La falacia del costo hundido o irrecuperable es un error de razonamiento que consiste en la tendencia catastrófica a seguir empleando tiempo, dinero o esfuerzos en algo que ha demostrado ser una mala inversión o una pésima idea, solo porque ya se ha invertido mucho en ese algo.
Esta falacia no engaña únicamente a los inversores económicos, sino que se puede encontrar en todos los aspectos de la vida. Cuántos persisten en trabajos odiosos y sin futuro solo porque les han hecho un contrato fijo o se empeñan en continuar noviazgos que saben que nunca desembocarán en matrimonio. Desgraciadamente, los eclesiásticos no son inmunes a esta falacia.
Se podrían dar algunos ejemplos históricos, pero no hace falta ir tan lejos, porque lo mismo parece estar pasando en la Iglesia actualmente con el tema de la sinodalidad. El sínodo de la sinodalidad ha cumplido ya tres añitos y medio y, si Dios no lo remedia, podría perpetuarse en una especie de revolución continua o pseudogobierno asambleario de la Iglesia.
Seamos sinceros con nosotros mismos, los frutos de este empeño están a la vista: en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo; en el peor, una gran confusión sobre la enseñanza de la Iglesia en materia de fe y de moral. Los recursos invertidos y perdidos son enormes, pero eso no justifica persistir en un camino que, a todas luces, no lleva a ninguna parte.
Es hora de relegar la sinodalidad a un merecido olvido. Con todo el respeto al Papa Francisco, que en gloria esté, dejemos que los muertos entierren a sus muertos y que los errores de pontificados pasados queden en el pasado. Tenemos cosas mucho más urgentes e importantes de las que ocuparnos.