II Domingo de Pascua (B): El paso de incrédulo a creyente
“Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”. En la Octava de Pascua seguimos celebrando el día santísimo de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. El Evangelio nos transporta al anochecer de aquel día, el primero de la semana.
El Señor no se somete a un examen forense por parte de los incrédulos, sino que se aparece a los suyos. Son estos encuentros los que, bajo la acción de la gracia, despiertan la fe de los discípulos en la Resurrección.
Dios todo lo hace nuevo. Su palabra, la entrega de su Hijo en la Cruz, el agua y la sangre, el amor más fuerte que la muerte… transforman lo terreno en lo celeste, lo temporal en lo eterno.
Verdaderamente se trata, como explicaba Benedicto XVI valiéndose de una analogía, de la mayor “mutación”, del salto más decisivo en absoluto hacia una dimensión totalmente nueva que se haya producido jamás en la larga historia de la vida y de sus desarrollos. Su cuerpo, el de Cristo, se llena del Espíritu Santo y participa, para siempre, de la gloria de Dios.