El carisma científico de la Teología Moral

El carisma científico de la Teología Moral

No podemos reducir la formación moral a una mera cuestión de estudio, pues ya hemos dicho que el elemento fundamental es la gracia, lo que hace que debamos considerar una buena formación moral como un auténtico carisma científico, que se nos da para alabar a Dios y ayudar a los hombres.

La Teología Moral, en cuanto investiga cómo debe ser el obrar cristiano, debe «buscar la solución de los problemas humanos bajo la luz de la Revelación»(Concilio Vaticano II «Optatam totius» 16). Por tanto la Revelación es la fuente principal de la Teología Moral.

Por otra parte sabemos que cada uno de nosotros forma parte del Pueblo de Dios en marcha hacia su plenitud escatológica, marcha que tiene un pasado, un presente y un futuro que constituyen la Historia de la Salvación, historia que nos describe así el Concilio: «En todo tiempo y en todo pueblo es grato a Dios quien le teme y practica la justicia (cf. Act 10,35). Sin embargo fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente. Por ello eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a Sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para Sí. Pero todo esto sucedió como preparación y figura de la alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo y de la revelación completa que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho carne. He aquí que llegará el tiempo, dice el Señor, y haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá... Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios para ellos y ellos serán mi pueblo... Todos, desde el pequeño al mayor, me conocerán, dice el Señor (Jer 31,31-34). Ese pacto nuevo, a saber, el Nuevo Testamento en su sangre (cf. 1 Cor 11,25), lo estableció Cristo convocando un pueblo de judíos y gentiles, que se unificara no según la carne, sino en el Espíritu, y constitu­yera el nuevo Pueblo de Dios. Pues quienes creen en Cristo, renacidos no de un germen corruptible, sino de uno incorruptible, mediante la Palabra de Dios vivo (cf. 1 P 1,23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3,5-6), pasan, finalmente, a constituir un linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo de adquisición..., que en un tiempo no era pueblo y ahora es Pueblo de Dios (1 P 2,9-10).

Este pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación (Rom 4,25), y teniendo ahora un nombre que está sobre todo nombre, reina gloriosamente en los cielos. La condición de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros (cf. Jn 13,34)»(LG 9).

En este texto aparece claramente la dependencia de la Teología Moral con respecto a la Historia de la Salvación. Estudiar la Moral supone en consecuencia no partir de cero, sino tomar en cuenta todo lo que en lo moral ha dicho y va diciendo la Historia de la Salvación, especialmente lo contenido en la Sagrada Escritura. Sólo así realizaremos las palabras del Concilio: «Aplíquese un cuidado especial en perfeccionar la Teología Moral, cuya exposición científica, más penetrada de Sagrada Escritura, explique la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo, y su obligación de producir fruto por la vida del mundo en la caridad»(OT 16).

Por todo esto no podemos reducir la formación moral a una mera cuestión de estudio, pues ya hemos dicho que el elemento fundamental es la gracia, lo que hace que debamos considerar una buena formación moral como un auténtico carisma científico (cf. 1 Cor 12,28), que se nos da para alabar a Dios y ayudar a los hombres.

Este carisma en cuanto carisma es un don de Dios, pero podemos prepararnos y colaborar con el Espíritu Santo para que nos lo dé. Para ello es necesario una actitud de fe basada en una oración asidua: «Ya, pues, que sois amantes de los carismas, procurad abundar en ellos para la edificación de la Iglesia»(1 Cor 14,12). Se requiere también una vida cristiana auténtica y apoyada en la limpieza de corazón: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»(Mt 5,8), «pues el hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios; son para él locura y no puede entenderlas, porque hay que juzgarlas espiri­tualmente»(1 Cor 2,14). Pero tampoco debemos olvidar el estudio, no sólo porque la Teología es una verdadera ciencia, sino también porque es nuestro deber y difícilmente Dios ayudará en este campo a quien incumple sus obligaciones. Por todas estas razones el teólogo pecador, que está destruyendo su vivencia del misterio de Cristo, fácilmente cae en la anemia espiritual que impide primero la actuación y lleva luego a la desaparición del carisma teológico, aunque no cabe excluir que Dios se sirva a veces de personas indignas para realizar sus maravillas.

 

Pedro Trevijano

 

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