El itinerario hacia Cristo

Triduo. Día 2. Parroquia de san Miguel de Bouzas (Vigo)

Contemplamos a Jesús, el Santísimo Cristo de los Afligidos. Queremos caminar hacia él, que es manso y humilde de corazón, para encontrar descanso para nuestras almas. Su yugo es llevadero y su carga, ligera.

El Señor interpreta la ley dada por Dios a la luz de la misericordia. Él es “el señor del sábado”. El día sagrado de los judíos, jornada de celebración y de descanso, recordaba la creación de Dios y remitía al tiempo final y, a la vez, protegía contra la explotación a las personas y a los animales.

No cualquier acción quebranta la obligación de respetar el sábado. Lo que Dios desea es “misericordia y no sacrificio”. La misericordia es el “servicio mayor a Dios”. Las acciones realizadas por misericordia y bondad no contradicen la ley de Dios, sino que nos acercan a él, nos aproximan a Jesús.

Hoy se conmemora a san Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia. Seguidor de san Francisco de Asís, san Buenaventura nos recuerda a todos que el peregrinaje sobre la tierra es para el hombre un viaje de regreso, ya que su destino último es también su primer comienzo: Todos los hombres están llamados a la unión con Cristo, que es la luz del mundo: “De él venimos, por él vivimos y hacia él caminamos” (LG 3).

Todo el mundo está lleno de luces divinas que nos pueden guiar hacia Cristo, “la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo” (Jn 1,9): “el que con tantos esplendores de las cosas creadas no se ilustra, está ciego: el que con tantos clamores no se despierta, está sordo; el que por todos estos efectos no alaba a Dios, ése está mudo; el que con tantos indicios no advierte el primer Principio, ese tal es necio. Abre, pues, los ojos, acerca los oídos espirituales, despliega los labios y aplica tu corazón para en todas las cosas ver, oír, alabar, amar y reverenciar, ensalzar y honrar a tu Dios”, nos dice san Buenaventura.

En la peregrinación de la vida necesitamos el “viático”, el alimento para el camino, de donde sacaremos fuerzas para poder practicar la misericordia. Ese alimento es la Eucaristía: El Señor dejó a los suyos una prenda de esperanza y un viático para el camino “en aquel sacramento de la fe, en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en su cuerpo y sangre gloriosos en la cena de la comunión fraterna y la pregustación del banquete celestial” (GS 38).

Caminar hacia Cristo compromete todo lo que somos. En este itinerario solo se avanza si uno se adentra en la oración, ya que no “basta la lección sin la unción, la especulación sin la devoción, la investigación sin la admiración, la circunspección sin la exultación, la industria sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia, el espejo sin la sabiduría divinamente inspirada”, comenta también san Buenaventura.

Sostenidos por la oración y alimentados por la Eucaristía hemos de recorrer, con María, el camino de la fe: “la bienaventurada Virgen María sigue « precediendo » al Pueblo de Dios. Su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia, para los individuos y comunidades, para los pueblos y naciones, y, en cierto modo, para toda la humanidad” (san Juan Pablo II). Que ella nos guíe y nos lleve a Jesús. Amén.

Guillermo Juan Morado.

Los comentarios están cerrados para esta publicación.