En este momento tan crudo y emocionalmente exaltado de nuestra vida pública, pocos temas generan más pasión que la ideología de género y la práctica asociada de la «transición» de género. Varios líderes católicos han intentado abordar la ideología y la práctica con calma, basándose en la ciencia, la filosofía, la teología y la experiencia pastoral.
El más reciente es el obispo Daniel E. Thomas de «Toledo en América», como designa la diócesis de Ohio centrada en la Ciudad del Vidrio el Annuario Pontificio del Vaticano.
Quizá no sea un testigo imparcial en el caso del obispo Thomas, ya que somos amigos desde hace casi treinta años. Nos conocimos cuando el entonces monseñor Thomas era funcionario del Vaticano en la entonces Congregación para los Obispos y ejercía como director espiritual en el Colegio Norteamericano, que fue mi hogar en Roma mientras preparaba Testigo de esperanza, el primer volumen de mi biografía de Juan Pablo II. Ningún nativo de Filadelfia que yo hubiera conocido antes refutó con tanta eficacia el tópico de que Filadelfia es la «ciudad del codazo fraternal».
El monseñor Thomas y yo solíamos sentarnos juntos en la oración de vísperas del Colegio, dos antiguos monaguillos disfrutando de los himnos y del canto gregoriano, quizá recordando aquellos días inocentes en que algunas notas (como el agudo si bemol asesino del Ecce Sacerdos Magnus de Bruckner) no eran tan difíciles de alcanzar. El monseñor Thomas también facilitó que pudiera reunirme con su superior, el cardenal Bernardin Gantin, quien me contó que, cuando tomaba juramento de secreto a los nuevos miembros de su congregación, les entregaba una imagen de Juan Pablo II desplomándose en brazos de su secretario tras haber sido tiroteado el 13 de mayo de 1981: un recordatorio de que ayudar a la Iglesia a encontrar buenos obispos es una tarea muy seria, ya que el elegido podría ser llamado a dar la vida por su rebaño. En tiempos buenos y en tiempos difíciles, el monseñor Thomas fue siempre un caballero consumado, un amigo fiel y un sacerdote alegre y santo.
Estas cualidades están plenamente presentes en El cuerpo revela a la persona: una respuesta católica a los desafíos de la ideología de género, documento que el obispo Thomas publicó en agosto. Este texto reflexivo, bellamente ilustrado y exhaustivamente documentado debería leerse en su totalidad —y puede hacerse en media hora o tres cuartos de hora—.
Al hacerlo, padres, ministros del Evangelio, médicos, profesionales de la salud mental, profesores, responsables académicos y cargos públicos se encontrarán con una rareza preciosa en la vida estadounidense actual: una voz adulta que une convicción y compasión al enfrentarse al sufrimiento y la angustia. El carácter del autor de la Respuesta queda bien reflejado en su primer párrafo:
«Ante todo, deseo expresar mi especial preocupación pastoral por quienes sufren confusión de género. A vosotros, a vuestras familias y amigos, y a todos los que se preocupan por vuestro bienestar, ofrezco la orientación de la Iglesia sobre las muchas y complejas cuestiones que surgen en este ámbito tan difícil.
»Aunque la orientación que sigue pretende aclarar puntos teológicos importantes sobre la naturaleza del género, su intención principal es brindar una ayuda pastoral desde el corazón de la Iglesia, fundamental para comprender y responder a los desafíos de la ideología de género. Así como una buena madre ama con todo su corazón a sus hijos, nuestra madre Iglesia ama a sus hijos con todo su corazón. Les dirige palabras de consuelo e intenta aliviar en lo posible sus pesadas cargas. Pero su guía no sería verdaderamente amorosa si no hablase con total honestidad, incluso cuando esa guía contradiga algunas de las suposiciones de nuestra cultura contemporánea o entre en conflicto con los sentimientos de quienes luchan con cuestiones de género. Por ello, os pido humildemente vuestra sincera apertura al hablaros de corazón a corazón».
En lo que sigue, el obispo Thomas no duda en decir dos verdades importantes.
Primera: la ideología de género propone una idea falsa de nuestra humanidad, una que niega la verdad bíblica sobre nosotros, nos reduce a simples haces de deseos moralmente equivalentes y causa graves daños tanto a las personas como a la sociedad.
Segunda: la disforia de género causa un sufrimiento real, pero no existen pruebas clínicas de que la «transición» aporte beneficios duraderos para la salud mental.
Sin embargo, estas verdades se exponen con amor, no como armas para condenar a personas que necesitan un cuidado genuino en lugar de soluciones tecnológicas rápidas que no solucionan nada y a menudo empeoran las cosas.
Las corrupciones que la ideología de género ha causado en la medicina están bien descritas por el psiquiatra más prestigioso de Estados Unidos, el doctor Paul McHugh, en un reciente pódcast en vídeo titulado «Más allá del género», que complementa perfectamente la excelente Respuesta del obispo Thomas. Lean al obispo Thomas, vean al doctor McHugh y conozcan a dos católicos —un pastor y un científico— que son voces de cordura y caridad, hombres de fe y razón de los que la Iglesia puede estar muy orgullosa.
George Weigel
Publicado originalmente en la web del autor