15.02.21

La firma de Cristóbal Colón

Luis Pose Regueiro, historiador y sacerdote de la diócesis de Tui-Vigo, ha publicado hace poco un interesante libro titulado “Cristóbal Colón: primer evangelizador de América (Estudio histórico)”. Se trata de un texto que corresponde sustancialmente al elaborado para su tesis de licenciatura defendida en la Facultad de Historia de la Iglesia de la prestigiosa Universidad Gregoriana de Roma. Un buen trabajo.

Un libro novedoso y actual. Actual, porque siempre se habla de Colón – últimamente, al menos en EEUU, para mal, sin real base histórica – y novedoso, porque apenas se había profundizado, hasta ahora, sobre su responsabilidad como evangelizador. Para Pose, “Cristóbal Colón era un hombre profundamente cristiano” cuya fe “fue central en la planificación y ejecución de su expedición”.

Las raíces tudenses de los sacerdotes de esta diócesis son profundas. Inolvidable es el arzobispo Manuel Lago González. Si uno sube hasta la catedral de Tui se encuentra, en la calle Ordóñez, la serena escultura del arzobispo Lago. Sedente, a la sombra de un cruceiro, vestido de obispo y portando un libro en sus manos.

Manuel Lago González (Tui, 1865- Santiago de Compostela, 1925) fue un erudito, un galleguista y un poeta. Periodista y cultivador de la Historia, organizó en Tui los primeros Juegos Florales íntegramente en gallego. Fue canónigo de la catedral de Lugo y uno de los primeros numerarios de la Real Academia Gallega. Obispo de Osma, obispo de Tui y, finalmente, arzobispo de Santiago de Compostela.

Curiosamente, como miembro de la Real Academia de la Historia, Lago González, siendo obispo de Tui, escribió en 1923 una contribución titulada “La firma de Cristóbal Colón”: “Paréceme haber descubierto la verdadera lectura de las siglas que Colón usaba en su firma, y quiero ofrecer las primicias de mi descubrimiento a la Real Academia de la Historia, que hace ya no pocos años se dignó honrarme con el título de Académico Correspondiente”.

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13.02.21

Naturaleza y cultura: La fuente de Troncoso

Una persona muy cercana a mí me ha enviado dos preciosas fotografías, de su autoría, de la fuente de Troncoso, en Mondariz-Balneario. La fuente de Troncoso, en lo que queda, una marquesina dotada con barandillas modernistas de fundición, preserva su belleza, ahora romántica y decadente. Es casi una ruina, pero una ruina que impone respeto.

El arquitecto Antonio Palacios había logrado, con esa “fuente”, un perfecto equilibrio entre paisaje natural – el río Tea – y construcción, la marquesina. Palacios fue un genio, que dejó obras insignes en Mondariz-Balneario, entonces el Balneario de Mondariz, en muchos otros lugares de Galicia y, sobre todo, en Madrid.

Hay ruinas que sobrecogen. Yo creo que una de las que más me han impactado ha sido lo que queda de “Villa Adriana”, en Tívoli, cerca de Roma. Es imposible no emocionarse si uno la visita.

Dicen que, en el Renacimiento, un cardenal, Hipólito d’Este, trasladó parte de las ruinas de “Villa Adriana” a su residencia, la famosa “Villa d’Este”. Ambas “villas” se pueden visitar actualmente. Ambas son de una enorme belleza.

Las fotos de la fuente de Troncoso, en su magnífica agonía, han hecho brotar una protesta de uno de los receptores de esas imágenes: “Parece que el vientre de la tierra hace digestión de las quimeras forjadas por los hombres”. Es el cuasi eterno debate entre naturaleza y arte, entre naturaleza y cultura.

Es un debate largo en la historia del arte y de la estética. No deseo entrar en ello. No me gusta contraponer naturaleza y cultura. Para mí, como ser humano, la naturaleza nunca, o casi nunca, es “pura naturaleza”. Para mí, como ser humano, la naturaleza, hasta la mía, es naturaleza “humanizada”.

Los seres humanos tenemos que ser muy respetuosos con la naturaleza, en primer lugar con la nuestra, que consiste en que somos “animales racionales”. Pero en la entraña de nuestra naturaleza está la posibilidad de ir, a partir de ella, más allá de ella. Somos lo que somos, pero podemos llegar a ser más, y mejores, de lo que, por nacimiento, digámoslo así, nos viene dado.

Alguien podría argumentar que “la naturaleza” es obra de Dios y “la cultura” es obra del hombre. Y que, en consecuencia, sería casi idolátrico equiparar naturaleza y cultura. Es verdad que hay un pasaje del Evangelio que parece apoyar esta tesis: Cuando Jesús habla de “los pájaros del cielo” y de “los lirios del campo” (Mateo 6, 26-29). Un pasaje que dio pie a Kierkegaard a escribir “Los lirios del campo y las aves del cielo” tratando, decía el filósofo luterano danés, “de introducir el cristianismo en la cristiandad”.

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7.02.21

El coronavirus y la reflexión sobre la fe: Lo humano en cuestión

José Noriega – Carlos Granados (eds.), Covid-19: Lo humano en cuestión, Editorial Didaskalos, Madrid 2020, ISBN 978-84-17185-50-3, 220 páginas, 18 euros.

El libro que reseñamos se fija en la pandemia del “Covid-19” no como la causa, sino como un signo de la crisis en que nos vemos inmersos. El confinamiento nos ha hecho ver de cerca los efectos devastadores de ciertos fantasmas, como la mentalidad tecnocrática, que cree que los procedimientos funcionan de manera automática, y el estatalismo, en el que se transfiere la propia responsabilidad al Estado.

Lo que está en crisis no es cualquier cosa; se trata de la crisis del hombre, del “derrumbe de una utopía”, la de “construir un mundo sin Dios, sin aceptar que hay un Creador y que ha dejado su proyecto grabado en su creación, especialmente en el cuerpo del hombre” (p. 8). Estas pretensiones, esta utopía que se derrumba, es, en buena medida, la casa de la modernidad, edificada sobre las arenas de un individualismo feroz; sobre la reducción de la vida humana al vivir biológico. “Las ilusiones de la modernidad han caído”, “toca reconstruir una idea de lo que es el hombre” (p. 10).

Los editores, José Noriega y Carlos Granados, pertenecen a los Discípulos de los Corazones de Jesús y de María, empeñados en el “Proyecto Borromeo”, un conjunto de acciones dirigidas a sostener la esperanza de los fieles.

El volumen está estructurado en cuatro partes: I. “El hombre en cuestión”, con colaboraciones de Pierpaolo Donati, Ignacio de Ribera-Martín y Luis Granados que versan, respectivamente, sobre las relaciones humanas, sobre la unidad en la sociedad y sobre el progreso.

La segunda parte, “Dios en cuestión”, recoge reflexiones sobre la historia de la salvación (a cargo de Carlos Granados), sobre la consideración del Covid no tanto como castigo sino como llamada a la filiación (Luis Sánchez), sobre la pregunta acerca de Dios (Juan de Dios Larrú) o sobre la relación entre providencia y prudencia (José Noriega).

La tercera parte, “La Iglesia en cuestión”, se ocupa de las epidemias en la historia de la Iglesia (Nicolás Álvarez de las Asturias), la edificación de la Iglesia en tiempos de tempestad (Raúl Orozco) y la relación entre sacramentos y pandemia (José Granados).

La cuarta parte, “El futuro en cuestión”, mira a la medicina (Blanca López Ibor), a la economía (Fernando del Pino), a la política (J. Grygiel) y a la educación (Juan Antonio Granados). En estos campos se trata de recentrar, de reconstruir, de asumir las propias responsabilidades.

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31.01.21

Linfocitos

Los linfocitos son parte del sistema inmunitario y, en esta pandemia, están llamados a hacer “horas extra”. Parece que ese es uno de los posibles efectos de las vacunas anti covid, propiciar que se generen linfocitos que paren la expansión del virus. O eso al menos he creído entender leyendo alguna noticia sobre el particular.

En nuestras parroquias contamos con unos peculiares “linfocitos”, los fieles que de manera generosa y desinteresada ayudan a desinfectar el templo después de cada celebración. Sin esta colaboración imprescindible no podríamos mantener el culto público, sino que habría que volver al estado de “catacumbas” vivido durante un tiempo a partir de mediados de marzo del pasado año.

La relación entre protección de la salud y fe es un aspecto concreto del lazo que vincula a la razón con la fe, a lo humano con lo divino. En términos teológicos esa conexión se ve regulada por lo que enseña el concilio de Calcedonia acerca de la correspondencia que, en la persona de Jesucristo, se da entre la naturaleza divina y su naturaleza humana: “sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación”. Las propiedades de cada una de las naturalezas “de ningún modo queda suprimida por su unión”.

La observancia en los templos de las medidas sanitarias - uso de mascarilla, distancia social, higiene de manos, desinfección… - viene urgida por nuestra condición humana y por la consiguiente aplicación de lo que la razón dicta: hacer caso a los expertos en medicina. En absoluto esa observancia se opone a la fe, sino que se une a ella, ya que Dios cuenta con que nuestra respuesta a él – y eso es creer –  asuma la realidad de lo que somos; por tanto, también nuestra inteligencia.

La posibilidad de celebrar el culto, en especial la Santa Misa, con la asistencia libre de los fieles es decisivo para la vida de la Iglesia. Verse privados de esa posibilidad a largo plazo supondría un grave daño. De ahí la importancia de procurar con esmero que las iglesias sigan siendo, como lo han sido hasta ahora, lugares seguros desde la perspectiva sanitaria.

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16.01.21

Obsesión con el 25

De vez en cuando algunos responsables de la vida pública entran en una dinámica obsesiva, numéricamente obsesiva. El ejemplo más reciente es el del Gobierno de Castilla y León que limita el aforo de los lugares de culto para las celebraciones religiosas a 25 personas. Le da igual que se trate de una catedral o de una ermita (eso sí, si es un espacio muy reducido no podrá superar el tercio de su capacidad). Pero siempre sin exceder el mágico número: 25.

¿Por qué precisamente 25? Es un misterio, un arcano. Más bien parece un capricho. “La ley soy yo”, “el Estado soy yo”, “el límite lo marco yo”. Hay que reconocer que no solo Luis XIV, sino Nerón y Calígula y tantos otros vivirían felices estos infelices años 20 del siglo XXI. “Porque yo lo mando” que es un motivo más arbitrario que el célebre “porque yo lo valgo” que no hace daño a nadie, este último.

Platón, tal vez demasiado socrático en algunas cosas, deseaba que los filósofos mandasen y que los que mandaran fuesen filósofos. Craso error. Un error intelectualista que consiste en pensar en que por el mero hecho de conocer mejor algo ya se obrará ineludiblemente bien. La realidad desmiente en ocasiones esta presuposición. Se puede saber mucho y ser un malvado en la práctica.

Se puede ser experto – en una amplia gana de “expertitudes” – y gobernar fatalmente. Incluso ser filósofo y gobernar también muy mal. Ejemplos hay a miles: desde el Dr. Goebbels, doctor en Filosofía, hasta otros doctores y filósofos más cercanos.

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