XCVI. El origen de Cristo

1148. –¿Cómo fue la concepción de Cristo?

–Sostiene Santo Tomás que se «demuestra la necesidad de que aquel hombre (Cristo) naciera de madre virgen», sin intervención natural» con varios argumentos. En uno de ellos, se toma como punto de partida que: «en la generación humana de Cristo, el último término de la misma fue la unión con la persona divina, y no la constitución de una persona o hipóstasis humana», como ocurre en las otras generaciones humanas. Por consiguiente, «el principio activo de esta generación» no podía ser el poder varonil, «sino el solo poder divino», De tal manera que, «así como en la común generación humana», la parte suministrada por el varón se une a la parte o «a la materia suministrada por la madre, así también en la generación de Cristo el Verbo de Dios tomó para su unión esa misma materia».

Añade que, por un lado: «también es manifiesto que convenía en la generación humana del Verbo de Dios resplandeciese alguna propiedad de la generación espiritual. El Verbo, según sale de quien lo profiere, tanto si es concebido interiormente como si es pronunciado exteriormente, no ocasiona la corrupción de quien lo profiere, sino que más bien es una muestra de la plenitud de perfección de quien lo pronuncia», porque manifiesta la perfección del acto de conocimiento. «Por consiguiente, fue conveniente que el Verbo de Dios fuera concebido y naciera según la generación humana de tal manera que no corrompiera la integridad de la madre».

Por otro, que: «como sea también conveniente que el Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas y por quien todas se conservan en su integridad, convino que naciera de modo que conservase la integridad de la madre en todo, Por lo tanto, fue conveniente que su generación fuese virginal»[1].

En la Suma teológica indica además que: «aunque el Hijo de Dios pudo tomar carne de cualquier materia, fue, sin embargo convenientísimo que la tomara de mujer». Una de las razones fue porque: «con esto se confirmaba la verdad de la Encarnación. Dice San Ambrosio, en su libro De la encarnación: «Muchas cosas encontrarás conformes con la naturaleza y muchas también que la superan. Conforme a la condición de la naturaleza es el haber estado en el seno de una mujer; pero sobre la condición de la naturaleza es el que una virgen concibe y da a luz. Esto, a fin de que creyeras que es Dios quien renovaba la naturaleza y era hombre el que, según la naturaleza, nacía de un ser humano» (c. 6)»[2].

Cita a continuación estas palabras parecidas de San Agustín: «¿Qué hubiese acaecido si el Omnipotente no hubiese formado aquel cuerpo en el seno de una madre, sino que lo hubiese creado en cualquier parte y lo hubiese presentado de repente a las miradas? ¿Qué hubiese acaecido si no se hubiese hecho adulto de infante, cambiando la edad; si no hubiese necesitado de alimentos y de sueño? ¿No sería eso dar firmeza a la opinión errónea de los que creen que en modo alguno había tomado un verdadero hombre? De ese modo, por hacerlo todo maravillosamente, nos habría privado de lo que hizo misericordiosamente. Mas he aquí que apareció del modo dicho el Mediador entre los hombres y Dios, uniendo en una única persona ambas naturalezas, sublimando lo ordinario con lo extraordinario y templando lo extraordinario con lo ordinario»[3].

También argumenta Santo Tomás sobre esta conveniencia que: «de este modo se completan los diversos modos de la generación humana, pues el primer hombre fue producido del limo de la tierra, sin varón ni hembra; Eva fue producida del varón sin la hembra; los demás hombres, engendrados por el varón y la hembra: Un cuarto modo quedaba , que es el propio de Cristo, que fue nacido de mujer sin la cooperación del varón»[4].

1149. –A diferencia de los demás hombres, Cristo fue concebido en el seno virginal de su Madre de modo sobrenatural. ¿Con ello, no quedó comprometida su humanidad?

–Precisa Santo Tomás en el capítulo citado de la Suma contra los gentiles que:

«Este modo de generación no desvirtúa la verdadera y natural humanidad de Cristo, aunque haya sido engendrado de diferente manera que los demás hombres. Pues, como el poder divino es infinito, y todas las causas tienen por Él virtud para producir efectos, es claro que cualquier efecto que pueda producir una causa cualquiera puede ser también producido por Dios sin ayuda de dicha causa y dentro de su misma especie y naturaleza».

Por consiguiente, así como el poder natural que hay en el varón produce un hombre verdadero, que pertenece a la especie y a la naturaleza humanas, así también el poder divino, que dio este poder al varón, «puede producir sin él los efectos de dicho poder, constituyendo un hombre verdadero, con especie y naturaleza humana».

Nota Santo Tomás que todavía podría objetarse que: «como el hombre engendrado naturalmente tiene un cuerpo natural», constituido por lo que suministra el hombre y lo que suministra la mujer, «el cuerpo de Cristo no fue de la misma naturaleza del nuestro», por no ser engendrado por intervención masculina. Responde que: «el cuerpo de Cristo no se diferencia de nuestro cuerpo en cuanto a la materia, porque también nuestro cuerpo ha sido formado materialmente de lo que fue tomado de la madre».

Debe así concluirse que: «el nacimiento virginal de Cristo en nada desvirtúa la verdad de su humanidad ni su semejanza con nosotros. Pues, aunque la virtud natural requiera determinada materia para producir mediante ella un determinado efecto, sin embargo, el poder divino, que es capaz de producir todas las cosas de la nada, no está coartado en su obrar por una materia determinada», ni por ningún otro principio activo, creado también por Él.

Advierte, por último, Santo Tomás que, la maternidad virginal: «no desmerece en modo alguno la dignidad de la Madre de Dios, que concibió y engendró permaneciendo ella virgen, en el sentido que pueda llamarse madre verdadera y natural del Hijo de Dios. Pues, actuando el poder divino, ella suministró la materia natural para la generación del cuerpo de Cristo, que es lo único que se requiere por parte de la madre y, además, cuanto contribuye en las otras madres a la pérdida de la virginidad no guarda relación con lo que es propio de la madre, sino con lo que es propio del padre»[5].

1150. –¿Cómo fue la actuación de Dios en la concepción de Cristo?

–Lo primero que sostiene Santo Tomás sobre el papel de Dios en la concepción de Cristo, es que es obra del Espíritu Santo, porque: «aunque cualquier operación divina, destinada a producir algo en las criaturas, sea común a toda la Trinidad, como consta por lo dicho (IV, c. 21), sin embargo, la formación del cuerpo de Cristo, que fue realizada por el poder divino, se atribuye convenientemente al Espíritu Santo, aunque sea común a toda la Trinidad».

Desde el ámbito racional, se advierte su conveniencia: «porque, así como nuestro verbo, concebido en la mente, es invisible, pero se hace sensible, manifestándolo externamente con la voz, así también el Verbo de Dios existe invisiblemente en el corazón del Padre según la generación eterna, y por la Encarnación se hizo sensible para nosotros. Luego la Encarnación del Verbo de Dios es como la expresión vocal de nuestro verbo», porque la palabra oral es la que declara o presenta el verbo mental o concepto. Además, como: «la expresión vocal de nuestro verbo se realiza por nuestro espíritu, por el cual se forma la voz de nuestro verbo. Según esto, también se dice convenientemente que la formación de la carne del Hijo de Dios se hizo por su Espíritu».

También revela la conveniencia de la concepción de Cristo por el poder del Espíritu Santo, porque sirve: «para indicar la causa que impulsó a la Encarnación del Verbo. Y ésta no pudo ser otra que el inmenso amor de Dios hacia el hombre, cuya naturaleza quiso unir a sí en unidad de persona. Por otra parte, en la divinidad, el Espíritu Santo es el que procede como amor, como ya se dijo (IV, c. 19)». Por consiguiente: «fue conveniente que la obra de la Encarnación se atribuyera al Espíritu Santo».

Además: «También en la Sagrada Escritura suele atribuirse cualquier gracia al Espíritu Santo, porque lo que se da gratuitamente parece ser concedido por el amor del donante. Pero al hombre no se le ha podido conceder mayor gracia que el unirse a Dios en persona. Luego esta obra se atribuye convenientemente al Espíritu Santo»[6].

1151. –¿Hay más motivos para atribuir al Espíritu Santo la Encarnación?

–En la Suma teológica explica que: «la concepción de Cristo es obra de toda la Trinidad, pero se atribuye al Espíritu Santo por tres razones: Primera, porque así convenía a la causa de la Encarnación, considerada por parte de Dios. Es el Espíritu Santo el amor del Padre y del Hijo, como ya se ha dicho»[7]. Al Espíritu Santo oraba John Henry Newman: «Tú eres aquel Amor vivo con que el Padre y el Hijo se aman mutuamente. Y eres el autor del amor sobrenatural en nosotros»[8].

De manera que, como concluye seguidamente Santo Tomás: «Que el Hijo de Dios tomarse carne en el seno virginal, no tiene otra causa sino el máximo amor de Dios, según dice San Juan: «De tal modo amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito» (Jn 3, 16)»[9].

La segunda razón es la siguiente: «Convenía también a la causa de la Encarnación, considerada por parte de la naturaleza tomada, pues así se da a entender que, si la naturaleza humana fu tomada por el Hijo de Dios en unidad de personas, no viene de méritos que tenga, sino de la sola gracia, la cual se atribuye al Espíritu Santo, conforme lo que dice San Pablo: «Hay división de gracia, pero el Espíritu es el mismo» (1 Cor 12, 4)».

Nota seguidamente que, por ello, decía San Agustín: «El modo como nació Cristo del Espíritu Santo, sin ser su hijo, y de la Virgen María, como hijo, nos da a conocer la gracia de Dios, por la cual el hombre sin mérito alguno precedente, en el principio mismo de su existencia, fue unido al Verbo en una tan estrecha unidad de persona, que el mismo que era hijo del hombre fuese a la vez Hijo de Dios»[10].

Por último, hay esta tercera razón: «También esto conviene al término de la Encarnación, que consiste en que aquel hombre concebido fuese santo e Hijo de Dios. Una y otra cosa se atribuye el Espíritu Santo, pues por Él somos hechos hijos de Dios, según la sentencia de San Pablo: «y porque sois hijos de Dios, envió Dios el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, que grita: Abba, Padre» (Ga 4, 6). Este mismo Espíritu es «Espíritu de santificación» (Rm 1, 4)».

Sobre este clamor de «Padre» notaba Newman que: «Por naturaleza somos hijos de la ira. Nuestro corazón está vendido como esclavo al pecado (Rm 7, 14), poseído por malos espíritus y hereda la muerte como eterno legado. Pero al llegar el Espíritu Santo, consume toda la culpa y la suciedad como por el fuego, expulsa al demonio, perdona el pecado, el original y el actual, y el hombre queda consagrado a Dios en su integridad»[11].

El Espíritu Santo es quien: «restaura para nosotros ese lazo roto que, procedente de lo alto, reúne en una sola familia todo lo que es santo y eterno en cualquier sitio, segregándola al mismo tiempo del mundo rebelde que va hacia la nada. Siendo así hijo de Dios y una misma cosa con Él, nuestras almas ascienden hacia Él y claman por Él de continuo»[12].

El Padrenuestro expresaría estos clamores de manera determinada, porque: «Jesús nos dejó su sagrada Oración para que fuera posesión peculiar de su pueblo y la voz del Espíritu. Si la leemos con atención encontraremos ahí la substancia de esa doctrina a la que San Pablo ha dado el nombre de adopción (…) La iniciamos haciendo uso del privilegio de dirigirnos a Dios Todopoderoso y llamarle expresamente «Padre Nuestro». Seguimos en ese tono de espera, confianza, adoración y conformidad que los hijos deben sentir»[13].

Por consiguiente, añade Santo Tomás: «como los otros son santificados por el Espíritu Santo espiritualmente para ser hijos de Dios adoptivos, así Cristo es concebido en santidad por el Espíritu Santo para ser hijo de Dios natural o por naturaleza. Por lo que según una Glosa (Glossa interl. VI, 4r), la expresión «El cual fue predestinado Hijo poderoso de Dios», que en Rm 1, 4, figura en primer término, se aclara por lo que sigue inmediatamente: «según el Espíritu de santificación» esto es «porque fue concebido del Espíritu Santo». Y el mismo ángel de la anunciación, después de decir: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti», concluye: «Y por esto lo que nacerá de ti será Santo, llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35)»[14].

Precisa finalmente Santo Tomás que: «La obra de la Encarnación es obra común a la Trinidad, pero bajo ciertos aspectos es atribuida a cada una de las Personas. Se atribuye al Padre la autoridad sobre la persona del Hijo, que por la concepción tomó la humana naturaleza; se atribuye al Hijo el acto mismo de la Encarnación; pero al Espíritu Santo la formación del cuerpo que toma el Hijo»[15].

1152. –¿Puede decirse que Cristo fue concebido en el seno virginal de María por el Espíritu Santo?

–En el Evangelio se lee: ««Antes de empezar ellos a estar juntos (María y José) se encontró encinta por obra del Espíritu Santo»[16]. Sobre esta revelación de Dios en la Sagrada Escritura, dogma por ello de la fe, indica Santo Tomás, en la Suma teológica, que: «La concepción no se atribuye a sólo el cuerpo de Jesús, sino al mismo Cristo por razón de su cuerpo. Dos son las relaciones del Espíritu Santo con respecto de Cristo: una, la de consubstancialidad, que se refiere al mismo Hijo de Dios, del que se dice que es concebido». Una relación, que se explica porque las personas divinas tienen la misma naturaleza y ser divinos, que identificados constituyen la substancia divina. «Otra, la de causa eficiente respecto su cuerpo».

Además: «la preposición «de» expresa ambas relaciones, como cuando decimos de un hombre que procede «de su padre». Y por eso podemos decir que Cristo es concebido del Espíritu Santo, con esta condición: que la eficacia del Espíritu Santo se refiera al cuerpo asumido, y consubstancial a la persona asumente»[17].

Asimismo debe tenerse en cuenta que: «El cuerpo de Cristo, por no ser consubstancial con el Espíritu Santo, no puede decirse con propiedad concebido del Espíritu Santo –«de Spiritu Sancto»–, sino más bien en virtud, o por causa, del Espíritu Santo –«ex Spiritu Sancto»–. Así dice San Ambrosio: «lo que procede de otro –ex aliquo»– o procede de su substancia, como el Hijo del Padre; o de su poder; como sucede con todas las cosas, modo este mediante el cual María concibió a causa del–«ex»– Espíritu Santo (Sobre el Espíritu Santo, II, c. 5)»[18].

1153. –Si Cristo en cuanto hombre fue concebido por el poder del Espíritu Santo¿Puede decirse que en este sentido el Espíritu Santo es padre de Cristo?

–Ni en el sentido de la carne, ni en ningún otro, puede decirse que el Espíritu Santo es padre de Jesús. «Y, aunque se afirme que Cristo haya sido concebido por el Espíritu Santo y la Virgen María, sin embargo, no puede decirse al Espíritu Santo padre de Cristo según la generación humana, así como a la Virgen se la llama madre suya».

La razón es manifiesta: «porque el Espíritu Santo no produjo de su substancia la naturaleza humana de Cristo, sino que intervino únicamente con su poder para producirla. Luego, según la generación humana, el Espíritu Santo no puede llamarse padre de Cristo»[19].

En la Suma teológica, explícita este motivo al argumentar: «Los nombres de paternidad, maternidad y filiación son nombres consiguientes a la generación, pero no a cualquiera generación, sino propiamente a la de seres vivos, y especialmente de los animales, pues no decimos que el fuego engendrado sea hijo del que lo engendró, si no es hablando metafóricamente, Y aún sólo lo decimos tratando de los animales, cuya generación es más perfecta. Ni con todo se aplica el nombre de filiación a todo lo que en los animales es engendrado, sino solamente aquello que es engendrado a semejanza con el que engendra»[20].

Un ejemplo de ello es lo que decía San Agustín, al escribir: «de un modo nace del hombre su hijo, de otro modo el cabello»[21], y, por tanto, que: «no se llama hijo del hombre el cabello que nace del hombre (…) porque el cabello no tiene semejanza con el hombre».

Hay también que observar que no solamente se requiere la semejanza para la filiación, sino también que: «cuanto mayor sea la semejanza, más perfecta será la filiación». Y ello, «tanto en lo divino como en lo humano».

De manera que: «si la semejanza fuere imperfecta, la filiación también lo será», aunque será filiación. Así, el hombre es imagen imperfecta de Dios. Por tanto: «como en el hombre existe cierta semejanza imperfecta con Dios, en cuanto creado a su imagen y en cuanto es de nuevo creado según la semejanza de la gracia, por esto de uno y de otros puede decirse el hombre hijo de Dios, por ser creado a imagen de Dios y porque, mediante la gracia, se asemeja a Él».

Para resolver esta cuestión de la supuesta paternidad del Espíritu Santo de Cristo según su humanidad; igualmente: «conviene tener presente que cuando de algo se predica una propiedad por una razón perfecta, no debe predicarse de él esa misma propiedad por una razón imperfecta». Así, por ejemplo: «a Sócrates, a quien conviene perfectamente el nombre de hombre por razón de su naturaleza humana, no se pude decir que es hombre por ser parecido a la imagen de una pintura de un hombre», es decir, por una razón imperfecta.

Al aplicarse a la predicación a Cristo de la filiación, se sigue que: «Cristo es Hijo de Dios por su perfecta filiación, y así, aunque por razón de la naturaleza humana sea creado y justificado, no se le debe llamar hijo de Dios por razón de la creación ni de la justificación», tal como se hace con los demás hombres, «sino sólo por razón de la generación eterna, por la cual es Hijo de sólo el Padre». De ahí, se concluye que: «en modo alguno se debe decir a Cristo hijo del Espíritu Santo ni tampoco hijo de toda la Trinidad»[22].

1154. –¿Qué se seguiría si se afirmase erróneamente que Cristo es Hijo del Espíritu Santo?

–Indica Santo Tomás que: «si Cristo se llamara Hijo del Espíritu Santo, se daría también ocasión para errar. Pues es claro que el Verbo de Dios tiene distinta persona según que es Hijo de Dios Padre. Por consiguiente, si se llamara hijo del Espíritu Santo según la naturaleza humana, se daría a entender que en Cristo habría dos hijos, ya que el Verbo de Dios no puede ser hijo del Espíritu Santo. Y así, como el nombre de filiación pertenece a la persona y no a la naturaleza, resultaría que en Cristo habría dos personas, lo cual es contrario a la fe católica».

Además, añade: «sería inconveniente que la autoridad y el nombre del Padre se trasladase a otra persona. Cosa que sucedería si el Espíritu Santo se dijera Padre de Cristo»[23].

Por estas razones se debe afirmar, por una parte, que Cristo es hijo de María, porque «Cristo fue concebido de Santa María Virgen, al suministrar ésta una materia específicamente semejante y por este motivo se llama hijo suyo. En cuanto hombre, Cristo fue concebido del Espíritu Santo como principio activo, y no según la semejanza específica, como nace un hombre de su padre. Y así Cristo no debe decirse hijo del Espíritu Santo»[24].

Por otra que: «los hombres formados espiritualmente por el Espíritu Santo no pueden llamarse hijos de Dios porque les convenga el concepto perfecto de filiación. Son llamados hijos de Dios en razón de una filiación imperfecta, que se produce a través de la semejanza de la gracia, que proviene de toda la Trinidad »[25].

1155. –Por tener una naturaleza humana concreta, cuya alma fue creada, ¿puede decirse que Cristo es una criatura?

–Sostiene Santo Tomás que: «aunque la naturaleza humana tomada por el Verbo sea una criatura, sin embargo, no puede decirse en sentido absoluto que Cristo sea una criatura».

La razón que da seguidamente es que, por un lado: «el crearse una cosa es un cierto hacerse. Pero, como quiera que el hacerse termina en el ser absolutamente, el hacerse es propio de quien tiene un ser subsistente y tal es el individuo completo en el género de substancia, que si tiene naturaleza intelectual se llama ciertamente persona o también hipóstasis ». Tiene así un ser absoluto, en cuanto comunica la autonomía y la independencia, propias de la substancia, y, que por ello existe en sí y por sí.

Por otro, que: «las formas, accidentes, e incluso las partes están sometidas al hacerse en un sentido relativo solamente, ya que no tienen un ser subsistente, en sí mismo, sino que subsisten en otro», Así, por ejemplo, si algo se hace blanco, no se dice que se ha hecho blanco absolutamente, sino relativamente, porque existe en otro y por otro, la substancia, y, a diferencia de ella no es autónomo ni independiente.

Según lo explicado: «en Cristo únicamente hay la hipóstasis o persona del Verbo de Dios, que es increada. Luego no puede afirmarse en sentido absoluto que Cristo sea una criatura, aunque pueda decirse en sentido relativo, afirmando que es criatura en cuanto hombre o según la naturaleza humana».

Nota también seguidamente Santo Tomas que: «aunque del sujeto, que es individuo en el género de la substancia, no se dice que se haga absolutamente, sino que sólo se hace en cierto sentido o relativamente –lo que le pertenece propiamente en virtud de sus accidentes y partes–»; sin embargo: «de dicho sujeto se predican en sentido absoluto cuantas cosas se derivan de sus accidentes y partes en cuanto tales. Por ejemplo, se afirma en sentido absoluto que el hombre es vidente, como resultado de tener ojos; crespo, por el cabello, y visible por el color».

De modo parecido: «de Cristo pueden predicarse en sentido absoluto cuantas cosas se derivan propiamente de la naturaleza humana; por ejemplo, que es hombre, que es visible, que anduvo, y otras cosas parecidas. Mas lo que es propio de la persona no se predica de Cristo en cuanto hombre si no es con alguna adición, ya sea expresa o sobrentendida»[26], por que su persona es la del Verbo.

1156. Como los cuerpos de todos los hombres,¿el cuerpo de Cristo proviene de Adán?

–En la Suma teológica, explica Santo Tomás que: «Tomó Cristo la naturaleza humana, para purificarla de la corrupción; pero no necesitaba esta purificación sino en cuanto estaba inficionada por el origen viciado que traía de Adán: luego fue preciso que tomase su carne de una materia derivada de Adán, a fin de curarle por este medio»[27].

De manera que: «la materia del cuerpo de Cristo fue terrena igual que la del cuerpo de Adán»[28]. Sin embargo, aunque: «el cuerpo de Cristo estuvo en Adán según su substancia corporal, puesto que la materia corporal del mismo provenía de Adán». No estuvo en Adán por razón de lo que aporta el varón, «como quiera que no fue concebido como los demás. Y por esto no contrajo el pecado original, como los otros hombres, que provienen de Adán»[29], por la vía de lo aportado por el varón. Ni tampoco adquirió el pecado original por su origen del cuerpo de la Virgen María, ya que ella estaba libre del mismo. Como: «Cristo tomó la substancia visible de su carne del cuerpo de la Virgen (…) de Adán recibió su naturaleza humana como de principio material»[30], porque el principio activo lo recibió del Espíritu Santo.

Precisa seguidamente Santo Tomás, que: «Cristo se dice especialmente hijo de dos de los antiguos patriarcas Abrahán y David, como es manifiesto por San Mateo (Mt 1, 1). De esto se alegan varias razones».

La primera es la siguiente: «a ellos fue hecha especialmente la promesa de Cristo. De Abrahán se dice: «En ti serán bendecidas todas las gentes de la tierra» (Gn 22, 18), lo que San Pablo declara de Cristo, diciendo: «Las promesas fueron hechas a Abrahán y a su descendencia. No dice ‘y a sus descendencias’, como si fuesen muchas, sino que (lo dice) de una sola, ‘y a tu descendencia’, que es Cristo» (Gal 3, 16). Y a David le juró el Señor: «Pondré sobre tu trono el fruto de tus entrañas» (Sal 131, 11). Por esto la multitud de los judíos al recibir a Cristo con honores de rey gritaba: «Hosanna al Hijo de David» (Mt 21, 9)».

La segunda razón es que «Cristo había de ser rey, sacerdote y profeta. Abrahán fue sacerdote como resulta de aquellas palabras: «Toma una vaca de tres años, etc.» (Gn 15, 9). Fue también profeta, según aquello que se lee en el Génesis: «Es profeta y orará por ti» (Gn 20, 7). Cuanto a David, fue rey y profeta».

Por último, hay una tercera razón, porque: «con Abrahán comenzó la circuncisión por primera vez (Gn 17, 10). Y en David se manifestó principalmente la elección de Dios, como se lee: « se ha buscado el Señor un hombre según su corazón» (1 Sam 13, 14). Y por eso Cristo es llamado especialísimamente hijo de ambos, para demostrar que es salvación para los circuncidados y para los elegidos de entre los gentiles»[31].

1157. –El Aquinate, sobre que Cristo fuese descendiente de David, presenta la siguiente dificultad: «San José no fue padre de Cristo», por tanto, «no parece que Cristo sea del linaje de David»[32]. ¿Cómo resuelve esta objeción?

–Explica Santo Tomás que: «esa objeción proviene del maniqueo Fausto, el cual intentaba probar que Cristo no era hijo de David, porque no había sido concebido de José, en quien termina la genealogía de San Mateo»[33].

Cita a continuación las siguientes palabras de San Agustín en respuesta a la objeción del maniqueísmo: «Aunque hubiera sido uno el que enumeró los antepasados de Cristo desde David hasta José llamándole hijo de David, y otro el que dijo que había nacido de la virgen María sin concurso alguno de varón, ni siquiera en este caso deberíamos pensar sin más que se habían contradicho, quedando ambos o uno de ellos convictos de falsedad. Deberíamos pensar que pudo darse que ambos dijeran verdad. Es decir, que se llamase a José marido de María, a la que tenía por esposa con la que vivía en continencia; esposa, no por la unión carnal, sino por el afecto; no por la fusión de los cuerpos, sino –cosa de más valor– por la unión de las almas, por lo que no debía separarse al esposo de la madre de Cristo de la serie de progenitores de Cristo».

Además de esta unión espiritual entre los esposos, puede pensarse, añade: «que la misma virgen María traía alguna vena de sangre de la estirpe de David, de modo que la carne de Cristo, incluso procreada de la virgen, no pudiese quedar excluida del linaje de David»[34]. Declara seguidamente San Agustín: «Nosotros creemos también que María perteneció al linaje de David porque creemos a las Escrituras que afirman lo uno y lo otro: que Cristo nació según la carne del linaje de David (Rm 1, 3; 2 Tm 2, 8)»[35].

Santo Tomás recuerda además que: «Como dice San Jerónimo: «José y María fueron de la misma tribu, por lo que aquél estaba obligado por la ley a tomarla por esposa, como pariente suya. De ahí que se empadronasen juntos en Belén, como descendiendo de una misma estirpe» (In Mt. L. I, super 1, 18)»[36].

1158. –En los Evangelios se encuentran dos genealogías de Cristo. La de San Mateo desciende de Abraham y David hasta San José, hijo de Jacob y queda así indicado que Cristo es de raza hebrea, de familia real (Mt 1, 1-16) y, por tanto, heredero legal del trono del rey David. San Lucas ofrece otra genealogía que asciende de José, que se dice hijo de Heli, hasta Dios (Lc 3, 23-38). De este modo presenta a Cristo como el segundo Adán, que media entre Dios y los hombres.

Ambas genealogías son distintas, porque no sólo se diferencian por el modo, sino también por el contenido. Desde Abrahán hasta David coinciden, pero ya después difieren totalmente, a excepción de Salatiel y Zorobabel (Mt 1, 16; Lc 3, 27), que se citan en ambas.

Se ha objetado, por ello que: «no es posible que un hombre tenga dos padres, pero San Mateo dice: «Jacob engendró a José, esposo de María»; y San Lucas cuenta que José fue hijo de Helí»[37]. ¿Cómo explica el Aquinate está aparente discrepancia, imposible en las Sagradas Escrituras?

–Para solucionarla, explica Santo Tomás que: «A esta objeción, hecha por Juliano el Apóstata, se ha respondido de diversos modos. El primero que refiere es el de los que: «dicen que ambos evangelistas mencionan los mismos personajes, aunque bajo nombres diferentes, como si la misma persona tuviese dos nombres». Sin embargo, no es admisible, porque, por ejemplo: «San Mateo menciona un hijo de David, es a saber, Salomón (Mt 1, 6), mientras que San Lucas cita a otro, Natán (Lc 3, 23), los cuales, según la historia del libro de los Reyes (2 Sam 5, 14), consta que fueron hermanos».

Después Santo Tomás refiere la solución de otros que, por eso, dijeron que San Mateo transmite la verdadera genealogía de Cristo, mientras que Lucas consigna la putativa, ya que la comienza con estas palabras: «según se creía era tenido por hijo de José» (Lc 3, 23)». El motivo que aducían, para justificar esta pretendida genealogía no natural, era: «porque había entre los judíos quienes pensaban que, a causa de los pecados de los reyes de Judá, el Mesías nacería de David, pero no por la línea de los reyes, sino por otra de hombres particulares».

En cambio, otros enseñaron de manera parecida que: «San Mateo dio los padres según la carne; y San Lucas, los padres según el espíritu, es decir, los varones justos que se dicen según la semejanza en la honestidad».

Otra repuesta a la dificultad, que cita Santo Tomás, es la siguiente: «No debe entenderse que San Lucas llame a José hijo de Helí, sino que Helí y José, en tiempos de Cristo, fueron descendientes de David de diverso modo. Y por eso dice de Cristo «era tenido por hijo de José» y que el propio Cristo «fue hijo de Helí» (Lc 3, 23), como si dijera que Cristo, por la misma razón que se llama hijo de José, podría ser llamado hijo de Helí y de cuantos descienden de la estirpe de David, como escribe San Pablo: «De los cuales», es decir, de los judíos, «desciende Cristo según la carne» (Rm 9, 5)»[38].

1159. –¿Cuál es la solución del Aquinate al problema de las discrepancias entre las dos genealogías?

–Después exponer estas cuatro interpretaciones, cita estas palabras de San Agustín: «Se me ocurren tres razones, alguna de las cuales pudo orientar el proceder del evangelista. Primera: el padre natural de José era una persona y el padre adoptivo otra».

El primero sería Jacob, a quien cita San Mateo, y el segundo, Helí, que lo hace San Lucas.

Otra razón, que San Agustín pone en tercer lugar, sería que: «un evangelista nombró el padre de quien le engendró», así lo hizo San Mateo. «Y el otro», San Lucas, en cambio, como padre «puso el abuelo materno o algún otro de sus ascendientes consanguíneos. Por razones de vínculos de consanguinidad, no resultaba absurdo (…) De este modo, hasta llegar a la figura de David, no siguió el mismo orden que Mateo había empleado en el entramado generacional».

Un último motivo, colocado en segundo lugar, podría ser que: «siguiendo la costumbre de los judíos, cuando uno de éstos moría sin dejar sucesión, un pariente cercano tomaba la mujer del finado y asignaba el hijo al pariente difunto (Dt 25, 5-6). De modo que, al ser engendrado por uno y asignado a otro, se afirma con toda propiedad que José tuvo dos padres». Uno sería Jacob, de manera que José era propiamente su hijo. Otro, Helí, lo sería ante la Ley. Heli era hermano de Jacob, y al morir, este último de acuerdo con la ley del levirato tuvo que casarse con la viuda de Helí, con quien tuvo a José, hijo de sangre de ambos, pero legalmente se atribuía al difunto Helí.

San Agustín considera que está razón: «es un tanto débil porque, entre los judíos, cuando, al morir un hermano o pariente cercano, alguien suscitaba prole de la viuda de éste, el hijo engendrado de esta unión solía tomar el nombre del difunto». Sin pronunciarse, por ninguna de las dos anteriores, concluye: «Luego este problema halla solución si se recurre o a la adopción, o al origen de algún otro antepasado, o a cualquier otra explicación que por el momento se nos oculta»[39].

Santo Tomás, en cambio, considera que «la última solución es la más cierta». No se opone, con ello, a San Agustín, porque advierte que después, cuando se volvió a ocupar de esta dificultad, en Las retractaciones, entonces añadió a lo que había indicado en esta tercera solución, que la asignación de la paternidad al primer marido difunto «equivale a una especie de adopción legal» [40], tal como se sostiene en la primera solución.

Lo que escribió San Agustín, en esta obra del final de su vida, ejemplo de amor a la verdad y honradez, sobre el pasaje citado fue lo siguiente: «Al resolver la cuestión de cómo José pudo tener dos padres (Mt 1, 36 y Lc 3, 23), dije en realidad «que nació de uno y que fue adoptado por otro»; pero debí decir también el modo de adopción, porque lo que he dicho suena así como que estando vivo el primero lo hubiese adoptado un segundo padre. En cambio, la ley adoptaba a los hijos también para los muertos ordenando que «la mujer del hermano muerto sin hijos la tomara por esposa el hermano, y diesedescendencia de ella al hermano difunto» (Deut 25, 5-6). Lo cual hace allí más clara la razón sobre los dos padres de un solo hombre».

Las genealogías de Cristo reflejarían este caso, «pues hubo hermanos uterinos en quienes sucede eso, que el segundo, esto es: Jacob, que, según Mateo, engendró a José (Mt 1, 16), tomó la mujer del primer difunto, que se llamaba Helí. Pero lo engendró para su hermano uterino, de quien, según Lucas, fue hijo José (Lc 3, 23), no ciertamente engendrado, sino adoptivo por la ley». La tercera razón, por tanto, sería una explicitación de la primera.

Explica seguidamente que: «Esa explicación se halla en las cartas de aquellos que escribieron sobre este asunto después de la Ascensión del Señor, cuando aún estaba reciente su memoria. En efecto, el Africano (Sexto Julio Africano, 1620-240, Epistula. ad Aristidem) no calló el nombre de la misma mujer que parió a Jacob, padre de José, de su primer marido Matán, que fue el padre de Jacob, y el abuelo de José según Mateo, y del segundo marido Melquí, parió a Helí, de quien José era hijo adoptivo».

Con los abuelos de José había ocurrido, por tanto, algo parecido y así se explica que las genealogías siguieran líneas distintas. Confiesa finalmente San Agustín: «Lo cual yo realmente aún no lo había leído cuando respondía a Fausto; pero, no obstante, yo no podía dudar de que por la adopción pudo suceder que un solo hombre tuviese dos padres»[41].

Nota asimismo Santo Tomás que respecto a esta explicación: «también opta por ella San Jerónimo (Com, Evang. S. Mateo); y Eusebio de Cesarea (Hist. Ecles.) dice que esto es lo enseñado por el historiador Julio Africano. Sostienen que Matán y Melqui en distintas fechas y de una misma esposa, llamada Estha, tuvieron un hijo cada uno. Como Matán, que desciende por medio de Salomón, la tomó primeramente por mujer y, después de tener de ella un hijo llamado Jacob, se murió, al no prohibir la Ley a la viuda casarse con otro hombre, tomó a ésta por mujer Melqui, de la misma estirpe que Matán, por ser de la misma tribu, aunque no del mismo linaje, y tuvo de ella un hijo llamado Helí. Y, de esta manera, Jacob y Heli resultan hermanos uterinos aunque procedan de padres distintos»,

Después: «uno de ellos, Jacob, tomando por imperativo de la ley la mujer de su hermano Helí, que había muerto sin hijos, engendró a José, hijo suyo por naturaleza, pero hijo de Helí según un precepto legal. Y por esto dice San Mateo que «Jacob engendró a José» (Mt 1, 16); en cambio, San Lucas al describir la generación legal, no dice que haya engendrado a ninguno»[42].

En definitiva, por tener distintos padres, los hermanos, por parte de madre, Jacob y de Helí, padre natural y padre legal respectivamente de San José, las dos genealogías tenían que se distintas. La de San Mateo siguió la natural del padre Jacob y del abuelo Matán; y la de San Lucas del padre legal Helí y el abuelo legal Melqui.

1160. Según otra tradición, la genealogía, que trae San Lucas, sería la de la Virgen, María, que sería así descendiente de David por medio de Natán, uno de sus hijos, porque según se narra en San Lucas, el ángel le dice a María que el hijo que concebirá heredará el trono de «David su padre» (Lc 1, 32). En cambio, si se sostiene que las dos genealogíasson las de San José, ¿Se puede afirmar que María era del linaje de David?

San Agustín sostenía quela Virgen María era de la estirpe de David y además de la de Aarón, hermano de Moisés, y elegido para ser sacerdote. Advertía que: «aunque alguien pudiese demostrar que María no tenía ningún parentesco con David, era suficiente aceptar que Cristo era hijo de David (Mt 1, 17) por ese motivo; motivo por el que también a José se le considera con razón su padre. El apóstol Pablo afirma con toda claridad que Cristo procede de la estirpe de David según la carne (Rm 1, 3) ¡Cuánto menos debemos dudar de que María misma tuviera algún parentesco con la estirpe de David! Tampoco Lucas calla la estirpe sacerdotal de dicha mujer al insinuar que era pariente de Isabel(Lc 1, 36), de la que afirma que era de las hijas de Aarón(Lc 1, 5). Por tanto, ha de aceptarse sin la menor duda que la carne de Cristo procede de ambas estirpes, la real y la sacerdotal»[43]. Se explica así que las funciones reales y sacerdotales, que se ejercían en el pueblo hebreo, prefiguraban las de Cristo.

Explica Santo Tomás que San Gregorio Nacianceno (Carmina, I, 1, 18) indicaba que: «había sido por la soberana voluntad de Dios que el linaje real se juntase con la estirpe sacerdotal, y que Cristo, rey y sacerdote, naciese de ambos linajes según la carne. Por lo que también Aarón, primer sacerdote según la Ley, tomó por esposa a Isabel (Ex 6, 23) de la tribu de Judá, por ser hija de Aminadab (Cf. 1 Par 2, 10). Así pues, pudo suceder que el padre de Isabel tuviera una mujer de la estirpe de David, con lo que la Virgen María, que era del linaje de David, sería pariente de Isabel. O mejor, al revés, que el padre de la Santísima Virgen, de la estirpe de David, hubiera tomado una esposa del linaje de Aarón». Sea del modo que sea Santo Tomás afirma que: «María fue del linaje de David»[44].

 

Eudaldo Forment

 

 

 



[1] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, c. 45.

[2] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 31, a. 4, in c.

[3] San Agustín, Epístolas, 137, A Volusinao, c. 3, 9.

[4] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 31, a. 4, in c.

[5] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 95.

[6] Ibíd., IV, c. 46.

[7] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 32, a. 1, in c.

[8] John Henry Newman, Cuaderno de oraciones, Barcelona, Editorial Balmes, 1990, p. 27.

[9] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 32, a. 1, in c.

[10] San Agustín, Manual de fe, esperanza y caridad, XII, 40.

[11] John Henry Newman, Sermones parroquiales, Madrid, Ediciones Encuentro, 2007-2015, 8 vols., vol 2, Sermón 19, «El Espíritu que habita en nosotros», vol II, pp. 201-212, p. 206.

[12] Ibíd., p. 207.

[13] Ibíd., pp. 207-208.

[14] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 32, a. 1, in c.

[15] Ibíd., III, q. 32, a. 1, ad 1.

[16] Mt 1, 18.

[17] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica,  III, q. 32, a. 2, in c.

[18] Ibíd., III, q. 32, a. 2, ad 1.

[19] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 47. La paternidad de Cristo, aunque legal,  la asumió San José. Como ha notado el papa Francisco: «Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente». Añade que: «quizás por esta razón la tradición también le ha puesto a José, junto al apelativo de padre, el de “castísimo”». Advierte que: «no es una indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer. La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor» (Carta apostólica Patris corde, (8-XII.2020), 7.

[20] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 32, a. 3, in c.

[21] San Agustín, Manual de fe, esperanza y caridad, XII, 39.

[22] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 32, a. 3, in c.

[23] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 47.

[24] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 32, a. 3, ad 1.

[25] Ibíd., III, q. 32, a. 3, ad 2.

[26] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 48.

[27] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 31, a. 1, in c.

[28] Ibíd., III, q. 31, a. 1, ad 1.

[29] Ibíd., III, q. 31, a. 1, ad 3.

[30] Ibíd., III, q. 15, a. 1, ad 2.

[31] Ibíd,, III, q. 31, a. 2, in c.

[32] Ibíd., III, q. 31, a. 2, ob. 1.

[33] Ibíd., III, q. 31, a. 2, ad 1.

[34] San Agustín, Réplica a  Fausto el maniqueo, XXIIII, c. 8.

[35] Ibíd., XXIII, c. 9.

[36] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 31, a. 2, ad 1.

[37] Ibíd., III, q. 31, a. 3, ob. 2.

[38] Ibíd., III, q. 31, a. 3, ad 2.

[39] San Agustín, Cuestiones sobre los Evangelios, II, 5 (Sobre Lc 3, 23)

[40] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 31, a. 3, ad 2.

[41] San Agustín, Retractaciones, II, 7, 2.

[42] Santo Tomás de Aquino. Suma teológica, III, q. 31, a. 3, ad 2.

[43] San Agustín, Concordancia de los Evangelios, II, 4. 

[44] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 31, a. 2, ad 2.

3 comentarios

  
Vicente
Jesucristo, Dios verdadero y hombre verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por y para quien todo fue hecho.
15/12/20 9:58 PM
  
hornero (Argentina)
La exhaustiva exposición que nos ofrece Eudaldo Forment sobre "El origen de Cristo", me lleva a meditar sobre su inicio a partir del Anuncio del ángel. Habría DOS MOMENTOS que signan la llegada del Verbo a María: su ingreso al Corazón Inmaculado de María y su alojamiento en su seno virginal. En efecto, es de considerar que el SÍ de María no se limita al acto de consentimiento, sino que comporta también un acto de AMOR por el cual no sólo acepta sino que clama por la Venida del Verbo a Ella. Podemos auscultar los gozosos y anhelantes llamados de María implícitos en su RESPUESTA: “Ven, Señor, conforme a tu Anuncio; ven a MI CORAZÓN INMACULADO, pórtico colmado por el Espíritu Santo, en el que has de recibir de mi parte el honor, el amor y la adoración que te son debidos. Ven, Señor, permíteme llamarte ¡HIJO MÍO! concebido en Mi Corazón Inmaculado antes que por mis entrañas purísimas”. Así, el Verbo entra a María y toma posesión de Ella, en primer lugar de su Corazón Inmaculado, que es el TRONO desde el que gobierna a toda su persona, esto es, SU SENO VIRGINAL, al que su Madre Lo conduce y aloja. El ingreso del Verbo a través del CORAZÓN INMACULADO, es el ACTO QUE PRESIDE la ENCARNACIÓN, y lo constituye PÓRTICO CELESTIAL, que ha de hacer de María: MEDIANERA, CORREDENTORA Y COCREADORA, en cuanto, por DESIGNIO DIVINO, es PARTÍCIPE NECESARIA de la Redención y de la nueva creación, al asumir Cristo sobre Sí todo lo creado (Col 1, 17), “He aquí que hago todo nuevo” (Apoc. 21, 5). Tal la MAJESTAD Y EMINENCIA del CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA, a quien SU HIJO ha confiado pisar la cabeza del anticristo y abrir los caminos a una nueva edad del Reino.
16/12/20 3:12 PM
  
hornero (Argentina)
Meditando y reflexionando sobre "El origen de Cristo", meticulosamente expuesto por el autor de este excelente artículo, creo puede convenir con la cuestión, el obrar de Cristo desde el seno materno de María. Hay un acto de eminente grandeza por el que Cristo SANTIFICA y CONFIERE su misión, al PRECURSOR, aún en el seno de su madre Isabel. Cuando María saluda a su prima, ésta le dice que el niño se agitó en su seno (Luc 1, 44). Sería, EL PRIMER MILAGRO DE JESÚS. Podemos considerar que cuando Juan afirma "Éste fue el PRIMER MILAGRO de Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos" (Jn 2, 11), obrado por MEDIACIÓN de Su Madre, en las bodas de Caná de Galilea, al transformar el agua en vino, San Juan parece se limita a afirmar: como "primer milagro" realizado en Caná de Galilea, sin considerar el realizado en ocasión de la Visitación de María a su prima santa Isabel. También es de considerar que en la Visitación, María ejerce su primera MEDIACIÓN, al ser instrumento de Jesús respecto al Precursor. Tal acontecimiento confiere a la Visitación una trascendencia mayor que la del acto de solidaria compañía de María a su prima. La misión del Precursor queda establecida: “No era él la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz, para testificar de ella y que todos creyeran por él” (Jn 1, 8).
30/12/20 7:35 PM

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