InfoCatólica / Sapientia christiana / Archivos para: Marzo 2016, 01

1.03.16

XXXVI. Estado del hombre primitivo

 

La rectitud humana

El hombre es pecador por sus pecados personales, pero también puede decirse que lo es por el pecado de su naturaleza. Por su naturaleza humana, el hombre se encuentra en un estado de naturaleza caída. Este estado, que, como explica Santo Tomás, es una «posición particular conforme a la naturaleza y, al mismo tiempo, con cierta estabilidad»[1], no es en el que fue creado el hombre. 

Dios hizo al hombre en el llamado estado de «inocencia» o de «justicia original». En este estado, el hombre poseía una naturaleza sin el pecado. Con son ella sola se hubiera encontrado en el denominado «estado de naturaleza pura».

Al tratar en la Suma Teológica, la cuestión sobre la creación del hombre en gracia, explica el Aquinate: «Algunos dicen que el primer hombre no fue creado en gracia, pero que ésta fue dada antes de pecar, ya que muchos santos sostienen que el hombre en estado de inocencia tuvo la gracia»[2].

Advierte que no parece ser esta la posición de San Agustín. Afirma el Aquinate que: «El hombre y el ángel se ordenan de igual modo a la gloria, ya que, según dice San Agustín,  “Dios, en ellos, estaba a la vez como creador de la naturaleza y dador de la gracia” (La Ciudad de Dios, XII, 9, 2). Por lo tanto, el hombre fue creado en gracia»[3].

Según Santo Tomás que el hombre: «fue también creado en gracia, como (también) otros sostienen, parece exigirlo la rectitud del estado primitivo, en el cual, según el Eclesiástico:”Dios hizo al hombre recto” (Ecl 7, 30)».

Entiende que: «Esta rectitud consistía en que la razón estaba bajo la autoridad de Dios, las facultades inferiores a la razón, y el cuerpo al alma. La primera sujeción era causa de las otras dos, ya que, en cuanto que la razón permanecía sujeta a Dios, se le sometían a ella las facultades inferiores, como dice San Agustín»[4].

 En La Ciudad de Dios, en unos capítulos dedicados comentar la caída de los primeros padres, por la desobediencia a Dios, explica San Agustín que: «Apenas habían transgredido el mandato, abandonados de la gracia de Dios, se ruborizaron de la desnudez de sus cuerpos. Por ello, cubrieron sus partes vergonzosas con hojas de higuera, que fueron quizá las primeras que toparon en su turbación; partes que tenían antes también sin considerarlas vergonzosas. Percibieron un nuevo movimiento de desobediencia de su carne, como pena recíproca de su desobediencia. Porque el alma, complaciéndose en el uso perverso de su propia libertad y desdeñándose de estar al servicio de Dios, quedó privada del servicio anterior del cuerpo; y como había abandonado voluntariamente a Dios, superior a ella, no tenía a su arbitrio al cuerpo inferior ni tenía sujeta totalmente la carne, como la hubiera podido tener siempre si ella hubiese permanecido sometida a Dios. Así comenzó entonces la carne a tener apetencias contrarias al espíritu. Nacidos nosotros con esa lucha y arrastrando con nosotros el origen de la muerte, llevamos en nuestros propios miembros y en nuestra naturaleza viciada la lucha o la victoria de la primera prevaricación»[5].

Infiere Santo Tomás que: «Es manifiesto que la sujeción del cuerpo al alma y de las facultades inferiores a la razón no era natural, de serlo hubiera permanecido después de haber pecado, puesto que los dones naturales, como dice Dionisio, en Los nombres divinos (c. 4, 23), permanecieron en los demonios. Por donde la primera sujeción, por la que la razón se subordinaba a Dios, no era sólo natural, sino un don sobrenatural de la gracia, ya que el efecto no puede ser superior a la causa».

Se confirma con lo que dice San Agustín, en el texto citado, que, como consecuencia de la perdida de la gracia, sintieron el desequilibrio o desorden de sus pasiones y por esto se avergonzaron de su desnudez. «De lo cual se da a entender que si, al abandonar la gracia el alma, desapareció la obediencia por la gracia del cuerpo al alma, por la gracia que se daba en el alma se le sometían las facultades inferiores»[6].

Leer más... »