20.01.09

San Pablo: La vivencia del misterio de Cristo

Si quisiéramos acercarnos a las cartas de San Pablo, a su corpus doctrinal, no encontraríamos una “teología sistemática” al uso; es decir, un desarrollo articulado, completo, sobre Dios, sus atributos y perfecciones a la luz de los principios revelados. Las cartas de San Pablo no son, por ejemplo, la “Suma de Teología” de Santo Tomás de Aquino. Santo Tomás escribe para el aula universitaria; San Pablo difunde y expone, a las comunidades y a las personas a las que se dirige, la vivencia del misterio de Cristo.

Atendiendo a la situación y mentalidad de los destinatarios, esta “vivencia”, esta experiencia, se va concretando y explicitando. Su núcleo es siempre el mismo: Jesucristo como Salvador y como salvación de cada hombre, de todo hombre, y del mundo en su conjunto.

El legado doctrinal de San Pablo, que ha sido incluido en el canon del Nuevo Testamento como textos divinamente inspirados, es de una riqueza y de un valor permanentes. El Año Jubilar que conmemora el bimilenario de su nacimiento nos está proporcionando un regalo de singular relieve: las catequesis, que en las audiencias de los miércoles, Benedicto XVI está dedicando a la figura y a la doctrina de San Pablo.

Leer más... »

18.01.09

No tomarás el nombre de Dios en vano

Con su saber teológico y con su saber decir Olegario González de Cardedal ha escrito un bello artículo sobre “Dios a la vista” (La Tercera de ABC, domingo 18 de enero de 2009). “De Dios sólo se puede hablar con amor y temblor desde dentro de la verdad de la existencia, desde el estremecimiento de quien se sabe lejos de la propia dignidad humana y más lejos todavía lejos de la santidad divina. Sólo se puede hablar de Él con una razón que nace de la vida y del servicio incondicional al prójimo”, dice el catedrático salmantino.

Tiene razón. Tendemos a olvidarnos, quizá también los creyentes, del segundo mandamiento de la ley de Dios: “No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios” (Ex 20,7). Debemos respetar el nombre de Dios. Como enseña el “Catecismo de la Iglesia Católica”, “Dios confía su Nombre a los que creen en Él; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad” (2143).

La justicia pide correspondencia. Y la confianza, confianza. Ante un Dios que nos dice su Nombre, nuestra respuesta ha de estar formada de silencio adorante, de amor que bendice, de humilde glorificación. Dios es el Santo. Banalizar su Nombre equivale a banalizar, a hacer insustancial, nuestra más profunda identidad y nuestro más alto destino: ser interlocutores de Dios, capaz de dirigirnos a Él, porque Él así nos lo concede, en la audaz osadía de la oración: “Padre nuestro”.

Tomar el Nombre de Dios en vano es un abuso de confianza, una infidelidad, una insolencia. Hasta si uno es ateo, ha de respetar el Nombre de Dios, al menos por un mínimo de consideración hacia quienes saben que en este sagrado nombre vivimos, nos movemos y existimos.

Leer más... »

16.01.09

San Pablo: Conversión y apostolado

Homilía para el sábado, 17 de enero de 2008, en la parroquia de San Pablo, de Vigo.

La figura y el ejemplo de San Pablo nos convocan esta mañana para celebrar, en el Año Jubilar Paulino, esta peregrinación. Las parroquias del Arciprestazgo de Vigo-Casablanca: Corazón Inmaculado de María, Inmaculada Concepción, María Madre del Buen Pastor, Nuestra Señora de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, Nuestra Señora de la Soledad, San José Obrero y Santa Rita, y esta parroquia de San Pablo que hoy ejerce, a la vez, como anfitriona y como peregrina, nos reunimos en torno al altar para confesar a Cristo Resucitado y actualizar sacramentalmente el misterio de su Pascua.

Enumerar los nombres de estas parroquias equivale casi a recitar una letanía mariana. La Virgen está muy presente, desde el principio, en la vida de la Iglesia y la existencia de tantos templos dedicados a Ella nos recuerda su materna solicitud y su viva intercesión desde el cielo en favor de todos nosotros. Y con María, su esposo San José, y San Pablo, el Apóstol de las gentes. Mis primeras palabras han de ser de saludo a todos ustedes, aquí congregados, al Sr. Arcipreste y a los párrocos.

La Liturgia de hoy nos invita a la conversión y al apostolado. Convertirse significa encontrarse con Cristo en el camino de la propia vida, dejarse envolver por su resplandor, escuchar su palabra, conocer su voluntad. La consecuencia de este encuentro, para cada uno de nosotros como para San Pablo, es el testimonio, dejándonos transformar por la gracia para cumplir el mandato misionero de Cristo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.

Leer más... »

10.01.09

Un pin que se llama 'Pies Preciosos'

Hoy me han regalado un pin. Se llama “Pies Preciosos” y reproduce en metal, con el tamaño real, los pies de un niño no nacido de diez semanas de gestación. En esos pequeños pies están perfectamente formados hasta los dedos.

El pin es símbolo de “Pro-Vida”. Es un modo sencillo, amable y creativo de decir a todos que un niño no nacido es un niño, un individuo de la especie humana y no un mero amasijo de células o un ente extraño que no se sabe ni lo que es ni lo que llegará a ser.

Bueno, lo que llegará a ser, si le dejan, sí se sabe. Un feto humano con el tiempo llega a ser un niño recién nacido, o un adolescente o un hombre o una mujer que, olvidando su propia historia, hasta puede incurrir en la incoherencia de defender el aborto.

Leer más... »

¿Por qué se hizo bautizar Jesús?

Jesús no tenía necesidad de ser bautizado. Juan Bautista acertaba plenamente al decir: “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias” (cf Mc 1,7-11). El bautismo de Juan, que no es todavía el sacramento cristiano del bautismo, era un bautismo de penitencia, que expresaba el deseo de ser purificado de los pecados. Ningún pecado había en Jesús. Él es el Santo, el Inocente, el Hijo de Dios.

¿Por qué, entonces, quiso Jesús ser contado entre los pecadores y, como algunos de ellos, dejarse bautizar por Juan? En el gesto de Jesús descubrimos su solidaridad redentora. Se hace uno de los nuestros, para compartir hasta el fondo nuestra suerte y así poder transformarla. En realidad, no es el agua del Jordán la que purifica a Jesús, sino que es Él, dejándose sumergir en el agua, quien confiere al agua el poder de santificar.

La inmersión de Jesús en el Jordán prefigura su inmersión en la muerte. El Señor no sólo se dejó contar entre los pecadores, sino se apropió de todo el pecado de los hombres y asumió la consecuencia de ese pecado, la muerte. Haciendo suya la muerte la destruyó desde dentro, trasformándola en vida, al igual que convirtió el agua del Jordán en agua de vida.

El Señor, que posee el Espíritu en plenitud, puede comunicarlo a los suyos por medio de un Bautismo que ya no es, como el de Juan, un mero signo de penitencia, sino una participación sacramental en su Pascua. Al recibir el sacramento del Bautismo por el agua y el Espíritu Santo somos verdaderamente regenerados; morimos al hombre viejo, al pecado, y renacemos como hombres nuevos, como hijos adoptivos de Dios por la gracia, como miembros de la Iglesia.

Leer más... »