El Jesús histórico
En el árbol de las ciencias, cada una tiene su papel. No es lo mismo la historia que la Teología, como no es asimilable, sin más, la ciencia y la filosofía. Lo real es de una amplitud y de una hondura tales que no se deja aprehender completamente por ninguna aproximación disciplinar. A través de los diversos saberes, vamos haciendo calas en lo real, tratando de descrifrar, en lo posible, su enigma y su misterio.
La expresión “Jesús histórico” es ya una expresión técnica. No significa “Jesús real”, pues la realidad es mayor que la “historia”; es decir, que la ciencia que, conforme a su propio método, aspira a acotar una parcela de lo real. No significa tampoco “Cristo”, pues este término alude al Señor, reconocido en la fe como Mesías de Dios y Salvador del mundo. Pero eso no quiere decir que exista un hiato, un salto injustificado, una ruptura, entre el “Jesús histórico” y el “Cristo”. El único Jesús de Nazaret es objeto de la ciencia histórica, porque habitó entre nosotros, haciéndose semejante a los hombres, y de la ciencia de la fe, pues Él es el Cristo, el Revelador y la Revelación de Dios.

Oh María,
Hemos comenzado ya el Año Jubilar dedicado a San Pablo. El objetivo de este Año es, como explicaba Benedicto XVI, “aprender de san Pablo; aprender la fe; aprender a Cristo; aprender, por último, el camino de una vida recta” (“Audiencia”, 2 de julio de 2008).
El Papa ha comenzado, el pasado miércoles, en
Fátima, se ha escrito, es “sin duda la más profética de las apariciones modernas”. En 1917, tres pastorcitos de Aljustrel, no podrían inventar, sin intervención sobrenatural, un mensaje que, sólo a raíz de acontecimientos posteriores – la segunda Guerra Mundial, los daños causados por el comunismo a la fe cristiana - , ha desvelado su pleno sentido.












