9.12.08

El "hip hop"

Se puede leer en una página del Ministerio de Sanidad del Gobierno de España:

“Según el Registro de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), la tasa de interrupción voluntaria del embarazo (número de interrupciones voluntarias del embarazo registrados por cada 1.000) en mujeres de entre 15 y 44 años en 2007 fue de 11,49%, lo que supone un incremento del 91,5% en sólo 10 años, si la comparamos con la habida en 1998. Este incremento, que se inicia ininterrumpidamente a partir de este año ha sido a expensas fundamentalmente de mujeres menores de 25 años, aunque, en estos años, las tasas de IVE se han incrementado en todos los grupos de edad, más del doble en la mayoría de los casos. Podemos concluir, por tanto, que en la última década, las tasas de IVE se han elevado en todos los grupos de edad. En concreto, en 2007, el 38,8% de las mujeres que tuvieron una IVE tenía menos de 24 años y, además, en dicho año, el 32,4% de las mujeres que interrumpieron voluntariamente su embarazo lo habían hecho ya anteriormente una o más veces".

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7.12.08

La homosexualidad, ¿un delito?

La Iglesia Católica enseña, oficialmente, que los homosexuales “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta” (Catecismo 2385).

Por ello suena escandalosamente que, como dicen algunos titulares de prensa, el Vaticano se oponga a la despenalización mundial de la homosexualidad. Parecería que, con esa actitud, el Estado de la Santa Sede se mostraría partidario de discriminar, o lo que es aun peor, de criminalizar a las personas con orientación homosexual.

Si uno se para a pensar mínimamente deduce que no puede ser así. Ningún cristiano puede aplaudir que los comportamientos homosexuales – y mucho menos la tendencia homosexual – sea castigada, por ejemplo, con la pena de muerte. Sería algo, no sólo contrario a la razón, sino también contrario al Evangelio.

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Creo que la mayoría no nos odia, de momento

Leyendo algún tipo de prensa, o escuchando algunos medios – que incitan descarada y, peligrosamente, al odio - , podríamos pensar que la ciudadanía española está a punto de empezar a quemar iglesias, matar a los sacerdotes y renegar de todo lo que, aunque sea de lejos, suene a cristiano.

La vida diaria nos dice, pienso, que no es así. Yo suelo vestir como sacerdote y, en los últimos meses, únicamente una vez he sido “increpado” en la vía pública. Un pobre hombre se dirigió a mí para decirme: “Pastor, lo de ustedes se ha acabado”. A punto estuve, por el brillo de su mirada, de trazar sobre él la señal de la cruz.

Pero eso no es lo ordinario. La gente se suele mostrar conmigo o indiferente o, muchas otras veces, deferente. En pocas ocasiones, agresiva. Creo que la gente sabe que la Iglesia no es hoy un “poder”. Que, por el contrario, está al servicio de los más débiles y necesitados.

Recuerdo, con ocasión de la última campaña de la Renta, haber hablado con alguien muy cercano a mí, no creyente. Le dije: “Mira, si no va en contra de tu conciencia, pon la X en la declaración a favor de la Iglesia”. Me contestó con completa mansedumbre: “Vale, no te preocupes. Lo pensaré”.

En otra circunstancia fui a recoger a un sacerdote al aeropuerto. Venía en un vuelo regular. Parece que, al poco de despegar el avión, se habían detectado ciertas turbulencias. El sacerdote escuchó decir a la tripulación: “No pasará nada, viene un cura con nosotros”.

Yo no digo que no haya problemas. Es evidente que los hay. Es muy triste, por ejemplo, que una persona afronte todo un proceso judicial para que descuelguen un Crucifijo de los muros de una escuela. La imagen de Cristo no puede ofender; y, si ofende, ofende sólo al Demonio. Pero, los prejuicios pueden causar esas reticencias tan incomprensibles.

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II Domingo de Adviento (B): ¿Cómo preparar la venida del Señor?

Avanzamos por el camino del Adviento, adentrándonos en la vivencia de este tiempo litúrgico de espera ferviente. Esperamos la venida de Jesús en la fiesta de la Navidad, pero también su venida a nuestra vida cotidiana. Dios viene a nosotros, cada día, si abrimos las puertas de nuestro corazón a su llegada, si le hacemos sitio, si le dejamos a Él plantar su tienda en nuestra alma. Aguardamos, igualmente, la venida gloriosa del Señor al fin de los tiempos.

La venida de Cristo, la proximidad de nuestro Dios, es un motivo de alegría y de consuelo. No de una alegría transitoria, meramente externa, superficial, sino de una alegría íntima y profunda.

¿Cómo debemos preparar la venida del Señor? Con una vida buena y santa. Como dice San Pedro: “mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables”.

¡Qué Dios nos encuentre en paz con Él! La mejor manera de prepararnos para su venida es acercándonos al sacramento de la Penitencia, para que el Señor perdone nuestros pecados y nos conceda su paz. Con frecuencia, con excesiva frecuencia, se oye decir que el sacramento de la Penitencia es un sacramento muerto, caducado, superado en la vida actual de la Iglesia. Esta opinión no responde a la voluntad de Cristo ni tampoco a los anhelos más profundos de nuestro corazón. El Señor Resucitado dice a sus apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos” (Jn 20,22-23).

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La belleza de María

Dios es la Verdad y la Bondad y la Belleza. La belleza de Dios, su Gloria, resplandece en la figura de Jesús de Nazaret, el Verbo encarnado. Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la epifanía perfecta de la belleza de Dios. Él es “el más bello de los hombres”, en cuyos labios se derrama la gracia (cf Salmo 44). Pero la gloria de Dios se refleja también, aunque de un modo necesariamente limitado, en todas sus creaturas. Admirando su grandeza y hermosura “se llega, por analogía a contemplar a su Autor” (Sabiduría 13,15).

De entre todas las creaturas sobresale María, la obra maestra de la creación y de la obra redentora y santificadora de las misiones del Hijo y del Espíritu Santo (cf Catecismo 721). María es la creatura humana que presenta en todo su esplendor el concepto divino del ser humano perfecto. Nada en ella se opone a lo que viene de Dios; nada obstaculiza el proyecto divino: “No hay en Ella ni la menor sombra de doblez” (S. Josemaría, Surco 339). Ella es, desde su concepción, exactamente lo que Dios quiere. A la Virgen Santísima – la Mujer “vestida de sol”, con la luna a sus pies y coronada de doce estrellas (cf Apocalipsis 12,1) - se le pueden aplicar las palabras del Cantar de los Cantares: “Toda hermosa eres, amada mía, no hay tacha en ti” (4,7).

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