25.11.08

Santa Catalina de Alejandría, fe y Filosofía

1. Al venerar hoy a Santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir, apenas podemos hacernos una idea de la devoción que, en épocas pasadas, se tributó a esta santa. En el “Calendario Litúrgico-Pastoral” se lee: “Se dice que fue una virgen alejandrina, llena de agudeza de ingenio y de sabiduría, no menos que de fortaleza de ánimo. Su cuerpo se honra con piadosa veneración en el célebre cenobio del Monte Sinaí”. Como segunda lectura, para el Oficio de Lectura de su memoria, la Liturgia ofrece un fragmento de uno de los sermones de San Cesáreo de Arlés, Obispo, en el que se exhorta a seguir a Cristo, conscientes de que este seguimiento comporta la vivencia de la humildad y de la caridad. Y este itinerario supone afrontar la oposición, la burla y la persecución; no sólo por parte de los paganos, que están fuera de la Iglesia, sino incluso por parte de aquellos que parecen estar dentro, aunque estén fuera por sus perversas acciones.

El recuerdo de Santa Catalina está, pues, unido al recuerdo del martirio, a la evocación de la dificultad de ser cristiano. En otras etapas de la historia, Santa Catalina ha sido objeto, como he apuntado, de una gran veneración popular. Bossuet, uno de los más famosos predicadores del siglo XVII, le dedicó un encendido panegírico y, en toda Francia, era habitual encontrar su imagen en numerosas capillas e iglesias. También la catedral de Tui tiene una capilla dedicada a la Santa, donde hoy se encuentra el museo catedralicio.

En el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid se conserva el óleo sobre lienzo de Caravaggio que representa a la Santa como una princesa, ricamente vestida, arrodillada sobre un cojín de damasco. Santa Catalina posa con los atributos tradicionales: la rueda dentada y quebrada, la espada con la que fue decapitada y la palma que alude a su martirio.

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22.11.08

¿Absolución general?

Me han preguntado sobre el tema de las absoluciones generales. En lugar de escribir un post sobre el asunto - tarea que de la que no descarto ocuparme - prefiero, en este momento, copiar lo que dice una página seria que se puede consultar en Internet: Me refiero a “Ius Canonicum". Reproduzo, pues, el siguiente artículo:

Requisitos para impartir la absolución general

De acuerdo con el canon 961 del Código de Derecho Canónico, el modo ordinario de administrar el sacramento de la Penitencia es mediante la confesión y absolución individual. Esta doctrina, además, ha quedado reafirmada en el Motu proprio promulgado por Juan Pablo II Misericordia Dei (n. 1)., y en la Nota Explicativa del Pontificio Consejo para la Interpretación de los Texos legislativos de 8 de noviembre de 1996, sobre la absolución general sin previa confesión individual. De acuerdo con estos textos legales, para poder impartir una absolución a varios penitentes a la vez, es necesario que se reúnan los siguientes requisitos:

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20.11.08

Santa Maravillas de Jesús

He seguido, sin mucho interés, el esperpéntico asunto de la placa que pensaban dedicar a Santa Maravillas de Jesús -¡qué manía la de llamarle “sor” o “madre”- , por haber nacido esta santa en el lugar que hoy ocupa el Congreso de los Diputados.

Santa Maravillas ha obtenido ya el mayor reconocimiento: la canonización. Es verdad que, para ella, como para todos los que han llegado definitivamente a Dios, todo “reconocimiento” sobra. Pero, para nosotros, que aún estamos en camino, supone un motivo de aliento el ver que hermanos y hermanas nuestras han podido, siendo dóciles a la gracia, hacer concreto el Evangelio. En la vida de los santos, la enseñanza de Jesucristo no es una “teoría”; es una realidad palpable.

Yo estaba en Madrid, en la Plaza de Colón, cuando el recordado Papa Juan Pablo II canonizó, en la mañana del 4 de mayo de 2003, a cinco españoles – sí, españoles - : San Pedro Poveda, martirizado a los sesenta y un años de edad en 1936, por el grave delito de ser sacerdote; San José María Rubio, sacerdote jesuita; Santa Genoveva Torres; Santa Ángela de la Cruz y Santa Maravillas de Jesús.

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Ultracatólicos

Como en la viña del Señor hay de todo y sólo a Él le corresponderá, en el último Juicio, separar a las ovejas de las cabras me voy a ahorrar todo tipo de condenas, ya que, entre otras razones, no tengo autoridad para emitir ninguna. Me contentaré con una somera descripción de un fenómeno, ruidoso aunque poco importante, que podríamos nombrar con el término “ultracatólicos”.

El “ultra” es el que extrema y radicaliza su ideología. El “ultracatólico” extrema y radicaliza, exagera hasta la intransigencia, lo que él entiende que es el catolicismo. Un catolicismo que, en la mente y en las palabras del “ultracatólico”, deja de ser lo que es, una religión, para convertirse en mera ideología o, mejor aún, en un arma arrojadiza.

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La soberanía de Cristo

San Pablo, en la primera Carta a los Corintios (15, 24-28), expone que, según el designio divino, Cristo ha sido constituido soberano del universo. Esta soberanía sobre la creación se cumple ya en el tiempo y alcanzará su plenitud definitiva tras el Juicio Final. La autoridad suprema sobre todas las cosas le corresponde a Cristo, porque Cristo es Dios, sin dejar de ser verdadero hombre. Coronar el año litúrgico con la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo significa, pues, dirigir nuestra mirada a la meta última de toda la peregrinación de la historia humana: la restauración en Cristo de todas las cosas, las del cielo y las de la tierra (cf Ef 1,10).

Si Cristo es el Rey, el Señor, todos nosotros, los cristianos, estamos al servicio de su señorío; de un Reino eterno y universal cuyas notas distintivas son la verdad y la vida, la santidad y la gracia, la justicia, el amor y la paz. Servir al Reino de Cristo exige coordinar todas nuestras acciones para que estén dirigidas a un único fin común: la gloria de Dios; el reconocimiento de Dios como Dios. Nuestras obligaciones religiosas y nuestros deberes terrestres no pueden discurrir por vías paralelas, sino que han de estar unificados. El culto y la vida moral, las actividades profesionales y sociales, el trabajo y la vida familiar, la responsabilidad en la vida política y económica; todo lo que conforma nuestra existencia ha de orientarse al bien del prójimo y a la confesión de la majestad de Cristo.

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