El Papa en la Sagrada Familia: 8 ideas
1. Una tierra de santos: “Este acto es también, de algún modo, el punto cumbre y la desembocadura de una historia de esta tierra catalana que, sobre todo desde finales del siglo XIX, dio una pléyade de santos y de fundadores, de mártires y de poetas cristianos”.
2. El simbolismo de un templo: “Ella [la materia] es un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel que es la Luz, la Altura y la Belleza misma”.
3. Los tres libros: “En este recinto, Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia”.
4. Jesucristo, Dios con los hombres: “El Señor Jesús es la piedra que soporta el peso del mundo, que mantiene la cohesión de la Iglesia y que recoge en unidad final todas las conquistas de la humanidad”.
5. Afirmación de Dios, afirmación del hombre: “Al consagrar el altar de este templo, considerando a Cristo como su fundamento, estamos presentando ante el mundo a Dios que es amigo de los hombres e invitando a los hombres a ser amigos de Dios”.
6. El valor de la familia: “Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad”.
7. El gran servicio de la Iglesia: “ser icono de la belleza divina, llama ardiente de caridad, cauce para que el mundo crea en Aquel que Dios ha enviado (cf. Jn 6,29)”.

Oyendo algunas críticas a la visita del Papa uno se pregunta si merece la pena escuchar y, sobre todo, si merece la pena responder. Es evidente que determinadas personas van a lo que van, a la carga contra todo lo que suene a “católico”. Son, en este propósito, incansables. Cualquier pretexto les basta y si no hay pretexto se lo inventan.
1.
Si he de hacer un primer balance de lo que para mí ha supuesto esta visita del Papa debo hablar de sentimientos encontrados, de una especie de amalgama de alegría y decepción. Alegría por la presencia entre nosotros del Sucesor de Pedro, por su magisterio claro y profundo, por la sintonía evidente de los fieles sencillos con el Pastor de la Iglesia universal. Pero he experimentado, también, tristeza al constatar que una parte – no sé si numerosa, pero sí influyente – de la población es cada vez más hostil al mensaje cristiano y a quien lo proclama de modo autorizado.
Homilía para el Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)






