LXXIX. La resurrección y los discípulos
La certeza de la resurrección[1]
Los dos siguientes artículos, el tercero y cuarto, de la cuestión de la Suma teológica, dedicada a la manifestación de la resurrección de Cristo, se ocupan de las apariciones a sus discípulos. En el primero de ellos se pregunta por qué no fue conveniente que los discípulos le vieran resucitar.
Es innegable que no la presenciaron, ya que: ««se dice en San Marcos: «Habiendo resucitado el Señor por la mañana, el día primero después del sábado, apareció primero a María Magdalena. Pero María Magdalena no le vio resucitar, sino que, buscándolo, en el sepulcro, oyó del ángel: «El Señor resucitó, no está aquí»; luego ninguno le vio resucitar»[2].
La razón que da Santo Tomás es la que expone en el siguiente argumento: por una parte, «dice el Apóstol a los Romanos: «lo que viene de Dios, está bien ordenado» (Rm 13, 1). Y el orden establecido por Dios es este: que cuanto está por encima de los hombres, les sea revelado a éstos por los ángeles. Así lo demuestra Dionisio en su Jerarquía celeste (c.4, 3)».
Por otra, en la resurrección todo fue sobrenatural, por ello: «Cristo, al resucitar, no volvió a una vida común de todos conocida, sino a la vida inmortal, conforme a la de Dios, según las palabras de San Pablo: «Pues su vida es vida para Dios». (Rm 6, 10)».
Se concluye de estas dos tesis que: «notificada la resurrección de Cristo no debió ser vista inmediatamente por los hombres, sino notificada por los ángeles. Y así dice San Hilario que «el ángel fue el primer mensajero de la resurrección, para que ésta fuese anunciada por los ministros de la voluntad del Padre» (Com. Evang. S. Mat., c.3, 3)»[3].
Sin embargo, los discípulos pudieron tener una certeza total, porque como se indica en la obra de Schuster y Holzamer: «el hecho de la resurrección de Jesús a vida nueva y gloriosa, fundado en la observación «del sepulcro vacío» y en una serie de «apariciones» a los suyos , no es una apreciación o un estado de ánimo transitorio de los discípulos, sino un convencimiento fundamental, claro y sólidamente arraigado, que los transformó completamente, los lleno de un valor intrépido para confesar la fe aun a trueque de perder la vida, hizo de ellos apóstoles del Resucitado».
Además, su firme persuasión: «unió, formó la primera comunidad cristiana, creó el cristianismo y recorrió victorioso el mundo. Este convencimiento de los discípulos y los efectos de él son hechos históricamente innegables e incontrovertibles; deben tener una causa suficiente. La Iglesia, en conformidad con los libros Sagrados del Nuevo Testamento y de acuerdo con la sana razón, libre de prejuicios, halla la razón suficiente del convencimiento claro y eficaz de los discípulos en la resurrección corporal real y verdadera de Jesús, en un milagro que no se puede explicar»[4].
Dificultades
A esta explicación racional de Santo Tomás de la ausencia de los discípulos en el momento de la resurrección de Cristo, se pueden presentar tres dificultades. En la primera se dice: «Era propio de los discípulos dar testimonio de la resurrección de Cristo, según lo que se dice en Hechos de los apóstoles: «Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Jesucristo nuestro señor» (Hch 4, 33).Pero el testimonio más cierto es el del testigo de la vista; luego era conveniente que los discípulos hubieran visto la misma resurrección de Cristo»[5].
No hay contrariedad que no fuese de este modo, porque, como recuerda Santo Tomás: «Los apóstoles pudieron presentarse como testigos oculares de la resurrección de Cristo, porque con sus ojos vieron vivo, después de la resurrección, al que sabían haber muerto».
Además, tenía que ser de esta manera, porque: «así como se llega a la visión de la gloria por la audición de la fe, así los hombres llegaron a la visión de Cristo resucitado por lo que antes oyeron a los ángeles»[6].
También se podría objetar a la conveniencia de la falta de la presencia de los apóstoles en el momento de la resurrección, que, en cambio: «para tener una fe cierta, los discípulos fueron testigos de la ascensión de Cristo, según lo que se dice en Hechos de los apóstoles: «Viéndolo ellos, se elevó» (Hch 1, 9). Igualmente, les hubiera convenido tener fe cierta de la resurrección; luego parece que Cristo hubiera debido resucitar a la vista de sus discípulos»[7].
Objeción no valida, porque no se puede comparar la relación de los discípulos con el hecho de la resurrección con la que tuvieron con el de la ascensión, ni, por tanto, los dos procedimientos que les proporcionaron la certeza de la fe. Indica Santo Tomás que:«La ascensión de Cristo, considerando el punto de partida, no trascendía la común noticia de los hombres, sino sólo por la razón del término de llegada. Por esto, los discípulos pudieron ver la ascensión de Cristo en su partida, elevándose de la tierra, mas no la vieron en cuanto al término de llegada, porque no vieron cómo fue recibido en el cielo», que era un hecho que estaba sobre la visión de la naturaleza humana.
No podía ser igual en la resurrección de Cristo, porque: «trasciende el común conocimiento, tanto considerada en su punto de partida, cuando el alma volvió de los infiernos y el cuerpo salió del sepulcro cerrado, cuando al punto de llegada, en que alcanzó una vida gloriosa». Por este motivo: «la resurrección de Cristo no debió realizarse de suerte que fuese vista por los hombres»[8].
Por último, todavía podía argumentarse contra la tesis de Santo Tomás que es innegable que: ««la resurrección de Lázaro fue un indicio de la futura resurrección de Cristo». Y consta que: «el Señor resucitó a Lázaro en presencia de los discípulos». Por consiguiente: «parece que también hubiera debió resucitar Cristo en presencia de sus discípulos»[9].
La breve y certera respuesta de Santo Tomás es que: «Lázaro resucitó para volver a la misma vida que antes había tenido, la cual no supera el conocimiento ordinario de los hombres. Y así la razón no es la misma que la de la resurrección de Cristo»[10].
Los cuarenta días después de la resurrección
En el segundo artículo, Santo Tomás se pregunta en dónde tenía que vivir Cristo después de su resurrección y antes de su ascensión al cielo en cuerpo y alma. Su respuesta es que sabemos con seguridad que, además de permanecer en la tierra, porque después ascendió al cielo, también que no estuvo siempre con los apóstoles, porque: «leemos en San Juanque «después de ocho días» (Jn 20, 26),Cristo se apareció a los discípulos. Luego no conversó con ellos de continuo.»[11], ni, por tanto, permaneció en el lugar que estaban.
La razón que da Santo Tomás es porque: «dos cosas debían ser declaradas a los discípulos acerca de la resurrección; a saber: la verdad de la resurrección y la gloria del resucitado. Para certificar la verdad de la resurrección, bastó que se les hubiera aparecido varias veces; que con ellos hubiera conversado familiarmente, comiendo y bebiendo, y dejándose tocar por ellos.».
En cambio, para la segunda cosa: «para manifestar la gloria de la resurrección, no quiso conversar con ellos de continuo, como antes lo hacía, porque no pareciera que había resucitado a una vida igual a la de antes. Por esto, según el evangelio de San Lucas les dice Cristo: «Esto es lo que os dije cuando estaba con vosotros»( Lc 22, 44). Ahora estaba con ellos con una presencia corporal; pero antes había estado con ellos no sólo con una presencia corporal, sino también con la semejanza de la mortalidad», que ahoya ya no tenía .
Seguidamente Santo Tomás para reafirmarlo escribe: «Por esto San Beda, exponiendo las precedentes palabras dice: «Estando aún con vosotros, esto es: estando todavía en carne mortal, en la que también estáis vosotros. Estaba entonces resucitado en la misma carne; pero no estaba con ellos en la misma mortalidad» (San Beda el Venerable, Exp. Evang, S. Lucas, Lc 24, 44, l. 6)»[12].
Ello no significaba que, en sus apariciones, Cristo no estuviese realmente con ellos, Sobre la realidad de estos hechos, notan Schuster y Holzamer.: «De haber sido las apariciones del Señor, meras visiones, contemplación interior sin realidad externa, al cesar el estado visionario se habrían dado cuenta los apóstoles de que todo ello fue sólo una visión, una experiencia interna. Así san Pedro se dio perfecta cuenta de que lo del mantel repleto de animales impuros (Hch 10, 10-19 y 28) había sido un arrobamiento. San Pablo se dio cuenta de que lo del macedonio que le rogaba fuese a Macedonia (Hch 16, 9) había sido una visión en sueños. También distingue san Pablo la aparición de Cristo en el camino de Damasco de las visiones con que más tarde fue agraciado».
Es más: «los apóstoles reflexionaban sobre las cosas y sabían distinguir con toda claridad las visiones de los hechos reales externos, como aparece claro en aquella observación: Pedro «no creía ser realidad lo que hacía el ángel; antes se imaginaba que era un sueño lo que veía»; más luego cuando se vio en la calle libre de la prisión y de las ataduras, vuelto en sí, dijo: «Ahora sí que conozco que el Señor verdaderamente ha enviado a su ángel, y librándome de las manos de Hérodes, etc.» (Hch 12, 9 y 11). Ahora bien, nunca dudaron los apóstoles, como se colige de los Evangelios y del testimonio de San Pablo, que las apariciones de Cristo fuesen acontecimientos reales y externos»[13].
Lugar donde vivió Cristo antes de su ascensión
Aunque Santo Tomás haya dado esta explicación, podría parecer que Cristo, después de su resurrección, debería haber vivido continuamente con sus discípulos, ya que se pueden dar varios motivos. El primero, porque se comprende que «Cristo se apareció a sus discípulos después de la resurrección para confirmarlos en la fe de la misma, y para llevar el consuelo a sus almas perturbadas, conforme a lo que dice San Juan: «Se alegraron los discípulos una vez que vieron al Señor» (Jn 20, 20)».
Sin embargo: «Más se hubieran confirmado y mayor consuelo hubieran recibido si se les hubiere mostrado presente de continuo». Por consiguiente: «parece que debió conversar de continuo con ellos»[14].
Motivo que no es aceptado por Santo Tomás, porque, por una parte: «la aparición frecuente de Cristo bastaba para certificarlos de la verdad de la resurrección; pero la conversación continua pudiera inducirles a error, haciéndolos creer que había resucitado a una vida semejante a la anterior».
Por otra, porque: «en cuanto al consuelo de su continua presencia, se la prometió para la otra vida, según aquello de San Juan: «De nuevo os veré y se gozará vuestro corazón, y vuestro gozo nadie os lo quitará» (Jn 16,22»[15].
El segundo motivo, que afecta a la explicación de Santo Tomás sobre la conveniencia de que durante los días antes de la ascensión estuviese con sus discípulos, es el siguiente: «Cristo no subió al cielo luego de haber resucitado, sino pasados «cuarenta días» como se lee en Hch 1, 3. En todo este espacio de tiempo en ningún otro ssitio pudoestar mejor que donde se hallaban sus discípulos reunidos». Se infiere, por tanto, que: «parece que debió haber vivido continuamente con los discípulos»[16].
Tampoco admite Santo Tomás esta dificultad, que se pone a su explicación del motivo de no estar siempre después de la resurrección con sus discípulos, porque: «el no conversar Cristo de continuo con los discípulos no fue porque juzgase que en otro lugar estaría mejor, sino porque pensaba que para la instrucción de sus discípulos era aquello mejor por la razón dicha», que tuviera ahora una vida igual que antes de su resurrección.
Añade Santo Tomás esta importante precisión: «ignoramos en qué lugar haya estado corporalmente en este espacio intermedio de tiempo, puesto que la Sagrada Escritura nada dice y como dice el Salmo: «su dominación se extiende a todo lugar» (Sal 102, 22)»[17].
Un tercer motivo para negar la tesis de Santo Tomás expuesta en este artículo es que: «Cristo cinco veces leemos que se apareció el mismo día de su resurrección, según nota San Agustín en su obra La concordancia de los evangelistas: «primero, a las mujeres junto al sepulcro; segundo, en el camino, cuando volvían ellas del del sepulcro; tercero, a San Pedro; cuarto, a dos que iban a una aldea; quinto, a varios en Jerusalén, ausente Tomás.Luego parece que también en los otros días que precedieron a su ascensión debió aparecérseles, a lo mejor varias veces»[18]. Lo que induce a pensar que continuamente tenía que estar con ellos.
Santo Tomás lo rebate con esta explicación: Cristo «les apareció con más frecuencia el primer día, porque por muchos argumentos debían ser amonestados a que desde luego recibiesen la fe de la resurrección. Pero, una vez que la habían recibido, no era necesario que fuesen instruidos con apariciones tan frecuentes, estando ya confirmados en la fe».
Así consta en las Escrituras, pues: «no se lee en el Evangelio que, después del primer día, se les haya aparecido sino cinco veces. Dice San Agustín, en el libro «La concordia de los Evangelistas, quedespués de las primeras cinco apariciones, se les apareció la sexta, cuando le vio Tomás; la séptima, junto al mar de Tiberíades, en la pesca de los peces; la octava, en un monte de Galilea, según San Mateo (28,1 6); la novena, narrada por san Marcos (16,14), estando sentados a la mesa, por última vez, puesto que ya no volverían a comer con El en la tierra; la décima, en el mismo día, ya no en la tierra sino elevado en una nube, cuando subía al cielo» (l. 3, c. 2».
Sin embargo, nota seguidamente San Agustín que como «no todas las cosas están escritas, como declara San Juan (20,30; 21,25)», debe pensarse que: «antes de que subiese al cielo, su trato con ellos era frecuente». Especifica Santo Tomás: «y esto para consuelo de los mismos. Por lo cual también en la Primera carta a los Corintios, San Pablo dice que «se apareció a más de quinientos hermanos a la vez; después se apareció a Santiago»(1 Cor 15, 6-7), de las cuales apariciones no se hace mención alguna en los evangelios»[19].
Debe tenerse en cuenta, como advirtió el profesor Pérez de Urbel, que: «Ni San Pablo ni los evangelistas nos ofrecen un relato completo de la vida de Cristo durante aquellos cuarenta días. Sus narraciones son a manera de fragmentos, jalones que trazan un camino, testimonios aducidos en apoyo de una verdad. Es seguro que Cristo, debió aparecerse a su Madre, pero nada dicen acerca de esto los libros revelados. Cuentan las apariciones más impresionantes, aquellas que enriquecieron el espíritu de los discípulos con una nueva luz, con una doctrina más fulgurante, aquellas que mejor podían servir para afianzar en los primeros convertidos este punto central de la catequesis cristiana»[20].
Todo ello confirma que Cristo no vivió ni debía vivir con los apóstoles y discípulos desde su resurrección hasta su ascensión.
Eudaldo Forment
[1] Carl Heinrich Bloch, «Christus consolator» (1881)
[2] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 55, a. 2, sed c.
[3] Ibid., III, q. 55, a. 2, in c.
[4] I. SCHUSTER – J. B. HOLZAMMER, Historia bíblica, Barcelona, Editorial Litúrgica Española, 1947, 2ª ed., 2 vv., v. II, n. 497, p. 385.
[5] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 55, a. 2, ob. 1.
[6] Ibíd., III, q. 55, a. 2, ad 1.
[7] Ibíd., III, q. 55, a. 2, ob. 2.
[8] Ibíd., III, q. 55, a. 2, ad 2.
[9] Ibíd., III, q. 55, a. 2, ob. 3.
[10] Ibíd., III, q. 55, a. 2, ad 3.
[11] Ibíd., III, q. 55, a. 3, sed c.
[12] Ibíd., III, q. 55, a. 3, in c.
[13] I. SCHUSTER – J. B. HOLZAMMER, Historia bíblica, op. cit.,, p. 386.
[14] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 55, a. 3, ob 1.
[15] Ibíd., III, q. 55, a. 3, ad 1.
[16] Ibíd., III, q. 55, a. 3, ob. 2.
[17] Ibíd., III, q. 55, a. 3, ad 2.
[18] Ibíd., III, q. 55, a. 3, ob. 3.
[19] Ibíd., III, q. 55, a. 3, ad 3.
[20] JUSTO PÉREZ DE URBEL, Vida de Cristo, Madrid, Rialp, 2012, pp. 444-445.
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