6.05.11

Memoria y profecía: Un importante discurso de Benedicto XVI

El papa ha dirigido un importante discurso a los participantes en el congreso promovido por el Ateneo de San Anselmo, organizado con ocasión de los cincuenta años de su fundación. Es decir, el papa ha hablado para los principales expertos en liturgia de todo el mundo, pues estos especialistas son los que acuden a este tipo de convenios.

¿Qué les ha dicho? Intentaré, en este breve artículo, elaborar una especie de mapa conceptual resaltando las principales ideas apuntadas por Benedicto XVI. A mi modo de ver son las siguientes:

1º La creación del Instituto Litúrgico de San Anselmo se debió al deseo del beato Juan XXIII de responder a las exigencias de reforma de la liturgia que surgieron en el contexto del llamado “movimiento litúrgico” - el Instituto tenía como principal finalidad “asegurar una sólida base a la reforma litúrgica conciliar” - . ¿Cuáles eran estas exigencias? El papa las enumera con gran claridad:

a. El objetivo del movimiento litúrgico era “dar nuevo impulso y nuevo aliento a la oración de la Iglesia”.

b. Se veía, en la vigilia del concilio Vaticano II, “la urgencia de una reforma” en el campo de la liturgia.

c. La exigencia pastoral que animaba el movimiento litúrgico pedía que se favoreciese y se suscitase “una participación más activa de los fieles en las celebraciones litúrgicas a través del uso de las lenguas nacionales”. Asimismo, se deseaba una profundización en el tema de la “adaptación de los ritos en las diversas culturas”.

d. La necesidad de profundizar en “el fundamento teológico de la liturgia” para que la reforma estuviese “bien justificada en el ámbito de la revelación y en continuidad con la tradición litúrgica de la Iglesia”.

2º “El Pontificio Instituto Litúrgico entre la memoria y la profecía” es el título del congreso, título que da pie al papa a hablar primero de la memoria y, después, de la profecía.

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Una pena

nullRealmente, es penoso. Siempre hay quien cumpla el papel de “aguafiestas”, de la “persona que turba cualquier diversión o regocijo”. A algunos cristianos, pretendidamente católicos incluso, la fiesta les repugna. Lo suyo son las caras largas, la queja por sistema, la amargura. El viernes santo, sin la más mínima expectativa del domingo de pascua, les encanta. Son así. No se les puede pedir más. A cada cual, lo suyo.

Ahora, a los amargados, les ha dado por arremeter contra el papa Juan Pablo II. Les da lo mismo. De lo que se trata es de estar “en contra”. En contra del papa, en contra del último concilio, en contra de la reforma litúrgica. De lo que se esté “en contra” es secundario. Lo básico es estar “en contra”.

Lo más curioso es que, con esa actitud, reivindiquen un “plus” de catolicidad. No lo merecen en absoluto. No cuela ya la disculpa. Por más razones que aporten, al final va a ser verdad que, contra el papa, no hay Iglesia. La disposición “anti-papa”, digan lo que digan, jamás han sido un sello en favor del catolicismo. Más bien, todo lo contrario.

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5.05.11

El tercer volumen de “Telmus”

“Telmus” es el Anuario del Instituto Teológico San José y del Seminario Mayor San José, ambos de Vigo. Acaba de salir el volumen tercero, correspondiente al año 2010, con una extensión de 319 páginas.

Una carta del cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la Educación Católica, abre la publicación con unas palabras de felicitación y de aliento para proseguir con el esfuerzo de sacar adelante este anuario.

La primera parte del volumen está dedicada a estudios con motivo del año sacerdotal. Se trata de siete artículos que, desde diversas perspectivas, abordan la temática relativa al sacerdocio y a la formación sacerdotal. El primero de ellos, titulado “El sacerdote del siglo XXI desde la perspectiva del año sacerdotal”, es de Mons. Jean-Louis Brugués, O.P., arzobispo secretario de la Congregación para la Educación Católica. Diego Pérez Gondar se ocupa de “El sacerdocio en la Sagrada Escritura”. Comentando un discurso de Newman, Guillermo Juan Morado escribe sobre “El sacerdote, la misericordia y la gracia”. Jaume González i Padrós, en un estudio sobre “La Ordenación: una novedad de vida”, hace un comentario mistagógico de la liturgia de ordenación de presbíteros. En el ámbito del derecho canónico se encuadran las colaboraciones de Antonio Viana – “Atención de parroquias en situaciones de escasez de clero. El supuesto del canon 517 & 2 del CIC” – y de T. Rincón-Pérez – “El itinerario formativo de los aspirantes al sacerdocio”- . La sección se cierra con un texto de Ángel Marzoa sobre el “Año Sacerdotal. Retos para el seminario”.

La segunda parte está dedicada a “Otros estudios” y abarca temas de arte – “Nuevas epifanías. Apuntes sobre el arte religioso actual”, de Santiago Vega López - ; filosofía de la naturaleza – “Darwin y la teoría de la evolución”, de Ángel Guerra Sierra -; literatura – “Ecos de la Palabra divina en la palabra humana”, de Gloria Irene Álvaro Sanz – e historia, con sendos estudios de José Manuel Pérez García – “Una contribución a la imposición de la periferia española: el precoz ‘hormiguero’ del Bajo Miño (1550-1710) – y de Avelino Bouzón – “La Parroquia de San Bartolomé de Rebordanes (Tui). Aproximación a su historia a través de las visitas pastorales de los siglos XVI y XVII”-.

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3.05.11

El mes de mayo

A los jansenistas no les gustaba especialmente el culto a María. Se sentían, más bien, inclinados a recortarlo. Ya en el siglo XVIII, algunos teólogos combaten esa tendencia jansenista resaltando, como los teólogos del siglo XVII, la importancia de la piedad mariana, señalando, no obstante, que esta piedad ha de contribuir a enmendar la propia vida. Entre todos ellos, sobresale San Alfonso María de Ligorio.

Los teólogos de la Ilustración propician una devoción regida por la razón. Un autor laico, Adan Widenfeld, se mostraba partidario de insertar el culto a María en el contexto bíblico, armonizándolo con el amor sumo a Dios, con la confianza en Cristo y con la misericordia hacia los pobres. El erudito Ludovico Antonio Muratori (fallecido en 1750) aboga por promover el culto a María, evitando una devoción imprudente y desmesurada.

El sínodo de Pistoya (1786) pide que la devoción a María sea reglamentada: haciendo que únicamente se la honre con títulos bíblicos, eliminando sus imágenes de las iglesias y suprimiendo las procesiones. Pero el sínodo no tiene éxito. Los obispos de la Toscana se oponen a él, Roma lo condena y el pueblo se manifiesta absolutamente en contra.

En 1799 se produce en la Toscana una auténtica insurrección popular contra los reformadores – el duque Pietro Leopoldo era uno de ellos - y los jacobinos. Al grito de “Viva María!”, los campesinos arremetieron contra la influencia francesa en Toscana, quemando el árbol de la libertad en Arezzo y exigiendo la reanudación de las formas exteriores de culto.

Tras la restauración, se vivió un incremento de las prácticas devotas. En este contexto surge la iniciativa de consagrar el mes de mayo a María. El jesuita A. Dionisi publicó en 1725 el folleto “Il mese di Maria”. F. Lalomia, en 1758, el “Mese di maggio” y el P. Muzzarelli, en 1785, el mes de mayo más famoso de todos.

Se trata pues de una devoción – el mes de mayo – de un origen eminentemente popular y agrario. Entre sus defectos, al menos en sus inicios, la falta de relación con la liturgia, con la palabra de Dios y con la sana crítica.

Defectos, por otra parte, perfectamente corregibles, aun cuando la inercia haya hecho llegar casi hasta nosotros formas y expresiones de devoción mariana que, a falta de una adecuada renovación, han terminado en muchos casos, desgraciadamente, por ser suprimidas.

No creo que sea superfluo volver a leer la exhortación apostólica de Pablo VI “Marialis cultus” ni, tampoco, tener muy presentes las indicaciones del “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia” (2002):

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2.05.11

Testigo de la fe

Publicado en “Faro de Vigo” (Suplemento “Estela", p. 10) el 1 de mayo de 2011.

La figura del papa Juan Pablo II ha quedado profundamente grabada en mi mente y en mi corazón. Y no solo porque se trate de una personalidad excepcional, de un protagonista de la historia reciente y de un hombre de Dios, sino porque su imagen, sus gestos y sus palabras están, de modo muy destacado, conectadas con experiencias importantes de mi propia vida y creo que, en mayor o menor medida, con las experiencias de las personas de mi generación. Cuando fue elegido papa, el 16 de octubre de 1978, yo había apenas ingresado en el Seminario Menor de Tui, con casi 12 años. Y para mí el papa no era un nuevo papa en la larga serie de sucesores de San Pedro, sino que comenzó a ser “el papa”, sin más.

La natural tendencia de los adolescentes a admirar a grandes personajes se concretó en mi caso en Juan Pablo II. En 1982, a mis 16 años, pude verlo por primera vez, en Sameiro (Braga) y, unos meses después, en Santiago de Compostela. Fue un primer contacto con el pontífice e, igualmente, con dos temas claves de su magisterio: la importancia de la familia - “el futuro del hombre sobre la tierra está ligado a la familia”, afirmó en Braga – y el llamamiento dirigido a Europa a recuperar su alma: “Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces”.

En 1989 participé en la IV Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Santiago de Compostela, en la que Juan Pablo II nos proponía con gran fuerza a los jóvenes la figura de Jesucristo como Camino, Verdad y Vida. Indudablemente, esta ha sido otra de las opciones fundamentales de su pontificado: la cercanía a los jóvenes y la predicación del Evangelio como respuesta a la pregunta por el sentido de la propia vida.

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