El Evangelio del III Domingo de Pascua muestra un encuentro inolvidable entre el amor humano de S. Pedro que: “se echó al agua” (Jn. 21, 7) para acercarse al Señor (a quien había negado tres veces durante Su Pasión) y el Amor Divino de Jesucristo esperándole en la playa con el desayuno preparado a pesar de esa triple negación.
No es difícil ver en la muestra tan sincera como impetuosa de amor de S. Pedro por el Señor el verdadero drama del amor humano imperfecto que desea amar, aunque no acierte siempre en la mejor forma de hacerlo. Y así S. Pedro dice que daría su vida por el Señor, pero le abandona en Getsemaní; le sigue hasta la casa de Caifás, pero le niega tres veces; lejos de Jerusalén le confiesa como “Cristo, el hijo de Dios vivo” (Mt. 16, 16), pero no se acerca a Cristo crucificado ni acude al sepulcro del Señor hasta que Sta. María Magdalena le anuncia que la tumba está vacía.
Lloramos con S. Pedro cuando nos damos cuenta de cómo desilusionamos a los que más amamos: prometiendo cambios sólo para encontrar motivos para no llevarlos a cabo; amando una idea de otros sin darnos cuenta de que no se ajusta a la realidad que se desarrolla ante nuestros ojos; expresando mil muestras de cariño a distancia sin molestarnos en buscar ninguna oportunidad para vernos o hablarnos en persona hasta que parece ser demasiado tarde.
Leer más... »