16.08.24

LXII. Incorrupción del cuerpo sepultado de Cristo

Ausencia de descomposición[1]

Después de ocuparse del entierro de Cristo, en la cuestión dedicada a su sepultura, Santo Tomás se pregunta, en el penúltimo articulo, si «el cuerpo de Cristo se convirtió en ceniza en el sepulcro».

Es necesario plantearse este interrogante, porque, por una parte: «Se dice en el Salterio: «No permitirás que tu Santo experimente la corrupción» (Sal 15, 10); lo que San Juan Damasceno expone de la corrupción, es decir, la descomposición en los elementos (La fe ortod., c. 28)»[2], del cuerpo de Cristo, que es el Santo.

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1.08.24

LXI. La sepultura de Cristo

Conveniencia de la sepultura de Cristo[1]

Los cuatro evangelistas hablan de la sepultura de Cristo y Santo Tomás le dedica toda la cuestión siguiente. Contiene cuatro artículos. Los dos primeros se ocupan del mismo hecho de la sepultura. Primero su conveniencia y después al modo como fue sepultado.

En cuanto si fue conveniente que Cristo fuese sepultado, su respuesta es afirmativa. La justifica con tres razones. La primera: «para demostrar la verdad de su muerte, pues a uno no se deposita en el sepulcro sino cuando ya consta la verdad de su muerte. Por esto se lee en el evangelio de San Marcos (Mc 15, 44-45) que Pilato, antes de permitir que Cristo fuese sepultado, averiguó, tras diligente investigación, si ya había muerto»[2].

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15.07.24

LX. El cuerpo muerto de Cristo

La muerte de Cristo y la unión de su cuerpo y alma[1]

Después de afirmar que la divinidad no se separó del cuerpo ni del alma de Cristo, Santo Tomas, en los siguientes artículos con los que finaliza la cuestión sobre la muerte de Cristo, los dedica al cuerpo de Cristo en su estado mortal. En primer lugar, se pregunta si, durante los tres días que estuvo muerto Cristo fue hombre.

Trata este tema teológico, porque podría parecer que Cristo continuó siendo hombre durante los tres días de su muerte y la verdad es que ya no fue hombre. Sin embargo, se puede argumentar que el cuerpo muerto de Cristo era hombre con el siguiente argumento: «Dice San Agustín», refiriéndose a la unión hipostática, a la unión de la persona o ser divino entre la naturaleza humana y divina, que: «Tal era aquella unión que a Dios hacía hombre y al hombre hacía Dios» (Trinid., I, c. 12).Pero esaunión no cesó con la muerte. Luego, pareceque con la muerte no dejó de ser hombre»[2], y, por tanto, puede decirse que, por conservar la naturaleza divina, su cuerpo era hombre al igual que su alma separada por la muerte.

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1.07.24

LIX. El alma divina de Cristo

El alma de Cristo y la divinidad[1]

En el siguiente artículo, de modo parecido al anterior, en el que Santo Tomás planteaba la cuestión de si con la muerte de Cristo la divinidad se separo de su cuerpo, lo hace con respecto a su alma, el otro constitutivo de su naturaleza humana. Su respuesta es igualmente negativa, porque: «no habiéndose separado el Verbo de Dios del cuerpo en la muerte, mucho menos se separó del alma», ya que: «el alma se unió al Verbo de Dios de manera más inmediata y primero que el cuerpo, puesto que el cuerpo se unió al Verbo de Dios mediante el alma, como ya se ha dicho» en el artículo anterior.

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17.06.24

LVIII. El cuerpo muerto divino de Cristo

La unión personal[1]

En el artículo siguiente de la cuestión dedicada a la muerte de Cristo, Santo Tomás plantea la cuestión de si, al morir, la divinidad abandonó su cuerpo al igual que lo hizo el alma. Comienza presentando tres argumentos, que parecen probar que, con la muerte de Cristo, Dios se separó de su cuerpo ya cadáver.

El primero es el siguiente: «Se dice en el evangelio de San Mateo que el Señor, colgado en la cruz, exclamó: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado!»(Mt 27, 46). Exponiendo estas palabras dice San Ambrosio: «Clama por la separación de la divinidad el hombre moribundo. Porque, estando la divinidad exenta de la muerte, ésta no podía tener lugar allí la muerte si no se retiraba la vida, pues la divinidad es la vida» (Exp. Evang. S. Luc., 23-46, l. 10). De suerte que parece haberse separado del cuerpo, en la muerte de Cristo, la divinidad»[2].

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