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3.10.18

Solo la Verdad "mata" las ideologías.

Y me da que no hay muchos más remedios. Vamos: no hay ninguno más que sea realmente aficaz. Placebos hay todos los que quieras; incluido el alcohol, por ejemplo.

Estamos sembrados de ideologías, y estamos más que escasos de pensamiento. Estamos bombardeados por (anti)culturas inhumanas, y estamos casi indefensos -o sea: entregados-, porque no queremos empuñar las armas para el combate: bastaría decir, “el rey va desnudo"; pero ya no estamos ni para eso. Estamos enterrados en corrupción porque hemos perdido el vigor moral que, antes y a la vez, es intelectual. Y estamos así, porque hemos “muerto” para la Verdad: literalmente nos hemos “suicidado", tanto en el plano intelectual como en el moral, que además de inseparables se retroalimentan mutuamente. Y este análisis -o denuncia- vale también en el horizonte eclesial.

Por cierto: estoy escribiendo el término “Verdad” siempre con mayúscula y de propósito: porque no hay “verdad” sin Verdad. Como no hay hombre sin Dios. Como no hay Iglesia Católica sin Jesucristo. Hay -sobreabundan-, las ideologías como he dicho; y lo digo porque es patente; pero estas no tienen nada que ver, ni con la Verdad ni con la verdad: son incompatibles; es más: a las dos las matan.

¿El remedio a todo este panorama? Hay que perder el miedo a la Verdad. A buscarla, a encontrarla, a tenerla, a defenderla, a transmitirla, a quererla, y a vivir de/por/con Ella: porque sólo este horizonte es el verdaderamente humano. Es el único horizonte digno del hombre y, por consiguiente, el único que lo engradece y le sirve. Al hombre.

Siempre me acordaré de una persona que, económicamente y por cuestiones que no son ahora para airear, lo estaba pasando mal: iba muy justita. Un par de familiares muy cercanos, en sendas ocasiones le ofrecieron dinero, con la condición de que no se lo dijera a sus respectivos cónyuges, porque igual no lo entendían o no acogían el gesto de buen grado.

Y esta persona, en las dos ocasiones y después de tener el sobre en la mano, lo devolvió, diciendo: “es que, en esas condiciones, yo no puede coger este dinero, porque NO ES VERDAD"; en el sentido de que no podía admitir que, si por cualquier motivo le preguntasen, tuviese que MENTIR. Y lo devolvió. Más ejemplar, imposible. Esto es una persona con principios; es decir: esto es una persona. O cuántas veces, personas que se han encontrado sumas fuertes de dinero las han entregado a las autoridades “porque no era suyo".

Hay que vivir en la Verdad, porque sin ella la vida no es digna de la persona…, y no compensa.

El primer escalón de las ideologías son los “a priori” en los que uno se coloca; y, a partir de ahí, se “construye” -se inventa- lo que haga falta.

Por ejemplo: si yo me coloco en la postura, en el “a priori", de que “mi cuerpo es mío” cegándome a que la vida que he engendrado es “otra vida” distinta a la mía -tan “distinta” que la puedo matar sin matarme; lo contrario no: porque no es “independiente": si me mato, la mato-; por tanto, no cabe y está fuera de lugar “el cuerpo es mío", con este planteamiento la puerta para el aborto está abierta totalmente; es decir: “justificada". Pero claro: convertir al hijo engendrado en “un grano", o en una piedra en el riñon. es MENTIRA, porque no lo es.

Si me instalo en que la diferencia entre estar casado o arrejuntado son “los papeles", efectivamente: ¿para qué me voy a “casar” si es lo mismo? O mejor, incluso, tal como están las cosas…

Si, además, los que “hacen” la “cultura” -porque pagan para eso-, o sea, los poderes públicos, corrompen el respeto a la verdad -a la realidad- y el deber de vivir así, o sea, corrompen las conciencias, la persona está así desamparada y, por ende, vendida.

Y si, para mayor abundamiento y seguir ahondando la fosa de lo humano, los poderes eclesiásticos se suben a esa misma ola, entonces el resultado es demoledor: lo del caballo de Atila no tiene ni color, y no pasa de anecdotilla cuento-histórica.

Por ejemplo: ¿qué pinta pretender sostener que el Sacramento del Matrimonio -yo no se habla ni se escribe del “Santo Matrimonio", ¿para qué?- sigue vigente y en todo su esplendor, si luego y a la vez se sostiene y se jalea que una persona casada y en situación estable de concubinato puede decidir en conciencia que tal situación para él, en sus circunstancias, no es moralmente grave y puede por tanto, en conciencia, acercarse a los Sacramentos, y debe ser admitida a ellos?

¿Qué sentido tiene, en la Iglesia Católica, seguir hablando de Ley Moral -Lex perfectae charitatis- cuando a la vez se enseña y se admite que la conciencia propia, no solo al mergen sino en contra de toda la ley moral -natural y divina, que dicen lo mismo- está por encima de esa Ley, y es, por tanto, el útlimo árbitro en el orden moral?

¿La “objetividad” de la Ley está ya totalmente subsumida por la “subjetividad” de la conciencia, y pretender argumentar con la Ley Moral en la mano es cosa de estrechos, rígidos, melancólicos de un tiempo que pasó, inhumanos, jueces inmisericordes, etc?

Y todo esto no se arregla con el “a priori” de que “al Papa lo elige Dios” -cosa que no es Verdad-, o “el Papa es el Papa” -cosa que ningún católico niega-; pero ya con estas dos frasecitas hemos arreglado el mundo y la Iglesia; cuando, de este modo, acabamos siendo más papistas que el papa y, de la misma, más deístas que dios. Y no arreglamos nada, porque tragamos con todo: “las ruedas de molino” las hemos convertido en meras “tortitas de arroz sin azúcares añadidos". En la sociedad, y en relación a la política, pasa exactamente lo mismo, como no pueder ser de otra manera si pasa en la misma Iglesia.

La Iglesia Católica se ha construido -y se construye: no puede ser de otra manera-, a pesar de los pesares, sobre la VERDAD que es Dios: su Palabra y su Persona. De ahí que nunca haya tenido miedo de confrontarse con la “verdad” a ningún nivel: ni intelectual, ni político, ni moral, ni filosófico, ni científico, ni cultural.  Y, modestamente, vence siempre. Lo que no puede es “apearse de ahí", porque dejaría de ser la Iglesia Católica.

Siempre tendremos como referente, como criterio y como salud -humana y sobrenatural: las dos-, las palabras del mismo Jesucristo: Veritas liberavit vos: la Verdad os hará libres. Y solo Ella: porque esa Verdad es únicamente Él.

¿Sínodo de los jóvenes? ¡Por supuesto! Pero desde aquí, y sin salirnos de aquí: porque Jesucristo lo ilumina todo. ¿Sínodo de las familias” ¡Ánimo con ello!. Pero con la misma receta, porque no hay otra.

¿Y cómo se arregla el “kaos” eclesial a nivel doctrinal, moral, disciplinar…? No hay otra meta a la que llegar, ni se puede partir de otro “Principio” que el que se nos ha dado: Yo soy la piedra angular. Aparte que, pretender “dar coces contra el propio aguijón", como nos dice san Pablo, es “de médico". Médico “de lo intelectual” si lo hubiera; que me da que no.

¿Cómo se ha podido pretender, desde dentro de la misma Iglesia Católica, y como lo más de lo más: o sea, como “soplo” del Espíritu Santo este “kaos” en el que estamos casi enterrados? Me da que algunos Le oyeron toser y/o estornudar y se creyeron que les estaba hablando. Y el problema fue que, como es natural porque nada había dicho, a a hora de pretender plasmarlo no se pusieron de acuerdo entre ellos -era imposible-, porque cada uno creyó oir una cosa distinta. Y así vamos: en una nueva Torre de Babel".

¡Ojo, pues :que lo de la torre esta fue un castigo divino por la soberbia de los hombres! Como para dejarse de frivolidades o veleidades pseudo-misericordiosas o pseudo-teológicas.

Porque, y es la última pregunta que lanzo: ¿Quién fue el genio -o los genios- que,desde la Iglesia, pretendió que podíamos y  debíamos “aprender de todos": de los “hermanos separados", de los no creyentes, de las otras religiones, de los paganos y, ahora, de los jóvenes? ¿Esto va en serio? Debe ser que sí, porque así nos va.

Hombre: que todos podemos y debemos aprender de todos, está muy bien, como cosa general; pero si no se concreta es una falsedad del tamaño del vaticano. Por ejemplo: yo no puedo aprender francés de uno que no lo sabe, por muchas matemáticas que sepa; ni puedo aprender matemáticas de un filólogo alemán, por muy sabio que sea en lo suyo; no puedo aprender modales de un maleducado compulsivo; ni aprender a amar la virtud de una persona moralmente podrida; ni medicina de un literato… Y así hasta mañana.

Pero, volviendo a la Iglesia Católica, que ha nacido de la Verdad, para vivirla, defenderla, sacarle todas sus potencialidades y enseñarlas así a los hombres para que sean felices y se salven…, pretender que no tiene nada que enseñar y mucho que aprender es de una estultez con máster: porque se ha estudiado, y a fondo.

Con esa postura, lo único que se ha logrado -patentes están lo resultados- que la Iglesia callara cuando debía alzar la voz, que se apagara la recta doctrina por falta de uso, y que ya no se supiera distinguir nada de nada: “no juzgar” es la máxima de las máximas. 

Pero así, ¿qué queda de la Iglesia? Lo mismo que está quedando del hombre: una sombra; o lo mismo en que están quedando casa religosa sí, y casa también: que cierran.

Amén.

Y recen por mí.