Contra el aborto, evangelización
No tengo que hacer esfuerzos para estar a favor de la vida y, en consecuencia, en contra del aborto. En mí esa actitud, esa predisposición, surge de manera espontánea. No puedo entender que se justifique el matar a un ser humano en gestación con el pretexto de que su nacimiento acarreará incomodidades o conflictos. Lo propio de un ser racional es resolver de forma razonable las dificultades. Y no es razonable eliminar un problema dando muerte al “implicado” más inocente.
Algunas personas me dicen: “Nadie aborta por gusto”. Como si ese desagrado, que en sí mismo es ya un signo elocuente, nos obligase a contemplar esa acción, la de abortar, con total indulgencia. No soy seguidor de Stalin ni partidario de su opinión según la cual “la muerte resuelve todos los problemas”. Salvo a un psicópata, a nadie le gusta matar. Y no porque exista un motivo – una razón que mueve a hacer algo – se disculpa a un homicida. A esa razón se le suele llamar “móvil del crimen”.