7.03.09

Conocer a Cristo

Al comienzo de la Cuaresma pedimos a Dios “avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo” para vivirlo en plenitud. La vida cristiana consiste en este conocimiento vital del Señor, participando en su misterio; en su pasión y en su gloria. En la Carta a los Filipenses, San Pablo lo expresa con absoluta claridad: “lograr conocerle a él [a Cristo] y la fuerza de su resurrección, y participar así de sus padecimientos, asemejándome a él en su muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de entre los muertos” (3,10-11).

El acontecimiento de la Transfiguración del Señor supuso para Pedro, Santiago y Juan un paso importante en su proceso de conocimiento de Cristo. El Señor muestra, antes de su pasión, la gloria de su divinidad. Él es el Hijo amado del Padre que, a través de la muerte de Cruz, se encamina a la resurrección. Moisés y Elías, la Ley y los profetas, habían anunciado ya los sufrimientos del Mesías; unos padecimientos que tendrán lugar en Jerusalén, en el monte Calvario.

El Hijo amado del Padre es el Hijo entregado a la muerte por nosotros (cf Romanos 8,31-34). La generosidad de Dios, que no ahorra a su propio Hijo, aparece prefigurada en la generosidad de Abrahán, dispuesto a inmolar en sacrificio a Isaac, su hijo predilecto. Dios detiene la mano de Abrahán, pero acepta, por amor a nosotros, la muerte de Jesús, porque esa muerte es el precio de nuestra vida. Esta generosidad divina nos llena de admiración y de confianza: Dios, dándonos a Cristo, nos lo ha dado todo.

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5.03.09

Monte de Salvación

El monte, la montaña, es el punto en el que se tocan el cielo y la tierra. Yahveh es el “Dios de las montañas” y el Dios de los valles. Frente a la inestabilidad de los hombres, se alza la permanencia de las montañas. No obstante, Dios es mayor que los montes: “Antes de que nacieran las montañas tú eres Dios eternamente”, dice el Salmo 90. Los montes, como todo lo creado, han de bendecir al Señor (cf Salmo 148,9).

Toda altura de este mundo ha de ser humillada; sólo Dios será exaltado (cf Isaías 2,12-15). Sin embargo, hay montes privilegiados. El Horeb, en el Sinaí, es la “montaña de Dios”; la montaña donde Moisés fue llamado, donde Dios hizo el don de su Ley, donde Elías sube para oír a Dios.

Sión se perfila, en la geografía de la salvación, como la colina que Dios ha escogido como refugio seguro e inquebrantable. A esta montaña ha de subir el fiel con la esperanza de morar allí para siempre con el Señor.

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3.03.09

Flor del Carmelo

El poeta español Pedro Calderón de la Barca saluda a la Virgen Santísima como a la Mujer vestida de sol, de estrellas coronada, de rayos guarnecida, en torno a la cual compiten la tierra y el cielo para tener en Ella “la flor del Sol plantada en el Carmelo”.

María es la “Flor del Carmelo”. Así le llama también el Papa Juan Pablo II en un “Mensaje a la Orden del Carmen” con motivo de la dedicación del año 2001 a María. El monte Carmelo es una montaña de Palestina, al Norte de Israel, próxima al mar Mediterráneo. “Carmelo” significa “jardín”, “vergel de Dios”. En el siglo VIII a.C. el profeta Elías desafió desde allí a los sacerdotes paganos de Baal para reconducir a Israel al culto del único Dios. Según la tradición, Elías y Eliseo establecieron con sus discípulos en el monte Carmelo una tradición contemplativa, viviendo como eremitas. Desde muy antiguo los cristianos se establecieron también allí, imitando el estilo de vida de Elías y de la Virgen Santísima. Una vida de trabajo, de escucha y meditación de la Palabra de Dios.

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1.03.09

Política

El Catecismo nos dice muchas cosas. El Catolicismo tiene vocación de universalidad, de unidad, de coherencia. No se les puede pedir a las personas lo que no sea bueno también para las sociedades y para los Estados.

En el campo político la responsabilidad corresponde, sobre todo, a los cristianos laicos. A ellos atañe el esfuerzo por “descubrir e idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades sociales, políticas y económicas” (n. 899).

La doctrina católica anima a la participación de las personas en la vida social, impulsando y alentando la creación de sociedades e instituciones de libre iniciativa con el fin de alcanzar objetivos que exceden las capacidades individuales.

La autoridad política ha de estar al servicio de bien común; siempre empleando medios lícitos para lograr ese fin. No todo lo que dictamina la autoridad política es, sin más, admisible: “Si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia” (Catecismo 1903).

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28.02.09

Las tentaciones

El primer domingo de Cuaresma nos presenta el misterioso acontecimiento de las tentaciones de Jesús: “Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás”, anota san Marcos (cf 1,12-15). Jesús, el nuevo Adán, permanece fiel a pesar de la tentación y, con su obediencia al Padre, vence al diablo. En esta escena se manifiesta en toda su radicalidad, en todo su dramatismo, la lucha que caracteriza a la vida humana; el combate entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas (cf Gaudium et spes, 13). Jesús, que asume todas las dimensiones de lo humano, no rehúye librar en primera persona esta lucha. Él es, como dice la Carta a los Hebreos, un sumo sacerdote que puede compadecerse de nuestras debilidades porque “de manera semejante a nosotros, ha sido probado en todo, excepto en el pecado” (Hb 4,15).

Como Adán - como Jesús - , también nosotros experimentamos la tentación. Podemos sentirnos empujados a elegir el camino que conduce al pecado y, en última instancia, a la muerte. La tentación se presenta revestida de belleza, adornada con el atractivo de la seducción, provista con las artes de la astucia y de la suave persuasión. En el fondo, la tentación es siempre la misma: no seguir a Dios, optando exclusivamente por nosotros mismos, dejándonos encadenar sutilmente por las redes del desprecio de Dios.

El hecho de que Jesús se dejase tentar por el Maligno encierra para nosotros una enseñanza. Podemos aprender de la experiencia de la tentación. San Agustín, comentando el Salmo 60, escribe: “nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones”.

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