua, el Señor ha cruzado las fronteras de la muerte y puede conducirnos a través de ellas a la vida eterna. La certeza de que Cristo Resucitado nos abre el paso a la vida alienta la predicación de la Iglesia, que no se cansa de anunciar, como Pedro, que Jesús, el crucificado, ha sido constituido por Dios en Señor y Mesías (cf “Hechos” 2, 14.36-41). San Gregorio Magno describe el dinamismo que supone entrar por esa Puerta: Quien la atraviese “tendrá acceso a la fe, y pasará luego de la fe a la visión, de la credulidad a la contemplación, y encontrará pastos en el eterno descanso”. De la fe a la visión… De una vida eterna incoada ya aquí en la tierra a la plenitud de esa vida que tendrá su culminación en el cielo.

Dos peligros pueden disuadirnos de cruzar esa Puerta que es Cristo: las asperezas del camino o bien la seducción que puede ejercer sobre nosotros algún pasaje que encontremos durante nuestro itinerario. La senda del seguimiento no es fácil, y debemos pedir al Espíritu Santo que nos dé su fuerza para que las adversidades de la vida no nos hagan desistir de buscar continuamente la meta. En sentido contrario, también puede despistarnos confundir una etapa de la ruta con el destino final. Todo aquello que momentáneamente nos cautiva tiene valor si nos lleva a Dios y no lo tiene si nos aparta de Él. Es ése el gran criterio para discernir lo que de verdad merece la pena.

La tercera imagen es el redil, el aprisco; en definitiva, la Iglesia, redil que custodia el pequeño rebaño pastoreado por Cristo. El redil no tiene importancia en sí mismo, pero cumple una función imprescindible: evitar que las ovejas se dispersen, que abandonen el paraje resguardado para quedar a merced de la intemperie. La Iglesia es signo e instrumento de unidad; de unión de los hombres con Dios. Si no nos apartamos del redil, podemos tener la certeza de que estamos más cerca del Buen Pastor, que pone a nuestro alcance el agua del Bautismo, la unción de la Confirmación y la mesa de la Eucaristía para que no carezcamos del alimento necesario que repara nuestras fuerzas.

Pastor, Puerta y redil… En este domingo no podemos dejar de orar por los pastores de la Iglesia para que cumplan su misión de hacer transparente a Cristo, verdadero guardián del rebaño. Y también nuestra petición se dirige al Buen Pastor para que envíe a su pueblo abundantes vocaciones.

Guillermo Juan Morado.

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