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9.11.19

De cuando rezo el rosario (V) Cara de cireneo...

Ayer,  antes de rezar el rosario recibí por whatsapp una tarjetita preciosa invitándome a una jornada de oración por una exitosa joven que está con leucemia.

Aunque no lo crean, sentí envidia; la sentí por unos segundos y, de seguido, pasé a sentirme profundamente avergonzada porque no fue por la enfermedad sino por la atención que recibía la joven de familiares, amigos y conocidos.  

El ego se me partió en dos. Tremendo, fue como que le pasaran cuchillo de arriba abajo.

No quise darle ni un minuto de mi tiempo por lo que me senté en mi sillita a rezar y, de paso, pedir perdón a Dios por los miserables pensamientos de que soy capaz.  

“La conmiseración –pensé- es una tremenda desgracia. Hay que huir de ella de inmediato".

He venido pensando que esto de verse sumamente saludable pero estar hecha un alfiletero por dentro no ayuda para nada a edificar el ego; al contrario, es fuente permanente de humillación.

Viene a ser como la que sufrió el cireneo cuando fue elegido de entre la multitud para cargar la cruz.

Puedo imaginar al hombre pensado: - “Caray! Por qué yo? Solo iba pasando por aquí y, ni siquiera conozco a este hombre! Por qué me ponen a cargar con culpas que no me corresponden?. A mí, con lo que me ha costado construir una reputación! Yo, compartir la vergüenza y el dolor de un sentenciado a muerte? Qué clase de legado dejaré a mis hijos? Cómo me recordarán mis amigos y conocidos? Pues, nada, me recordarán como el que cargó la cruz de un condenado! Eso es todo. Ese seré yo cuando muera”.

Y, no es cuento que así fue, al día de hoy casi nadie recuerda cómo se llamaba el hombre (se llamaba Simón) solo recordamos que era de Cirene y que fue arrebatado fuera de la multitud para cargar la cruz.

Pues, si, al igual que el cireneo yo solo pasaba por aquí muy segura de que, ante Dios, cumplía con mi deber pero no, resulta que, sin preguntar siquiera, me ponen a los hombros esta cruz que no solo pesa y duele sino que muchas veces me hace tropezar, caer rostro en tierra gimiendo de dolor y, encima, debo hacerlo sin una multitud que atestiguará el hecho sino en silencio y sola. Humillada, adolorida y sola.

Sí, ayer, por ser viernes, cargaba yo con los pesados misteriosos dolorosos de esta manera; sin darme cuenta qué gran cosa para mí ha sido que me vieran cara de cireneo.  

Simón, tras poco de haber andado con Jesús, ha de haber obtenido la certeza de que no podría existir mejor momento y lugar para estar presente.