8.10.09

Contra el aborto, evangelización

No tengo que hacer esfuerzos para estar a favor de la vida y, en consecuencia, en contra del aborto. En mí esa actitud, esa predisposición, surge de manera espontánea. No puedo entender que se justifique el matar a un ser humano en gestación con el pretexto de que su nacimiento acarreará incomodidades o conflictos. Lo propio de un ser racional es resolver de forma razonable las dificultades. Y no es razonable eliminar un problema dando muerte al “implicado” más inocente.

Algunas personas me dicen: “Nadie aborta por gusto”. Como si ese desagrado, que en sí mismo es ya un signo elocuente, nos obligase a contemplar esa acción, la de abortar, con total indulgencia. No soy seguidor de Stalin ni partidario de su opinión según la cual “la muerte resuelve todos los problemas”. Salvo a un psicópata, a nadie le gusta matar. Y no porque exista un motivo – una razón que mueve a hacer algo – se disculpa a un homicida. A esa razón se le suele llamar “móvil del crimen”.

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5.10.09

3.10.09

Un amor definitivo

Domingo XXVII To (B)

Cuando los novios acuden a la parroquia para iniciar el expediente matrimonial, se le formula a cada uno de ellos, entre otras, la siguiente pregunta: “¿Tiene intención de contraer matrimonio como es presentado por la ley y doctrina de la Iglesia: uno e indisoluble, ordenado al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos?”. Si el contrayente careciese de esa intención, el matrimonio no se podría celebrar y, de hacerlo, sería en sí mismo nulo; una pura apariencia de matrimonio, sin realidad.

La Iglesia no ha “inventado” el matrimonio, ni ha dispuesto, por su propio capricho, que éste sea “uno e indisoluble”. La Iglesia ha recibido esta doctrina de Jesús: “Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Marcos 10, 6-9).

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2.10.09

Cristianismo y religiones: Dominus Iesus (y II)

5.4.2 Plenitud y definitividad de la revelación de Jesucristo

Desde la perspectiva cristológica, la Declaración reafirma “el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo” (n. 5): debe ser “firmemente creída la afirmación de que en el misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado […] se da la revelación de la plenitud de la verdad divina” (n. 5).

La razón de que la revelación de Jesucristo sea plena y definitiva radica en la Encarnación: la Persona divina del Verbo encarnado es la fuente de la plenitud y de la universalidad de la revelación cristiana (cf n. 6).

De esta afirmación fundamental se derivan dos aclaraciones:

1) No se puede equiparar “fe teologal” y “creencia". La fe es respuesta a Dios que se revela y asentimiento a lo revelado por Él. La mera “creencia” se refiere a la búsqueda humana de la verdad absoluta, carente del asentimiento a Dios que se revela. Por ello, “debe ser […] firmemente retenida la distinción entre la fe teologal y la creencia en las otras religiones” (n. 7).

2) No se pueden equiparar los textos inspirados - es decir, la Biblia - con los textos sagrados de las otras religiones. La tradición de la Iglesia “reserva la calificación de textos inspirados a los libros canónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento, en cuanto inspirados por el Espíritu Santo” (n. 8). Eso no significa que en los libros sagrados de las otras religiones no estén presentes “elementos de bondad y de gracia"; elementos recibidos del misterio de Cristo.

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Cristianismo y religiones: Dominus Iesus

5. La Declaración “Dominus Iesus”

5.1 Contexto

En el contexto de este vivo debate sobre la relación entre el cristianismo y las demás religiones hemos de situar la “Dominus Iesus".

Previamente, en 1996, la Comisión Teológica Internacional reflejó su posicionamiento sobre este tema en un documento titulado “El cristianismo y las religiones” (5). A propósito de la cuestión de la revelación afirma:

“El concepto teológico de la revelación no puede confundirse con el de la fenomenología religiosa (religiones de revelación, aquellas que se consideran fundadas en una revelación divina). Solamente en Cristo y en su Espíritu, Dios se ha dado completamente a los hombres; por consiguiente, sólo cuando se da a conocer esta autocomunicación, se da la revelación de Dios en sentido pleno. La donación que Dios hace de sí mismo y su revelación son dos aspectos inseparables del acontecimiento de Jesús” (6).

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