1.09.20

LXXXIX. Jesucristo, Dios y hombre

1050. –¿Se puede probar la racionalidad, o su no oposición a la razón humana, del misterio de la Encarnación?

–Después de exponer, en el capítulo 28 del libro IV de la Suma contra los gentiles, el misterio de la Encarnación según lo revela la Sagrada Escritura, Santo Tomás prueba su racionalidad de una manera indirecta, con la refutación de las herejías contrarias. La primera de la que se ocupa es la de los llamados fotinianos, que, como ya se ha dicho, en la exposición del misterio trinitario: «solo admitieron en Cristo la naturaleza humana, imaginando que en Él está la divinidad, no por naturaleza, sino por cierta excelente participación de la gloria divina que mereció por sus obras, según se dijo (IV, c. 4)».

Además de lo ya expuesto al refutar esta herejía, que afecta al misterio trinitario, se pueden rebatir otros argumentos en cuanto que también «ella destruye el misterio de la Encarnación». El primero es el siguiente: «Según esta posición, Dios no hubiese asumido la carne para hacerse hombre, sino que más bien el hombre carnal se hubiese hecho Dios. Y así no sería verdad lo que dice San Juan: «El verbo se hizo carne» (Jn 1, 14), sino lo contrario, «la carne se hizo Verbo» ».

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17.08.20

LXXXVIII. El misterio de la Encarnación

1032. –¿Por qué, después del tratado sobre la Santísima Trinidad de la «Suma contra los gentiles», se ocupa el Aquinate del misterio de la Encarnación?

–Al comenzar el tratado de la Encarnación, escribe Santo Tomás que: «puesto que, como se ha dicho al hablar de la generación divina, al Señor Jesucristo le convenían unas cosas según la naturaleza divina y otras según la humana, en la cual se quiso encarnar el Hijo eterno de Dios asumiéndola en el tiempo, queda ahora por tratar del misterio mismo de la Encarnación».

Indica además que el misterio de la Encarnación es «entre todas las obras divinas, el que más excede la capacidad de nuestra razón, pues no puede imaginarse hecho más admirable que este de que el Hijo de Dios, verdadero Dios, se hiciese hombre verdadero».

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4.08.20

LXXXVII. Las personas divinas

1018. –Según lo explicado, la relación divina es subsistente, porque, si es lo mismo que la naturaleza, que refiere, y la esencia y el ser divinos no se distinguen realmente –Dios es su ser–, la relación divina será idénticacon elser divino. Por consiguiente, la relación en Dios posee un ser propio y proporcionado a ella, y, por tanto, es subsistente, o una substancia, que existe por sí y en sí, de un modo autónomo e independiente. De todo ello se sigue que la relación subsistente es el constitutivo de la persona divina. ¿Cómo es posible que, en Dios, el constitutivo de la persona sea una relación?

–De la explicación de lo que es la relación divina, se sigue que: «en la naturaleza divina subsisten tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que estas tres son un solo Dios, distintas solamente por sus mutuas relaciones».

Estas personas divinas son distintas por sus relaciones opuestas entre sí, porque: «el Padre se distingue del Hijo por la relación de paternidad, y por la carencia de origen; el Hijo se distingue del Padre por la relación de filiación; el Padre y el Hijo se distinguen del Espíritu Santo por la espiración, por decirlo así; y el Espíritu Santo se distingue del Padre y del Hijo por la procesión de amor con que procede de ambos».

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15.07.20

LXXXVI. La acción del Espíritu Santo

1004. –La procesión de la voluntad o del amor de Dios, del amor mutuo entre el Padre y el Hijo, origina al Espíritu Santo. ¿Esta procesión de la Tercera persona es una generación?

La procesión de la voluntad divina no es ni puede denominarse generación, porque, aunque lo querido o amado se encuentra en la voluntad amante, no está como el objeto entendido en el entendimiento, como verbo, que está presente como una semejanza específica del objeto y que ha sido engendrado por el mismo entendimiento.

Explica Santo Tomás, al final del capítulo dedicado a la divinidad del Espíritu Santo, del cuarto libro de la Suma contra los gentiles: «Lo amado no está en el amante según la semejanza específica, como está lo entendido en el que entiende y que todo lo que procede de otro como engendrado, procede del que lo engendra según la semejanza específica, resulta que la procedencia de una cosa que ha de estar en la voluntad, como el amado en el amante, no es a modo de generación, como lo es, en cambio, la procedencia de una cosa que ha de estar en el entendimiento, como se demostró (IV, c. 11)».

La procesión de la voluntad es la de un impulso o movimiento, como el que se dice que uno es impulsado o movido por el amor a hacer algo. Lo que se ama también está en la voluntad, pero de distinta manera que lo que está en el entendimiento, porque en la voluntad del que ama está lo amado como inclinación o tendencia a lo que se quiere. «En conclusión, el Dios procedente como amor no procede como engendrado ni, por consiguiente, puede decirse hijo».

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1.07.20

LXXXV. La presencia del Espíritu Santo

990. –Además de la procesión del Verbo, hay en Dios otra, que da origen al Espíritu Santo ¿Cómo explica el Aquinate que deba afirmarse su existencia?

–En el capítulo siguiente, el quince de esta cuarta y última parte de la Suma contra los gentiles, Santo Tomás indica que: «La autoridad de las divinas Escrituras no sólo nos declara la existencia del Padre y del Hijo en la Divinidad, sino que enumera con estos dos al Espíritu Santo».

Son muchos los pasajes de la Escritura en los que se afirma la existencia del Espíritu Santo. En este capítulo, Santo Tomás, cita dos, al escribir: «Dice el Señor: «Id, pues, enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19); y dice San Juan: «tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo» (1 Jn 5, 7)».

Añade además: «La Sagrada Escritura hace también mención de cierta procedencia del Espíritu Santo, porque dice en el Evangelio de San Juan: «cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de parte del Padre, él dará testimonio de mí» (Jn 15, 26)»[1]. Queda asimismo afirmado, por tanto, en este texto, que el Paráclito, el abogado y consolador, al que se invoca, por proceder de las otras dos Personas es distinto de Ellas.

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